La semana que viene se inaugura en el Museo Thyssen la retrospectiva dedicada, bajo el título de Realistas de Madrid, a una serie de artistas, todos amigos, que nunca renunciaron a sus presupuestos estéticos, incluso en tiempos en que el arte abstracto dominaba el panorama artístico internacional. Por lo que muchos de ellos, salvo el caso de Antonio López, convertido por vía internacional en maestro del hiperrealismo, todo esto después de la explosión del arte pop, se sintieron preteridos, cuando no claramente olvidados.
Los nombres parecen emparentarles por vía familar, pero son sólo amigos aunque muchos de ellos se hayan casado entre ellos: el ya citado Antonio López, la estrella de la muestra, y al que el Thyssen le dedicó ya una retrospectiva en el año 2011 con un éxito de público espectacular; Julio López Hernández, escultor y grabador, y del que dimos noticia en cuartopoder.es de la muestra que sobre su obra puede verse en la Academia de Bellas Artes de San Fernando; Francisco López, este sí, hermano del anterior; la mujer de Francisco, Isabel Quintanilla; María Moreno, esposa de Antonio López, Esperanza Parada, esposa de Julio López, y, finalmente, Amalia Avia, esposa de Lucio Muñoz y fallecida en 2011, el año mismo en que moría su amiga Esperanza Parada.
El martes se renieron en el Thyssen varios de estos amigos, Antonio López, Julio López, Francisco López e Isabel Quintanilla, para ver cómo se desarrollaba el trabajo de instalación de las obras, a la vez que hacían alguna que otra declaración a la prensa. Insistían en que no se habían sentido incomprendidos y marginados, aunque suponemos que declaraciones así pertenecen a cierta elegancia de espíritu, pues lo cierto es que una de las hijas de Julio López reconoció, cuando se inauguró la muestra en la Academia de Bellas Artes de San Fernando de su padre, que en los últimos años la muerte de su madre y la falta de encargo de obras habían sumido a su padre en una enorme tristeza. Antonio López, ya decimos, el único de ellos en haber sido reconocido en lo que vale, afirmó que esta aventura estética era casi como una misión que un grupo de amigos se había forjado desde 1955, misión en la que intentaban otorgar al realismo, a la figuración, la cualidad de dar cuenta de los misterios del mundo.
Todos nacieron en Madrid, salvo Antonio López, que lo hizo en Tomelloso, y Amalia Avia, que lo hizo en Santa Cruz de la Zarza, en Toledo. Pero la realidad es que la luz de esa zona es similar, por no decir la misma y, además, Antonio López confiesa que, en su caso, siempre tuvo la pasión por pintar Madrid porque lo hacía desde el asombro y que, a diferencia de sus compañeros, veía la ciudad grandiosa, como si contemplara las pirámides.
La muestra reúne noventa piezas, entre óleos, esculturas, relieves y dibujos, y se inaugura el día 9 de febrero. Finaliza el 22 de mayo, aunque todos sus componente sepan que es Antonio López el señuelo seguro, aquel por el que vendrá el público. Sin embargo, al ser la primera vez que se hace una retrospectiva de grupo, se espera que el tirón de Antonio sirva para que el público más joven sepa de unos artistas que cumplieron a la perfección con un destino estético que la realidad del momento les negaba de continuo. La historia, a veces, es así. Hay que tomarlo con ironía.
Por ejemplo, sus compañeros de generación. No podemos olvidar que ellos fueron compañeros de generación de Antonio Saura, Agustín Millares, Eusebio Sempere, Fernando Zóbel, en fin, los componentes del Grupo El Paso y su correspondiente catalán, Dau al Set, con Tápies, Joan Ponç, Modest Cuixart... Pero poco o nada tienen que ver con ellos aunque se llevaran bien personalmente. El Grupo de Realistas toma su andadura en 1955, según nos confiesa Antonio López, pero no podemos olvidar que Dau al Set ya se fundó a finales de los cuarenta y que en Europa, después de la guerra, se fomentaba un arte de supuesta neutralidad. El realismo se inscribía en movimientos ligados a la estética de ideología de izquierdas, y la vanguardia, entonces, pretendía una superación conceptual, mediante la abstracción, de las dicotomías políticas. Desde un punto de vista político, se supuso que la abstracción era la apuesta occidental a la Guerra Fría, hasta que llegó la apuesta del pop, ya en los sesenta. Pero esto es ya otra historia, pues en esos años, en España, la abstracción pasaba por ser el lazo de unión de la respuesta artística de la España antifranquista con el comercio internacional del arte.
Aquí se produjo el primer equívoco. Pero lo que sucedió en la España de la Transición y de los ochenta fue algo de consecuencias más desastrosas para ellos, una nueva generación. Primero las vanguardias, como Giralt, como Alexanco, de los setenta, que no querían saber nada de ellos, formados en una estética conceptual. Pero es que, luego, ya en pleno apogeo de la España de Felipe González, con la obsesión por ofrecer la imagen de un nuevo país, el de la Movida, la irrupción de pintores como Miquel Barceló y desde luego, Juan Muñoz o Cristina Iglesias, que pertenecían claramente a una estética figurativa, pero de clara intención posmoderna, terminaron por completar la faena.
Todo esto ha jugado en contra de este grupo, pero la calidad perdura, y el Thyssen ofrece ahora esta muestra que se presenta como una de las grandes del Museo esta temporada. El privilegio de descubrirnos cada cierto tiempo es raro. Esta muestra del Thyssen nos lo permite.