Como el “talento más extravagante de la nueva narrativa española” definió Juan Antonio Masoliver Ródenas a Álvaro Pombo (Santander, 1939) por su obra en prosa. Con una dilatada obra poética y narrativa, lo cierto es que la obra de Pombo destaca entre las de su generación, entre otras cosas, por estar muy alejada del aire socialdemócrata de que hacen gala, sin saberlo a veces, muchos de sus colegas. Hombre de una independencia feroz, de un coraje probado, Pombo ha sido criticado por tirios y troyanos, sobre todo por sus declaraciones políticas y su postura frente a ciertos tics del colectivo gay que a Pombo le parecen banalidades propias de la sociedad de consumo.
La casa del reloj (Destino) es novela pombiana recién salida de imprenta y una de las más esperadas de la temporada literaria. Es novela de paisaje pombiano probado, como las que le dieron fama desde aquella El héroe de las mansardas de Mansard o Un gran mundo, por referirnos a una de sus primeras producciones y la última antes de ésta, La casa del reloj. Los personajes de la novela nos resultan conocidos, en ésta, incluso, el protagonista lleva los apellidos de su familia y es, creo, una de las muestras mejor acabadas del estilo pombiano último, reconocible pero muy destilado, despojado. Esta entrevista la hemos realizado con motivo de la publicación de la novela, pero en ella el autor da un repaso a su narrativa a la vez que se pronuncia sobre temas actuales, políticos y sociales.
— La casa del reloj apunta a retomar un paisaje pombiano conocido y presente en novelas como El héroe de las mansardas de Mansard. ¿A qué se debe ese retorno?
– Resulta muy difícil no ser pombiano tras haberlo sido durante 77 años consecutivos, que es mi caso. El paisaje en mis novelas suele ser una figura o un personaje más que va punteando el relato. Los paisajes son estados de ánimo en gran medida. Y mis novelas, en cierto modo, también. A mí no me parece, con toda sinceridad, que en esta última novela, La casa del reloj, retorne a paisajes o situaciones mucho más o menos que en otras. Creo que se trata, como en otros muchos escritores, de un hallarme instalado ya en un mundo en el cual el pasado y el futuro están juntos en el presente, en sentido Eliotiano. No se trata, creo, del “eterno retorno de lo mismo” sino algo parecido a lo que César Vallejo decía: “lo mismo que padece nombre, nombre, nombre”.
— Usted siempre defendió su labor poética, labor que ha sido bastante preterida a favor de la narrativa, aunque críticos como Masoliver siempre apostaron por ella. ¿Cuál cree que es la razón de semejante dar de lado en favor de poetas menos dotados?
"Lo poético es una especie de trastorno celular crónico que se filtra en casi todo lo que uno escribe" |
– Siempre he agradecido a Juan Antonio Masoliver su introducción, en general, la presentación que hizo de mi poesía a la sociedad española de la época (andamos por 1978). Deseo que esto conste aquí una vez más, con el mismo afecto y gratitud de siempre. A lo largo de estos años he ido publicando colecciones de poemas, entre ellos el que me parece mejor. Se titula Protocolos para la rehabilitación del firmamento, que es de 1992. Pero yo siempre me he considerado poeta –Unamuno solía cabrearse cuando los pobres alumnos de Bachillerato omitían este título al enumerar sus obras. Me imagino que sería terrorífico ese enfrentamiento balbuciente en un examen oral con el mismísimo gran Rector de Salamanca–. La verdad es que yo soy en parte culpable de la preterición a la que usted hace referencia. He escrito muchísimas más novelas que poemas de entonces a acá. Sigo, sin embargo, escribiendo poemas y no he dejado el asunto. Lo poético es, por lo demás, una especie de trastorno celular crónico que se filtra o reproduce soterradamente en casi todo lo que uno escribe, piensa o siente. Yo tengo una idea muy heideggeriana, por cierto, del poetizar que no requiere del todo, como tampoco en Heidegger, de formas expresivas tradicionales. Poesía (poiesis) es casi lo único que hacemos los narradores. No entraré, por lo demás, en esto de los poetas más o menos dotados, y si nos damos de lado o no unos a otros. La república de las letras es ferozmente gremial, como usted sabe. Y para colmo de males hoy en día, además, competitiva, en el peor sentido de la palabra. Así que mejor dejarlo estar.
