José Yoldi
Para Teresa
A Marisa, funcionaria de extranjería en la Subdelegación del Gobierno en Guipúzcoa, aquel certificado de matrimonio le llamó la atención. No tenía buen día, a sus 35 años, Anselmo, conductor de ambulancias de Otsakidetza con el que llevaba cuatro de desencuentros matrimoniales, le había hecho una nueva jugarreta con las condiciones del divorcio.
Pero aquel documento le dio al ojo. Inmediatamente consultó con Rosa, alma mater de la oficina y que se las había tenido que ver con casos de todos los colores.
—Oye Rosi, ¿tú crees que un tipo de Lagos (Nigeria) y otra de Bermillo de Sayago, provincia de Zamora, tienen la más remota idea de dónde se encuentra la iglesia de San Miguel Arcángel, de Aldaba, que es cierto que es muy bonita con un muro de cristal desde el que se ve todo el valle, pero que está perdida en el monte bastante más allá de donde dan la vuelta las tormentas?
—¿Por qué lo dices, guapa?
—Porque un tal don Saturnino, cura párroco de la localidad, asegura que Moshes Ouyunu y María de los Ángeles López se han casado allí.
—Eso suena a fraude, Marisa. Llámale e investiga un poco a ver.
Don Saturnino, natural de Pamplona, había salido a dar una vuelta por el monte, pero a la tercera llamada, después de la siesta, explicó a Marisa que efectivamente en la iglesia de Aldaba había casado a una pareja. “Parecían muy enamorados”, precisó. “Sí, él era buen mozo, negro de África y ella española, rubia, aunque quizá teñida”, respondió a las preguntas de la funcionaria. “No, no, ella no se parecía mucho a la foto del carné de identidad, pero las mujeres, en cuanto se cambian de peinado parecen otras”, alegó. “Y no, él no sabía si la boda era sólo para que el muchacho pudiera tener el permiso de residencia. Él sólo se limitaba a impartir los sacramentos”.
Tras nuevas consultas con Rosa, Marisa llamó por teléfono al puesto de la Guardia Civil de Bermillo de Sayago. El cabo Miguel Ángel de la Cruz respondió que efectivamente conocía a María de los Ángeles López, pero que había fallecido hacía dos años aproximadamente. El guardia civil le explicó que era mejor que hablase con el sargento Martín Serrano, que conocía a Geles desde su infancia y que le podría informar mejor.
Dos horas después la funcionaria hablaba con el suboficial que era natural del pueblo, le confirmaba el fallecimiento de la supuesta novia y le invitaba a que se diera una vuelta por allí el fin de semana, que prometía enseñarle la tumba.
Seguro que no hubiera sido necesario ir a Bermillo de Sayago, pero Marisa necesitaba un poco de aire fresco o acabaría asesinando a Anselmo. De modo que se montó en el Seat León blanco cuyas letras acababa de pagar y se plantó en Zamora.
El sargento Martín Serrano resultó un encanto. Le contó que María Ángeles López había sido una tía muy maja. Que un desaprensivo la había llevado a trescientos kilómetros por hora en una Kawasaki durante un cuarto de hora y que el susto había sido de tal calibre que el pelo se le había vuelto blanco y durante una temporada solo contestaba con monosílabos. De aquella experiencia pasó a la heroína y aunque los de la Asociación La Mayuela habían intentado echarle una mano, finalmente había fallecido por sobredosis de caballo.
A las preguntas de Marisa, el sargento no supo responder si el DNI de María de los Ángeles, utilizado en la boda de Aldaba, lo había perdido, se lo habían robado o si ella misma lo había vendido para pagarse una papelina. Finalmente, el guardia civil la llevó hasta el cementerio de la localidad zamorana, donde Marisa oró unos minutos ante la tumba de aquella Geles que nunca conoció y que ahora se le hacía más próxima.
De vuelta a la oficina, el mismo lunes elaboró un informe en el que solicitaba la anulación del matrimonio del registro por tratarse de un fraude de libro. Por si sonaba la flauta llamó a un número que habían dejado como teléfono de contacto.
Moshes se enteró de viva voz de que la administración conocía que había pagado a una mujer para que, con documentos falsos, accediera al matrimonio como medio de obtener el permiso de residencia.
Al día siguiente, a primera hora, Moshes Ouyunu se presentó en la oficina y, en un español bastante deficiente, le juró a Marisa que desconocía que los documentos de la mujer fueran falsos. Reconoció que había pagado a la chica tres mil euros por el trámite, pero que nunca quiso cometer ningún delito. Solo quería permanecer en San Sebastián, que, según dijo, era el lugar más bonito del mundo.
—Este perillán, encima nos hace la rosca —comentó Marisa con Rosi, que les miraba desde su mesa.
—Pues el moreno tiene una figura nada desdeñable —respondió la compañera.
Diez meses después, con el divorcio de Anselmo ya resuelto y con Rosa como testigo, Moshes y Marisa celebraban matrimonio civil.
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No va a haber nueva entrega de Paz Guerra?
Un saludo
Sí, habrá nueva entrega de Paz Guerra. Estoy terminando la segunda, que se titulará La noche perdida y que se inicia en Italia.
Saludos cordiales
Sigue asi