Siete años y medio después de la celebrada independencia unilateral de Kosovo -castigada Serbia como requerían las consignas occidentales- resulta que los habitantes de ese país fantasma huyen por cualquier rendija en busca de una vida no ya digna, sino simplemente que merezca el nombre de vida.
Una población de apenas 1.750.000 habitantes, tiene a más de 800.000 fuera del país y a otros tantos saliendo en estampía desde finales del 2014. Sólo se quedan los mafiosos y corruptos políticos kosovares, enriquecidos con los miles de millones de euros en ayudas de la UE, que ya en plena guerra mostraron su auténtica cara sin que nadie se escandalizara en la educada Europa.
La UE ha prometido que este otoño considerará la posibilidad de permitir el movimiento libre de los kosovares. Un momento inoportuno, cuando media Europa se ve inundada de refugiados que huyen de los desastres de las guerras en Siria, Irak, Afganistán; y de otros males producidos por la mano del hombre en tantos países. Gente desgraciada que recuerda, en efecto, la suerte de los españoles que huían de la guerra de España, hacinados en campos de “refugiados” en la Francia de vísperas de la Segunda Guerra Mundial.
Son los síntomas de una Tercera Guerra Mundial, con menos sangre y menos bombardeos, pero con resultados cada vez más parecidos: el siniestro camión de Austria, los pavorosos naufragios en el Mediterráneo, las carnes desgarradas por las fronterizas alambradas punzantes… Sólo hay que ponerse en el lugar de cualquiera de esas personas para entender que nos hallamos ante un vigoroso capítulo del Apocalipsis.
El jefe de la policía albanesa, Haki Cako, echa las culpas de la fuga de compatriotas a las mafias que trafican con la gente, como si la corrupción institucional del partido que gobierna Kosovo desde la independencia –el PDK, con su primer ministro a la cabeza, Isa Mustafá- no tuviera responsabilidad alguna.
Las veleidades independentistas creadas a base de mentiras e intereses occidentales –la mayor base estadounidense del mundo está en Kosovo- acaban mal, por lo que se ve. La Historia se vuelve justiciera.
Entre los refugiados de Oriente Próximo se mezclan los emigrantes desesperados de Kosovo. ¿Dónde quedan ahora las proclamas por la “justa lucha de un pueblo por su dignidad”? ¿Dónde, los adalides de esas justas reivindicaciones? Angela Merkel saluda sonriente al ministro Mustafá como para aplacar su mala conciencia, si es que la tiene, en una foto que ABC reproduce a propósito de unos juegos deportivos. ¿Y qué?
El gobierno serbio de Aleksandar Vucic ha llegado a un acuerdo con el de Kosovo en algunos sectores fundamentales de la economía del país. Es un gesto que adorna al serbio pero que resulta insuficiente para frenar la huida de albanokosovares a la tierra prometida: Alemania. Y ahí es donde quiero ver a Merkel, que ahora lidia como puede frente a las violentas manifestaciones racistas de su Alemania eterna.
Recuerdo una entrevista con el que fuera secretario general del PSUC, Gregorio López Raimundo, años antes de morir. Hablamos de las ya incipientes crisis migratorias -¿habrán cesado alguna vez en la historia de la humanidad?- y comentaba que vendrán los más pobres a comernos por gordos y ricachones. No es literal, pero por ahí van los tiros.
El ser humano tiene, en la base de su pirámide de necesidades, la de comer. Eso sólo se consigue cobrando un dinero a cambio de trabajo. Así que bandadas de almas en pena seguirán desplazándose a donde haga falta para encontrar lo esencial: la vida. Es justo. Es humano.