— En igual medida el triángulo amoroso podría ser calificado de paisaje pombiano recurrente...
– Me ha divertido su tercera pregunta, que es más una interrogación incompleta y pensativa y amable por su parte que una pregunta propiamente dicha: “El triángulo amoroso podría ser calificado de paisaje pombiano recurrente”. A mí me parece, con todo respeto, que lo pombianamente recurrente de mis textos es el Eros de todos los colores y bajo todas sus especies. Triangular, cuadrangular, monofásico, sagrado y profano, todo al mismo tiempo. Y lo lamento bastante, porque me gustaría ser un autor frío en vez de un tempestuoso romántico, más viejo ya que el hilo negro, que pronto “polvo seré, mas polvo enamorado”, por citar la hermosa línea de Quevedo.
— Sus citas cultistas son célebres. En esta novela, como en otras, abundan. Por ejemplo, en ésta la digresión de Celler respecto al concepto de pobreza en el Maestro Eckhard y los que tienen falta de recursos. ¿A qué se debe esa desconfianza tan española a la cita culta? ¿La Iglesia, quizá?
Esto de las citas (textuales o parafraseadas) en mis novelas no es un “cultismo” ni tampoco un manierismo. Es una deliberada técnica expresiva de la que hizo un uso brillante T.S. Eliot y que yo desearía esclarecer con ocasión de su pregunta. Voy a servirme de una cita para justificar la presencia de “citas” en mis textos. Conviene tener presente el libro de Wallace Stevens titulado Sur Plusieurs Beaux Sujects, elegantemente editado como de costumbre por pre-Textos poéticos, y que va precedido por un inteligentísima traducción y prólogo de Laura Romero Chust y Jorge Gimeno. Primero una larga cita del prólogo de estos autores: “Si toda cita no es más que una apropiación creativa de lo que está ahí para que lo hagamos nuestro y mediante la lectura y el libre examen pase del reino de la palabra pública y mancomunal al de la palabra privada, toda cita realiza el sentido único de cualquier discurso con unos mínimos visos de conspicuidad: ser repetido”. Dentro de este contexto es interesante la referencia de nuestros dos autores a la posición de Harold Bloom en lo referente a la cita. Bloom reclama que “la cita se purifique y prescinda de la consulta, adquiriendo así un valor casi religioso, de modo que sólo sea Cita lo que se cita de memoria, sin mediación instrumental”.
En mi caso particular, la mayor parte de mis citas proceden de dos fuentes: por una parte, mi propia memoria, como dice Bloom, para las citas más breves o más conocidas; y por otra, de los textos que habitualmente me rodean. Estoy acostumbrado a hablar con mis amigos sirviéndome con frecuencia de textos que tengo a mano y que llevo toda la vida teniendo más o menos a mano, transportándolos físicamente de una ciudad a otra, de un tiempo a otro, a lo largo de toda mi vida. No se trata de una conversación de pedantes, nadie es aquí pedante. Si lo fuera, no hablaría con nosotros. Todos somos personas ilustradas, que escribimos como hablamos y que hablamos, desde luego, más o menos dentro del gran estilo conversacional al uso que se usaba en los buenos tiempos de la universidad española y de las británicas que yo personalmente he conocido. Los libros se usan al escribir y al hablar, lo mismo que los paisajes o los asuntos o las informaciones. He explicado, ya en otras ocasiones, que el uso de citas o de referencias cultas en mis novelas no es más que un reflejo de mi propia manera de escribir, de hablar o de estar con mis amigos. A mí me parece que la desconfianza de la española a la cita culta –si es que existe, en efecto, esa desconfianza- es una actitud cateta y desangelada. Otra cosa es, insisto, en el uso pedante de la cita o del mero “citar por citar” que, según parece, hace la gente, universitarios y profesionales incluidos, por darse el pisto o parecer más de lo que son o quién sabe por qué.
Me he permitidos extenderme acerca de este asunto porque me parece singularmente relevante para explicar mi modo de contar las cosas por escrito y de palabra.
