Hasta el 10 de enero, la National Gallery londinense alberga la exposición: Goya. Portraits, setenta retratos del pintor más rabiosamente español, al que, por ahí fuera, se conoce más por sus tenebrosas impresiones de la guerra, las atrocidades humanas, las pesadillas y las familias reales impresentables. De esos retratos, diez pertenecen al Museo del Prado, y otros han sido prestados de colecciones privadas y otros museos desperdigados por el mundo.
Gabrielle Finaldi, director de la NG, que sólo hace unos meses prestaba sus servicios a la pinacoteca española mencionada, se ha llevado a Londres un bombón de exposición, que el Daily Telegraph califica de “muestra de la década”. Una muestra definitiva para comprender la fuerza de los rasgos que el pintor aragonés concedía a sus retratados, listos o tontos, corruptos u honrados. Los clavó.
Así que no es de extrañar que el público londinense, o el que se encuentre de visita en la capital inglesa, pague religiosamente sus 18 libras esterlinas para ver esa maravilla que, quién sabe, igual podemos llegar a ver más cerca de casa, algún día. ¿Nadie está iniciando negociaciones en este sentido? Ahí lo dejo.
Se sabe que Goya empezó a retratar tarde, a los 37, seguramente llevado por la necesidad, ya que el retratado solía tener posibles y soltaba una cantidad de guita acorde al nivel de vida que deseaba el pintor, que tampoco era para exagerar. Se cuenta que a Goya le gustaba codearse con la nobleza y la gente de poder. De las escenas populares, campestres y de índole religiosa no se podía sacar un gran estipendio.
Sin embargo, observando sus retratos se diría que arriesgaba mucho esas amistades, a juzgar por la cara de embobadas de algunas de ellas o ciertos rasgos canallescos, casi imperceptibles, a veces, que no resisten un psicoanálisis. Sin señalar. Lo mejor es que cada observador haga sus apuestas.
Goya prefirió morir en Francia, a la vista del futuro que auguraba para España la vuelta del Rey Felón, a quien, por cierto, retrató varias veces y que, por más uniformes de capitán general que le vistieran, nunca disimuló el espejo del alma que transparentaba su rostro.
Por eso, algunos ven en los retratos expuestos desde el pasado día 6 en la National Gallery, sólidos estudios psicológicos de sus modelos, lecturas detenidas del alma de cada cual. Algunos, como Moratín o Jovellanos, salían bien parados, pero otros necesitarán mucho maquillaje para presentarse ante el Sumo Hacedor el día del Juicio Final.