Hace un año y unos pocos días comentaba en este mismo espacio la dificultad para distinguir la realidad de la ficción en el arte contemporáneo. En mitad del Art Basel de Miami, un perturbado apuñaló a dos jóvenes japonesas y el público presente creyó que se trataba de un happening. Los alaridos de terror y la sangre que empapaba la ropa producen mensajes equívocos en medio de una sala de exposiciones, del mismo modo que algunos encargados de la limpieza tiraron al contenedor obras de arte porque las confundieron con un montón de basura.
Un mecanismo psíquico parecido se activó en la cabeza de Burhan Ozbilici, reportero gráfico de Associated Press que acudió a la inauguración de una exposición de fotografías en Ankara. En un primer momento, al oír los disparos y contemplar la brusca caída del embajador ruso al suelo, el fotógrafo pensó que el asesinato no era más que una performance y siguió haciendo su trabajo. "Parecía un evento rutinario más, pero cuando un hombre con un traje oscuro y corbata sacó un arma me quedé de piedra. Pensé que era una actuación teatral. Aunque en lugar de eso se trataba de un asesinato frío y calculado que se desarrollaba frente a mí y a otros testigos que, aterrados, comenzaron cubrirse”.
Las primeras fotografías del asesino poseen el embrujo fascinante de la ficción: hemos visto demasiadas películas con escenas más o menos similares como para atrevernos a creer que pueda ser cierto. La realidad imita al arte, dice el tópico, y lo malo de los tópicos son las verdades que cargan dentro. Mevlüt Mert Atlintas, con traje oscuro, camisa blanca y corbata negra, gesticula con una automática en la mano derecha y el brazo en alto, apuntando al techo. Las consignas que gritaba en turco contra la destrucción de Alepo ("No se olviden de Siria, no se olviden de Alepo") parecían también parte de la representación. Ozbilici dudó unos segundos y buscó refugio mientras el asesino caminaba alrededor del cuerpo y empezaba a romper las fotos que colgaban de las paredes. Aun así, mantuvo la sangre fría suficiente como para seguir haciendo su trabajo: "Sabía que era peligroso que se volviera hacia mí, pero avancé un poco y fotografié al hombre mientras mantenía a sus rehenes cautivos".
Después, cuando las fuerzas de seguridad abatieron al asesino y desalojaron la zona, Ozbilici regresó a su oficina y empezó a editar las fotografías, se encontró con una sorpresa. Durante el discurso de Andrei Karlov, que un intérprete iba traduciendo a la audiencia, Atlintas permanecía inmóvil detrás del embajador, "como un amigo o un guardaespaldas más". La impresionante serie de imágenes mostraba la secuencia exacta de un asesinato. No hay nada que las distinga de una película excepto la muerte.