— Muchos de sus personajes se retiran, prefieren finalmente volver al convento laico, a cultivar el jardín. ¿Es condición obligada para un final conocimiento de sí mismo?
"Los libros se usan al escribir y al hablar, lo mismo que los paisajes o los asuntos o las informaciones" |
– Supongo que de todos mis personajes el más propenso a retirarse y volver al convento laico, como usted lo llama, y a cultivar el jardín, soy yo mismo. Para conocernos a nosotros mismos es preferible, sin embargo, estar en el centro de la vida y en activo que retirados, sea el convento religioso o laico y tenga o no tenga jardín. La vida contemplativa puede ser laberíntica y, quizá, no la más adecuada para reconocernos a nosotros mismos. En mi caso particular, sin embargo, sí que va habiendo, con la edad, una cierta voluntad de recogimiento y de retiro que incluye el cultivo de un jardín, en mi caso una terraza de 20 metros cuadrados espléndidamente cuidada por mí mismo, modestia aparte. Me divierten más las plantas de exterior que las de interior. Aunque me divirtió mucho el libro de Patricio Pron titulado La vida interior de las plantas de interior. Yo cultivo también plantas de interior que encuentro, sin embargo, mucho más enrevesadas y difíciles de tratar, hipersensibles, y propensas a toda suerte de cataclismos repentinos a diferencia de la solidez castellana de mis plantas de exterior que atraviesan los duros cierzos del invierno y los ferragostos con espléndida lucidez y aguante.
— Además, ese retiro suele acompañar de indiferencia: No le quedaban a Caller temas pendientes, ni amores pendientes, ni odios pendientes. Sólo una residual, y en parte benevolente, indiferencia...
– El problema de la pregunta sexta es que hay que ponerla en conexión con la pregunta quinta, de la cual viene a ser como una consecuencia o secuela. Y el problema consiste en que Caller, con todo y con llevar mi propio apellido, el de mis dos abuelas, que es en sí mismo mucha tela, las Caller, es sin embargo un personaje poco mío por esto de la “indiferencia”. El interés que siento por Juan Caller es, como usted mismo diría, autobiográfico; autobiográfico a contrapelo porque la indiferencia que, en efecto, caracteriza a Caller es justo lo contrario de mi estado de ánimo habitual: detesto la indiferencia de los indiferentes. Juan Caller, sin embargo, acabó cayéndome bien, aunque me pareció al principio un ñoño y un soso, un no-personaje. Acabó cayéndome bien porque tiene una cierta ingenuidad o inocencia violada o trastornada que a mí me resulta seductora. Juan Caller es, a su contradictoria manera minúscula, un alma santa: un inocente que balbucea y se tambalea caminando, pasito a pasito, por el somero alambre tenso criminal de la vida. Juan Caller tiene de santo lo que los funambulistas tienen de santos o al revés, los santos de funambulistas: son capaces de vivir perpetuamente a punto de equivocarse y descrismarse. Y a la vez, no se dan cuenta: son muy escasamente conscientes de sí mismos. "Saintliness is unconscionusness", solía decir Iris Murdoch. Pero a la vez hay una conciencia de sí, à rebours. Todo esto viene a cuento de explicar esta “indiferencia” vital de Juan Caller que me irritaba en un principio y que al final se fue volviendo mini-heroica. Caller renuncia, pura y simplemente, a todo el dinero heredado y vuelve a su noble y primitiva condición de chófer o taxista. La indiferencia –que es una cualidad psicológica- se transfigura en una cualidad espiritual, el retiro absoluto, el atreverse a quedar en franquía, el atreverse a ser pobre. La pobreza y el anonimato aceptados, son la riqueza espiritual absoluta, nuestra única semejanza divina, nuestro único parecido con Dios, que es un puto pobre.
— Siempre admiré en usted su independencia de criterio, por ejemplo, su posición ante la actitud de ciertos colectivos homosexuales que usted vincula directamente con el auge del consumo y la banalidad. ¿Le ha dado esta consideración algún que otro disgusto?
