En la Fundación Canal, en unas salas plenas de intimidad, a modo de catacumbas −muchos piensan que con ello se ha querido imitar la sensación que produce la sinagoga− se exhibe hasta el 11 de abril parte de la obra gráfica de Marc Chagall, uno de los grandes artistas del siglo XX. La colección procede del Kunstmuseum Picasso, de Múnster, en Alemania, y prácticamente se trata del fondo gráfico del artista ruso de una institución que ha dedicado toda su colección en torno a Picasso y su mundo, y Chagall fue amigo del malagueño. Todo un regalo.
Sigamos con la idea de la sinagoga. Enrique Bonet es el responsable del montaje de esta muestra y para él la idea de la sinagoga era esencial: para ello ha dividido el espacio en un atrio, una sala de oración, un sancta sanctorum y, finalmente, un cementerio, donde campan los grabados, las xilografías, aguafuertes y litografías en un ambiente que se quiere idóneo para un artista que no fue un hombre religioso pero que durante 25 años se dedicó a pintar escanas bíblicas, y que consideró su obra maestra, por encima de las demás.
El intenso aire lírico y el colorismo de sus obras son dos de las principales características de Chagall. Bueno, esto y su temática, llena de referentes místicos y de unos símbolos que a la mayoría de los mortales se les escapa en su significado, pero que atiende a la especial fascinación que desprenden sus figuras, donde hay asnos volando y riendo al lado de pájaros que, a modo de ángeles custodios, vigilan al mortal que habita debajo de ellos. Ese colorido y esa temática no escapan en su obra gráfica presente en esta muestra donde, además, podemos darnos cuenta de la evolución de su técnica.
Ann Katrin Hann es la conservadora jefe del Kunstmuseum Picasso y comisaria de la exposición, lo que no es casual: toda la obra gráfica está centrada en los años que tienen su origen en la II Guerra Mundial, los años cuarenta, y está relacionada con Picasso, no sólo porque a Chagall se le haya llamado 'el Picasso ruso' muchas veces, sino porque ambos tuvieron pasión desmedida por las técnicas del grabado, y si bien el ruso no produjo la ingente obra de Picasso, sí realizó más de mil litografías, cuya técnica alabó: “Al sostener en la mano una piedra −decía− para litografía o una plancha de cobre, pensaba que estaba tocando un talismán” .
Por su parte, Picasso llegó a decir que una vez muriese Matisse, sería Chagall el único de los pintores supervivientes que entendiera bien lo que era el color. Así es: rojos, verdes, azules, amarillos tremendos, celebran la victoria de la luz sobre las sombras, siendo esencial en sus obras hasta el punto de que algunos se han preguntado si en el fondo Chagall no era el fauvista más original que haya existido.
Chagall pintó, si puede decirse así, la libertad de todas las religiones, lema que escribió en los muros de una iglesia francesa, lo que no viene nada mal en estos tiempos. Y digo esto porque el título de la exposición, Chagall: Divino y humano, quiere incidir en esa idea mística de la unidad de lo sacro y lo profano, que para Chagall no estaba tan lejos. Así, en la primera sala tenemos hermosas escenas bíblicas, como la un David y una Betsabé que conviven junto a elementos profanos. Sin ir más lejos, la multitud de edificios de París, ciudad en la residió muchos años y que amaba sobremanera, que se mezclan con escenas religiosas. No es de extrañar si tenemos en cuenta que para Chagall la Biblia era un drama mundano, pero el mundo era una parábola religiosa. Su obra, por tanto, y aunque sea dificil de imaginar, puede ser tomada en su sentido estricto, como realista. A su manera.
En el atrio y la sala de oración cuelgan acróbatas, payasos, amantes, monumentos parisinos, animales y... Marc Chagall. Se muestran aquí unos autorretratos muy hermosos, como en el que se le ve custodiado por un pájaro, un buey y un ángel, en una fantasía donde se ve a sí mismo como un Cristo crucificado clavado al caballete de pintura. Aquí se nota la enorme influencia de Rembrandt, artista que Chagall veneraba y que fue un apasionado del grabado, hasta el punto de que en esta modalidad fue su verdadero referente.
En la sala que correspondería al sancta sanctorum, cuelgan 20 de los 105 aguafuertes correspondientes al tema bíblico. Se lo encargó Ambroise Vollard, editor muy ligado a Picasso, del que hizo la Suite que lleva su nombre. Para realizar estos grabados, Chagall visitó lo que él consideraba sus lugares sagrados, como Palestina, pero también España, país que le fascinó en su relación con el Greco, pintor que le fascinaba.
Y del sancta sanctorum al cementerio, donde acaba esta estupenda muestra. Acoge otro encargo de Vollard a Chagall: las ilustraciones de Las almas muertas, de Gógol, grabados que retratan la Rusia feudal del XIX, una Rusia de la que Chagall guardó siempre afecto a pesar de su condición de judio. De hecho, regaló a la Galería Tretiakov de Moscú una serie de Las almas muertas con una dedicatoria en la que afirmaba que Rusia era su patria.
Feliz modo de ilustrar un cementerio. Con Gógol, nada menos. Todo un acierto. Una enorme exposición.