Hasta el 25 de septiembre podrá verse en la Biblioteca Nacional, CJC 2016. El centenario de un Nobel. Un libro y toda la soledad, enorme exposición sobre el escritor gallego, que inauguró el rey Felipe y que representa el logro mayor de todos los actos montados en torno al centenario del nacimiento de Cela.
La muestra reúne más de 600 piezas, entre libros, manuscritos, pinturas, caricaturas, fotografías, objetos personales, pertenecientes a este personaje a medio camino entre la fábula y la farsa, entre lo prodigioso y lo más chato. Ese personaje que fue articulista y, nada malo, novelista y, de lo mejor, poeta, mejor de lo que muchos piensan, pintor, nada fuera de lo normal, torero, en fin, mejor no meneallo, coleccionista, con cierto gusto por ciertas cosas, vagabundo, eso sí, con las espaldas cubiertas... es decir, un elemento perturbador en aquella España franquista un tanto pacata con el espectáculo y que toleraba el ego de ciertos artistas, Dalí, el propio Cela, porque propagaban cierta idea de tolerancia. Ni que decir tiene que el propio Cela era muy consciente del país en que vivía, sabía que La colmena tenía que publicarse fuera pero, por otro lado, no le hacía ascos a cobrar de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez en Venezuela para denigrar la figura de Rómulo Gallegos en novelas escritas por encargo, como La catira.
Ana Santos, directora de la Biblioteca Nacional, confía en que el tirón mediático de Cela supere la exposición cervantina que acogió la BN, Miguel de Cervantes. De la vida al mito, que se enmarcaba dentro del centenario al autor del Quijote y que ha acogido a más de 80.000 visitantes. Exposición que tuvo que ser prorrogada ante el éxito de público. Adolfo Sotelo Vázquez es catedrático de Literatura de la Universidad de Barcelona y es, asimismo, comisario de esta exposición. Sotelo ha optado por dividir la exposición en 44 secciones, debido a la complejidad poliédrica del escritor y se place de que, por fin, se haya dado cierta prioridad a la faceta menos conocida de CJC, la de agitador cultural, la de coleccionista, el amante de las artes. “El otro Cela”, como tuvo a bien definirlo el mismo Sotelo el día de la inauguración de la muestra. Y lo cierto es que, por poco que indaguemos, la personalidad de Cela se nos muestra, a veces, impenetrable: mientras daba a conocer mediante la publicación de Papeles de Son Armadans, una de las mejores revistas puente entre la cultura española del exilio y la que quedó aquí, amén de la literatura producida en Latinoamérica, le daba por intrigar con intensidad laberíntica en casi complots diplomáticos, como los que hubo alrededor de La catira. A veces parecía estar más allá del cinismo.
Sotelo ha dividido la exposición en tres grandes momentos: su ascensión, de 1942 a 1955; su consolidación, de 1955 a finales de los 70 y, finalmente, el reconocimiento, desde los 80, la época en que recibió el Premio Nobel, el 10 de diciembre de 1989 y el Cervantes, seis años después. Sin embargo, la etapa favorita para Sotelo fue la primera, la de los años 40 y 50, donde Cela desplegó “una salvaje potencia creadora”. Desde 1935, en que debuta como poeta, hasta ese 1989 en que recibe el Nobel hay una larga trayectoria que esta exposición acoge con minucia y atención para que el visitante se haga una idea cabal de la trayectoria vital y artística del escritor. Es decir, una primera etapa, que Cela contó en La rosa, que es la de la infancia arcádica y que en la muestra puede verse el manuscrito de la misma, una etapa que pasó breve después de los años terribles de la guerra civil. Años en que intercambió una jugosa correspondencia con Dolores Franco y tiempos en que escribe La familia de Pascual Duarte, donde después de finalizarla, estamos en 1942, anota que con ella se acabó el divagar. A partir de aquí comienza la aparición del Cela personaje, aquel que parecía no dar puntada sin hilo.
Pero si hay un libro fetiche en esta muestra es La colmena, cuyo manuscrito custodia la BN y que se exhibe aquí con orgullo, prohibida por la censura en la inmediata posguerra y que Cela tuvo que publicar en Argentina. Aquello sumió a Cela en una depresión que palió dedicándose al cine: actuó en tres filmes, El sótano, Facultad de Letras y Manicomio, esta última junto a su amigo Fernando Fernán Gómez. Luego vino la cosa de la pintura, en la muestra se exhibe el cartel anunciador de una exposición de la Galería Clan, profesión que hizo exclamar a César González Ruano, vecino de Cela en la calle Ríos Rosas 54, que éste era más pintor escribiendo que pintando.
Por ahí se exhibe la mochila que le acompañó en ese famoso viaje por la Alcarria, amén de las extravagantes botellas de vino firmadas por Hemingway, Miguel Delibes, John Dos Passos, Menéndez Pidal, Picasso, Henry Miller, Josep Pla y Joan Miró o las 3.500 esquelas que Cela llegó a reunir, entre ellas, las de Gardel, Martin Lutero King, Jorge Guillén, Manolo Caracol...
La exposición se cierra con un reloj, por lo menos como metáfora, ya que se recuerda aquellas palabras de Cela cuando se refería al que poseía Pío Baroja, donde había inscrito un lema, “todas las horas hieren, la última mata”, en su esfera luminosa. Es una hermosa imagen para despedir una exposición centrada en el tiempo. Al fin y al cabo aquella frase de Cela, “gana quien aguanta”, es propia de aquel que cree tener al tiempo de aliado. En su caso fue así.
Esperpertico
Baroja no poseyó reloj alguno en cuya esfera luminosa estuviera escrito el «Vulnerant omnes, ultima necat». Esa es la leyenda del reloj de sol de la iglesia de Urrugne/Urruña, localidad muy cercana a Bera, que, esta sí, esta Baroja repitió, viniera o no a cuento, hasta el aburrimiento.
Gracias, Miguel, por tu Barojiana. Me limité a describir lo dicho en la expo y que se habrá recogido del propio don Pío
Juan Ángel, si es eso lo que se dice en la exposición es una falsedad. Pío Baroja no dijo, que yo sepa, eso del reloj y la esfera luminosa nunca… creo conocer bien su obra como para sostenerlo, de modo que quien lo haya escrito lo habrá hecho, como decía Carlos Pujol, «en mangas de camisa», con la seguridad de que nadie le va a llevar la contraria.