El Guggenheim rinde homenaje a París

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Un visitante contempla 'Mandoline et guitarre' de Pablo Picasso que forma parte de la muestra 'Panoramas de la ciudad: la Escuela de París, 1900-1945'. / Miguel Toña (Efe)
Un visitante contempla 'Mandoline et guitarre', de Pablo Picasso, que forma parte de la muestra 'Panoramas de la ciudad: la Escuela de París, 1900-1945'. / Miguel Toña (Efe)

Panoramas de la ciudad: la Escuela de París, 1900-1945, es una gran exposición que se inauguró el pasado sábado, 23 de abril, en la sede del Museo Guggenheim de Bilbao, y que estará con nosotros hasta el 23 de octubre. La muestra es la primera que se realiza dentro de los acuerdos de Gestión con la Solomon R. Guggenheim Foundation, que se realizó en 2011 con una vigencia de 20 años. Un acuerdo por el que la Solomon R. Guggenheim Foundation se comprometía a mostrar una exposición de sus fondos cada dos años por lo menos. El resultado de ese acuerdo, a tenor de lo que estamos viendo, es espectacular.

La exposición consta de 50 obras maestras de la pintura y la escultura del siglo XX, teniendo la ciudad de París como paisaje o como inspiración. La nómina de artistas expuestos abruma un tanto: Constantin Brancusi, Georges Braque, Robert Delaunay, Pablo Picasso, Amedeo Modigliani, autores todos cuyas obras cuelgan en el Museo Guggenheim neoyorkino. Obras que según la comisaria de la muestra, Lauren Hinkson, que es curator adjunta de las Colecciones del Solomon R. Guggenheim de Nueva York, son parte esencial del arte del pasado siglo.

Lauren Hinkson, en la presentación de la exposición, incidió en la importancia de París como capital de la cultura a principios del siglo XX, “fueron todos artistas que crearon nuevas formas de arte y literatura como respuesta al rápido desarrollo económico, social y tecnológico que estaba transformando la vida urbana en París, entonces capital del mundo”. Fue en ese entorno en que Picasso y Braque, con el cubismo, revolucionaron el mundo de la pintura; Delaunay compuso armoniosas combinaciones de colores; Kandinsky se inventó la abstracción y Brancusi cambió el modo de relacionar la escultura con el espacio.

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Cartel de la exposición. / Museo Guggenheim

El título de la muestra se basa en una famosa serie de pinturas de Delaunay, donde la ciudad de París es la protagonista de la serie, en total armonía con la poesía urbana que ya se había inventado Baudelaire años antes o la prosa de Edgar Allan Poe donde en su cuento, El hombre en la multitud, se trata por primera vez en la literatura el ritmo de la ciudad moderna. La muestra se extiende desde los primeros años del siglo hasta el final de la II Guerra Mundial, cuando París cede esa supremacía a Nueva York por culpa del auge de los fascismos, que hizo que gran parte de los creadores europeos emigrasen al otro lado del Atlántico, es decir, para resumir, surrealismo, los restos dejados por Dadá, cubismo y los integrantes de la llamada Escuela de París.

Para hacernos una idea de lo expuesto diremos que El Moulin de la Galette, de Pablo Picasso, fechada en 1900, Desnudo, 1917, de Amedeo Modigliani o Violinista, 1924, de Marc Chagall son algunas de las obras que se muestran entre otras tantas referentes del arte del siglo. Son las obras más populares.

París es símbolo de la modernidad y la vanguardia. De ahí que los contenidos de la exposición se basen en las cuatro grandes muestras celebradas en París en la primera mitad del siglo XX: la Exposición Universal de 1900; la Exposición Internacional de las Artes Decorativas, de donde salió la expresión Art Decó y sede donde expuso Le Corbusier su famosa butaca y la no menos famosa chaise long; la Exposición de Arte Colonial, de 1931, donde muchos artistas se toparon por primera vez con el arte de los pueblos primitivos y, por último, la Exposición Internacional de las Artes y Técnicas de la Vida Moderna, ésta ya en 1937.

París, símbolo de la Modernidad y la vanguardia, sí, pero también de la colaboración entre artistas, en vistas al espíritu de la época. Si el cuadro de Picasso abre la muestra y describe a la perfección el ambiente de París antes de la Gran Guerra, tenemos, asimismo, obras ya muy dispares pero rompedoras, como Piano y mandorla, de Braque; también las series de Delaunay dedicadas a la torre Eiffel, símbolo de esa modernidad anunciada, querida y buscada, el ya citado violinista de Chagall, claro, pero, por último, y cerrando, Rómulo y Remo, de Alexander Calder, obra olvidada durante años por su autor y rescatada a tiempo.

Una muestra teñida por la nostalgia, pues esos tiempos no volverán porque ya no existe una ciudad referente en el mundo del arte. La Escuela de París demuestra, si es que algo demuestra, es que los lugares concretos son fuente de inspiración artística intensa, imprescindible en el mundo de la cultura. Condición que han roto las nuevas tecnologías ya que ahora se produce en cualquier lugar del planeta y se conoce al instante por mor de esas nuevas tecnologías: el aura de lo imaginado por venir desaparece en aras de lo instantáneo. Ni mejor ni peor, diferente.

Pero la cantidad de obras maestras expuestas hace que el espectador, con razón o sin ella, imagine un tiempo pasado mejor, como supo Jorge Manrique: el que el cuadro de Picasso abra la exposición, con ese ambiente cabaretero mil veces visto es señal evidente de nostalgia, aun no buscada. Una enorme exposición.

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