– Pocas cosas me dan a mí disgustos. La hostilidad que contra mí suele manifestar el LGTB por mis justas críticas del mamoneo del orgullo gay, etc., que es un acontecimiento provinciano y cateto, me han resbalado siempre mucho. Mi hermosa piel, combinada de cocodrilo y de elefante, me vuelve prácticamente inasequible al desaliento e insensible a las críticas del colectivo, mis hermanos. Nunca me he referido al colectivo gay, etc., excepto en estos términos franciscanos: son mis putos hermanos. Lo que ellos son o sean, yo lo soy también. Pero la ñoñería y el tiquismiquis gay me ponen malo, más malo que la tiña. Como dicen los políticos babosos e inarticulados, “reitero” que el día del Orgullo Gay en Madrid (y recuerdo palabra por palabra toda la historia de ese noble movimiento) es consumista y banal. Para no ser consumista y banal hay que ser puro, ingenuo, inocente, insignificante, pobre. Menear el culo en carrozas no es, hoy día, ni siquiera un acto de valentía, es un mamoneo narcisista. Lo cual no quiere decir que la nobleza y la grandeza del movimiento LGTB esté, en mi opinión, fuera de toda duda. El que tenga oídos para oír, que oiga.
— Tengo la impresión de que su fascinación por el Cristianismo tiene mucha semejanza con la de Chateaubriand, ¿Me equivoco?
– Siempre que se habla de este asunto del Cristianismo yo me declaro cristiano. Mi relación con el cristianismo no es, pues, una relación de fascinación (estética) sino una relación de filiación o pertenencia (religiosa). Chateaubriand en particular es para mí una figura histórica confusa al que no he prestado nunca gran atención. Sí he prestado gran atención, sin embargo, tanto al Cristianismo reformado de Karl Barth, Bultman, etc., como a la investigación histórica-teológica sobre los orígenes del cristianismo. Me ha interesado siempre la ética universal en que el Cristianismo acaba por integrarse, cuando es auténtico, como muchas otras religiones auténticas. En todas mis novelas aparecen problemas éticos, cuyas raíces se hunden claramente dentro de la vida espiritual cristiana. Y tuvo una gran influencia en mi juventud la lectura de los grandes novelistas católicos ingleses, Graham Greene en especial. O franceses, como Julien Green, Bernanos, etc.
— ¿Cómo valora la actual situación política en España?
"Mi opción política en este momento es Mariano Rajoy en coalición con Ciudadanos y los diputados más sensatos del PSOE" |
– Creo que tengo una opinión bastante vulgar y corriente sobre este asunto. Estoy cansado de la parálisis política y de la provisionalidad del presente gobierno. Mi opción política en este momento es Mariano Rajoy en coalición, si por fin se logra, con Ciudadanos y los diputados más sensatos e independientes del PSOE. No parece un tiempo de grandes proyectos políticos, pero sí me parece un gran momento para ejercitar la prudencia política y una cierta astucia o mano izquierda que debieran tener todos los gestores políticos por igual en aras del bien común de todos los españoles.
— Usted ha sido destacado miembro de UPyD. Me gustaría saber su opinión sobre el descalabro electoral sufrido por el partido. ¿Era quizá un proyecto prematuro que ahora se ha trasladado a otros partidos?
No me acaba de gustar la expresión “prematuro” porque significa que no está en sazón y que nace antes de tiempo. A mí no me parecía que UPyD estuviera fuera de sazón o fuese un partido sietemesino. Me parecía todo lo contrario. Me pareció una ocurrencia política muy original y con gran nobleza de intenciones. Fue, sin embargo, difícil crear una masa política lo suficientemente grande, teniendo en cuenta que pretendíamos estar presentes en todas las circunscripciones electorales. A mí me parece que iniciamos muchas líneas de comportamiento político que después continuaron, con más fortuna, otros partidos como Ciudadanos o Podemos. No tuvimos nunca gancho popular, en mi opinión. En este sentido Podemos se llevó el gato el agua.
Presuntuoso, facilón, cada año más conservador y más aburrido. Da pereza hasta leer una entrevista del señor Pombo. Hace lustros que dejé de leer sus libros que, por supuesto, tampoco compro
Mamandurria y subvención creo que sería más exacto y no daría pié a equívocos.
He aquí un hombre independiente al que no asusta decir lo que piensa. Me gusta eso.