‘Little wing’
Pascual García
La última vez que la vi estaba despatarrada al borde de aquella alcantarilla oxidada, con la aguja quebrada y una gota de sangre junto a la rayita que indica los 0.5 miligramos y que a mí se me antojó como un corrido de carmín. Parecía mantenerse sobria junto al precipicio que conduce al reino de las ratas. Y no me dio la impresión de que tuviera miedo. Nada de eso. Estaba orgullosa de ser lo que era, la jeringuilla que siempre supo que acabaría siendo. La tormenta gástrica que hacía fluir mis sustancias líquidas hacia el sumidero -algunas eran tóxicas, como hay dios que lo eran- arreciaba en aquella habitación de hospital donde todo debería haber estado boca abajo, pero donde todo estaba boca arriba. La arcada depositó la ponzoña sobre mis labios negros y morados y fue entonces cuando la jeringa se precipitó desagüe abajo hacia el paraíso de los zurdos, el maldito mar espumoso al que vamos a parar los que tocamos las Fender con la otra mano. "Mañana no vendré", me dijo un instante antes de caer. "Me quedaré por ahí abajo, entre la basura". "Vale", le contesté, "ningún problema... Para entonces ya estaré muerto"...
Muy fuerte para una tarde de verano, pero inmejorable.
Que bien escribes canalla.