Hasta el 29 de agosto estará abierta al público Gleizes y Metzinger: Du Cubisme, una exposición en la Fundación Juan March que es una contundente muestra y ejemplo de lo que puede dar de sí ese concepto de exposiciones de bajo presupuesto, que no monotemáticas, y que en su día se vieron como una apuesta decidida y original al concepto de exposición estrella, que dominó en los años del dinero fácil. Hay que decir que las expectativas no han logrado ni de lejos lo que pretendían, a no ser el ahorro. Hablar, lo que se dice hablar, de exposiciones sigue siendo referirse a las que se suceden en CaixaForum, MAPFRE, el Reina Sofía, el Prado o el Museo Thyssen y uno echa de menos aquellas muestras en la Juan March hace años cuando se nos regalaba alguna retrospectiva como, por poner un ejemplo tomado de decenas, la dedicada a Edvard Munch.
Esta muestra contiene un libro, que es reedición, once estampas, cinco aguafuertes interesantísimos, tres óleos correspondientes a Gleizes y Metzinger y un grabado de Picasso, Homme au chapeau, prestado por la Fundación Picasso Museo Casa Nata, de Málaga. A pesar de su brevedad, de su bajo presupuesto, hay que decir que es exposición interesante y rara y que desde un punto de vista didáctico puede ser calificada de excelente, pero siguiendo un símil gastronómico a uno le deja la sensación de que entra con hambre de Carpanta y se va con un bocado estupendo en la boca, al modo de pintxo de concurso donostiarra, pero sólo uno y pequeño, lo que no satisface el hambre ni de lejos. Antes bien, parece que te deja peor pues la muestra es tan sugerente que te entran ganas de devorar cubismo y lo que ofrecen es parco en devoraciones, y tener que desplazarse al Thyssen para ello es un poco humillante.
Ya digo. Un libro, el que publicaron en 1912 Albert Gleizes y Metzinger, y que puede considerarse manifiesto del cubismo, su soporte teórico, libro esencial, referente para entender el primer gran movimiento vanguardista del siglo XX y de una importancia capital para saber lo que el siglo podía dar de sí: no podemos olvidar que Gleizes estaba muy unido a Jacques Villon, hermano de Marcel Duchamp. Un libro del que se expone, no el original, sino la reedición de 1947, bellísima, que sirve de base para la muestra de 11 estampas infolio, 6 aguafuertes, 3 puntas secas y 2 aguatintas de firmas como el propio Gleizes, pero también Francis Picabia, André Derain Marie Laurencin, nuestro Juan Gris o el hermano de Duchamp, el ya citado Jacques Villon. Magníficas obras y gratas de ver porque no son muy conocidas y se inscriben dentro de los orígenes del movimiento. Un logro.
La gracia de la muestra consiste en que es un manifiesto cubista, un libro escrito por artistas, por pintores para artistas, para pintores, lejos de las abstracciones y justificaciones de los académicos y teóricos del arte. Es lo que hizo a este libro conservar una frescura y un interés que no decrece con los años y de lo que podemos dar buena fe después de asistir a esta exposición, y cualidad que recalcó en la presentación Javier Gomá, director de la Fundación March con bastante razón.
El recinto donde tiene lugar la exposición está basado en la Villa Saboya de Le Corbusier y preside la muestra una inscripción: “La Revolución más importante acaecida en la pintura desde el Renacimiento , pues no sólo cuestionaba al pintor sino al hombre en su totalidad”, lo que tiene algo de cierto pero mucho de publicidad, y es que los cubistas fueron pioneros en dar a conocer sus motivaciones mediante un modo de llegar al público muy usado por las vanguardias, escandalizar al mismo. Recurso tan utilizado desde entonces que ha dado lugar a una anestesia generalizada hoy día. Pero esto es otra cosa.
Cuando el libro de Gleizes y Metzinger se editó por el poeta Eugéne Figuiere se quiso presentar a tiempo para la exposición del Salón de la Section d´Or, tuvo una repercusión enorme y se tradujo a varias lenguas ya que fue el primer manifiesto del nuevo movimiento que escandalizaba a todos, como en su momento lo fue el impresionismo. Las ilustraciones del libro dan idea de lo acertado del mismo: Picasso, Paul Cézanne, André Derain, Georges Braque, Fernand Léger, Marcel Duchamp. Juan Gris, Francis Picabia, Marie Laurencin... una nómina de lo mejor de los artistas del momento y que iba mucho más allá del cubismo como movimiento ya que en esta nómina está reflejada gran parte de la vanguardia del siglo que pululaba por París en esos momentos. Luego, a raíz de la Gran Guerra, las vanguardias surgidas en distintos países conectarían entre sí, se internacionalizarían en los tiempos de Dadá, del surrealismo, de los suprematistas rusos, pero en este libro, como en los Manifiestos de Marinetti, está la base de lo que fue el gesto de las vanguardias que durarían hasta la II Guerra Mundial.
Antes nos referimos a que la muestra recogía tres óleos. Les Musiciens, de 1920, y Composition, de 1921, de Albert Gleizes, y Nature morte, fruits, verre et noix, sin fechar, de Jean Metzinger, procedentes de colecciones privadas. En fin, una exposición de las llamadas de pequeño formato, que es una pequeña joya que debe gustarse en lo que es, no en lo que representa, pues los años salvajes del cubismo se llevan mal con la intimidad del gabinete. Es un arte gamberro, de aire libre, épico, por lo menos en sus pretensiones.