A la desbandada era el titulo inicial de la penúltima novela de Pío Baroja, que por fin se ha decidido llamar Los caprichos de la suerte (Espasa), como ya se ha comentado por aquí. Bueno. Como dice Miguel Sánchez Ostiz, un buen conocedor de las cosas de Baroja, el cambio de los títulos no tiene nada de particular. No hay más que ver cómo se titulaban –y aún se titulan- en español las películas americanas. ¿O es que es mejor Sonrisas y lágrimas que El sonido de la música?
El caso es que acabo de leer la novela que el sobrino del autor, Julio Caro Baroja, guardó celosamente, acaso cumpliendo los deseos de su tío. Tampoco pasa nada. La novela no desdice de Baroja, es Baroja por los cuatro costados y se divierte una mucho leyéndola: su fina misoginia, su tino en los caracteres, su independencia de criterio hasta hacerlas pasar canutas a la familia, que no desea –con razón- tener que soportar criticas morales del patio literario y político tan canijo que tenemos.
Digo que se trata de la “penúltima” novela inédita, porque el citado Sánchez Ostiz ya anunció en su día que hay otra aún por alumbrar, Pasada la tormenta, que duerme en el cabal cajón de sastre de Itzea. Y hasta otras dos posibles obras que, debidamente “enjarretadas” –expresión barojiana que subraya Sánchez Ostiz- podrían verse en las librerías andado el tiempo: Extravagancias y Hombres extraños.
Por cierto que, al parecer, se va a publicar otra vez la biografía que Sánchez Ostiz escribió del autor vasco y que fue muy poco difundida, por problemas ajenos a la literatura, cuando se publicó, en 2006. Se trata de Pío Baroja, a escena. Será muy interesante su lectura, seguro.
Pero estábamos en Los caprichos de la suerte: una road fiction, se podría decir, de unos personajes que vagan por los caminos en busca de algo parecido a la felicidad o simplemente huyendo de la miseria, de la cárcel o del hambre. De esos personajes principales y secundarios, el protagonista es un trasunto del propio Baroja, un periodista que a veces se llama Elorrio y a veces de otra manera, que va dando testimonio de las burradas de la guerra de uno y otro bando, sin casarse con nadie, como un espejo asombrado.
Leí en diagonal el prólogo de Mainer en el que advierte que esta novela la escribió el vasco cuando ya estaba mayor y que no se espere gran cosa de ella. Pero es que el dictado oficial de los académicos españoles siempre ha estado teñido de ese tipo de advertencias en relación a Baroja o a Pérez Galdós, por ejemplo, pero para los lectores de Baroja no sirve de gran cosa. Esta novela se lee con gusto, como ya he dicho. ¿No aporta nada? Hombre, depende.
Al tiempo que rebañaba en la novela, he leído también un librito que reúne las barojianas que Camilo José Cela escribió en diferentes ocasiones, muy particularmente, la de la muerte del escritor, allá por 1956. Se llama Recuerdo de don Pío Baroja y está editado por Francisco Fuster y publicado por Fórcola (2015). Cela se muestra íntimamente barojiano, capta bien las cosas del –entonces, cuando lo conoció- viejo novelista y del aire que le rodeaba, un aire noble y sosegado que compara con unos cuadros del miniaturista Charles Spencelayh, donde los personajes, sin embargo, no se le parecen en absoluto (pág. 37).
Sobre las opiniones de Baroja y su visión oscura de la guerra civil, ¿qué quieren que les diga? En puridad, habría que haber estado en el pellejo de mis padres para saber qué fue aquello de primera mano, o mejor aún, en el de mis abuelos. Con Baroja me pasa como con mi querida abuela Amparo: sus ideas políticas, alejadas de las mías cuatro leguas por lo menos, no me emborronan el afecto que sentía por ella. Así, las novelas de Pío Baroja.
Se agradece el comentario por la parte que me toca. En efecto, la biografía de Baroja, destruída por la editorial Espasa Calpe (según liquidaciones a la vista), volverá publicarse el año que viene por la editorial Pamiela. Un saludo muy cordial