Louise Bourgeois regresa a Bilbao, en 28 celdas

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The Last Climb, Louise Bourgeois. / The Easton Foundation- guggenheim-bilbao.es

Si el poeta, como dejó dicho Pessoa,  es un fingidor, Louise Bourgeois es una restauradora de la memoria con el fin de despistar a la muerte. De su relato existencial, con declarada intención psicoanalítica, surgieron sesenta y dos Celdas; sesenta y dos esculturas, de las que veintiocho se están exponiendo en el Museo Guggenheim de Bilbao hasta el 4 de septiembre, como Estructuras de la existencia. Las celdas.

La memoria de Bourgeois está llena de abandono, miedo, inseguridad, dolor y pena. Seguramente, también de momentos felices, pero ésos no cuentan tanto en su trabajo. Sin embargo, centrados en destacar la tormentosa idea de la vida de la artista (Paris, 1911- Nueva York, 2010) sus críticos olvidaron subrayar la luz sonriente que surge de sus ojos en todas las fotografías que se conocen de ella. Bourgeois sufría, sí; pero sus ojos no ocultaban su alegría de estar viva. Trabajó hasta el último suspiro y no paró de indagar en nuevas formas expresivas para explicar sus sentimientos sobre la tarea de vivir.

Era una pequeña figura inquieta, expresiva, simpática y corrosiva en sus opiniones sobre el arte, particularmente con sus jóvenes amigos, a los que recibía semanalmente en su casa neoyorquina, en los llamados Bloody Sundays, donde discutían sobre arte y vida.

Esa casa del barrio de Chelsea, precisamente, va a abrirse a pequeños grupos de visitantes, según cuenta su amigo Jerry Gorovoy, convertida ahora en un centro de investigación, biblioteca y archivo y residencia de artistas. Algunas de sus esculturas permanecerán en el jardín, testigos elocuentes de su memoria.

Por cierto, que Gorovoy ha anunciado también que se publicarán sus cartas, montones de ellas, y sus diarios –esa sana costumbre extendida en Estados Unidos- donde la artista muestra sus dudas y certezas sobre el arte y la vida.  Ya adelanta Gorovoy que son “increíbles”, así que habrá expectación, aunque ya hay publicados libros sobre ella.

Pero estábamos en lo de la exposición del Guggenheim bilbaíno. En ella, el espectador es más bien un paseante por pequeños círculos infernales, que tendrá ocasión –si se toma el tiempo y el valor necesarios- de reflexionar sobre su propia existencia. Para la propia Bourgeois, se ha dado excesiva importancia a su relación amor-odio con el padre, aunque lo cierto es que la celda llamada Destrucción del padre es muy llamativa. No sé si a alguien le ha recordado, como a mí, la representación del lingam hinduista, multiplicado en varias réplicas, en este caso. Como toda su obra, esa destrucción es también una reconstrucción.

Bourgeois empezó a psicoanalizarse a la muerte de su padre, cuando ella tenía 40 años. Y continuó otros cuarenta, hasta que se quedó sin psicoanalista, porque se murió. Esa incursión en los recintos de sus miedos, sus culpas –tuvo tres hijos y la impresión de ser una mala madre; un clásico entre las madres, en general-, sus iras y otras emociones que la acompañaron durante toda su vida, se volvieron material de trabajo para su arte. Esta exposición da buena muestra de ello. Ella misma había dicho que, para ella, hacer arte es una forma de psicoanálisis, una vía directa al inconsciente. Y, mientras dura el trabajo creativo, una forma de sentirse segura, incluso omnipotente. Una garantía de cordura.

Mediatime Network (YouTube)

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