Empiezan los éxodos más o menos masivos cuando julio desciende la cuesta final que conducirá hacia agosto, el mes de la gran escapada. Cada vez menos –desde aquel verano de 1991, del golpe de Yeltsin a Gorbachov- verano es sinónimo de inactividad, a juzgar por las terribles noticias de Niza y el fallido golpe turco a Erdogan. Quién sabe qué más nos deparará este verano áspero, pero si la vida debe continuar, como parece, también lo debe hacer el teatro.
En Mérida, como queriendo emular el espíritu impuesto por las noticias, acaban de representar el Alejandro Magno de Racine. El rey de Macedonia, que a sus 33 añitos contenía en la palma de su mano los reinos conocidos que fue conquistando. Éste de Racine es un Alejandro sumido en contradicciones, en un mar de conflictos interiores producidos por su ímpetu conquistador, que en consecuencia se llevó muchas vidas por delante y su afán de pasar a la historia como hombre de paz.
Mérida está aún de luto por la reciente muerte de un gran impulsor suyo, José Monleón, autor clave de los teatros nacidos del amor por contar la vida sobre un escenario y excelente agitador cultural que no dejaba de ejercer, de paso, la crítica política en tiempos menos contemporizadores que éstos de ahora.
Más acorde con el aire aventurero del verano están los amores de Afrodita y Ares, relatados en el canto VIII de la Odisea, que se representarán a partir del 20 de julio. Saber de los griegos a través de las tablas de Mérida es un lujo que puede una permitirse de vez en cuando. Viajes en el tiempo, bien evocados por la dramaturgia de Marta Torres. La programación de Mérida es espléndida y hasta incluye un concierto de Ara Malikian, ese estimulante violinista. Y termina con una semblanza de Marco Aurelio, el emperador estoico, uno de los cinco mejores emperadores de Roma, tres de ellos, por cierto, como el propio Marco Aurelio, provenientes de la Hispania.
No es preceptivo vaciarse los bolsillos para ir al teatro. En Madrid, hay salas alternativas donde pasar una buena velada por 10 euros y hasta algo menos: teatro consagrado y de nuevos autores se representa en las salas del Lara, quizás el más activo junto a los Luchana o el Montacargas, el San Pol, Off de la Latina, la Usina... Merece la pena explorar esos escenarios, muchas veces sorprendentes y que dejan buen sabor de boca. En el Montacargas, por ejemplo, y sin subvenciones ni gaitas, recuperan su Festival Internacional del Clown, con ayuda de la Asociación Cultural Torre Infiel, convencidos de que "la risa es un arma de liberación masiva".
Recordando los aniversarios de Cervantes y Shakespeare, en el Nave 73, se abre el Clasicoff, Festival Experimental de Teatro Clásico, hasta el fin de julio. En el Lara, ponen en escena una obra de Mario Benedetti, Una mujer desnuda y en lo oscuro, durante todo el mes de agosto, mientras en el teatro Alfil, la compañía Yllana se pitorrea de lo lindo a costa de los chefs en una obra de ese título, hasta el 20 de agosto.
La Compañía Nacional de Danza (CND) despide la temporada este mes de julio con coreografías de danza contemporánea de varios autores, al mando de su director, el que fue bailarín estrella de la Ópera de París y Premio Nacional de Danza, José Carlos Martínez. En danza, Víctor Ullate al frente del Ballet de la Comunidad de Madrid, a partir del 25 de agosto baila al son de Beethoven, la Pastoral, en un programa doble que incluye Tierra madre, dentro de la programación de los Teatros del Canal, donde, por cierto, Albert Boadella dirige la ópera de Verdi, Don Carlo, los días 28 y 30 de julio.
No hay verano sin programa del Teatre Grec, en Barcelona. Ya han pasado algunos espectáculos memorables pero quedan cosas por ver hasta el 31 de julio. Como Lehman Trilogy, por ejemplo, de Stefano Massini, ya se podrán imaginar sobre qué. Un ilustrado paseo histórico por la deriva del capitalismo rampante desde la creación de una tienda de tejidos en Alabama, en 1844, hasta la caída y arrastre de todos producida por los Hermanos Lehman, pasando por varias guerras, el crack del 29 y otras desgracias así creadas.
Hasta el 21 de julio, se puede ver Circus Klezmer, de Adrián Schvarzstein, una historia alegre y pinturera sobre una boda, amenizada con música judía centroeuropea e inspirada en los trazos y colores de Marc Chagall. Garantizado buen rollo para el público asistente durante unos cuantos días. Con todo, la programación del Grec abruma en variedad y cantidad. Por contraste, el 17 de agosto, en el Bellas Artes madrileño, El pequeño poni, de Paco Bezerra, un alegato contra el bullying, basado en hechos reales, encoge los corazones sensibles gracias, en parte, a la buena dirección de Luis Luque.
Así que es posible que no haya verano para tanto que ver, pero eso no ha sido nunca un problema. Más bien lo contrario: aquellos veranos de la infancia, de siesta obligada y aburrimiento supino, de bostezos interminables y propósitos de enmienda. Aquellos veranos de penumbra en las ventanas, en silencio impuesto, el sol colándose por las ranuras de las persianas, con lo que inventar sombras chinescas. Aquellos, ay, no volverán. Ni falta que hace.