La Nochevieja es una Nochebuena pagana, una Nochebuena desatada, desmelanada y un poco puta que se viste con tacones, agarra una botella de champán por el cuello y se lanza dando tumbos calle abajo. Al contrario que su melliza de calendario, la Nochevieja no cuenta con ningún tipo de coartada religiosa para atiborrarse a comer, hacer el mentecato y beberse hasta el agua de los floreros. El 25 de diciembre, el solsticio de invierno, la fecha que conmemora el nacimiento de Jesucristo (y de paso el de Adonis, Mithra, Tammuz, Hermes, Heracles, Dionisos, Buda, Horus y Zaratustra, entre otras augustas divinidades) es fecha supuestamente dedicada a la familia, al recogimiento y a mandangas domésticas de todo tipo, pero la Nochevieja es la excusa perfecta para maltratar el hígado, jugar a la ruleta rusa con el tráfico, quedarse ronco a hablar o intentar ligarse a una desconocida.
Hace años mi primo Joseph me contó que en Australia, ese remoto país que es al mismo tiempo isla, continente y parque zoológico, los jóvenes practican la sana costumbre de saludar el año viejo fornicando: igual que en occidente intentamos enderezar el año uva a uva, ellos intentan que la última campanada del año coincida con el primer orgasmo. No me especificó si masculino o femenino, pero si se trata de un orgasmo simultáneo me imagino que el año entrante será glorioso. Tampoco sé si es una costumbre muy extendida entre los australianos pero me parece mucho más sana, divertida y excitante que reunirse frente al televisor e iniciar un debate sobre la impericia de los campaneros. En cualquier caso, el número dos es una magnífica opción para enfrentrarse a una nueva tanda de doce meses, mucho mejor que la lucha solitaria o que esas procelosas y multitudinarias expediciones que suelen acabar en el hospital con uno o dos comas etílicos.
Lo terrible de la Nochevieja, creo yo, es esa obligación de divertirse por cojones, al estilo de los Sanfermines, que es una fiesta en donde si no te pilla un toro o te atropella una ambulancia, ya has echado el viaje. El dispendio suele ser terrible, desequilibrando el presupuesto de algunos solteros para varios meses, provocando desahucios, suicidios y otros lamentables mutis. A continuación unos consejos para hacer de la Nochevieja una experiencia alternativa aunque igualmente penosa.
Leer de una buena vez En busca del tiempo perdido de Marcel Proust
La primera página de Por el camino de Swann, es toda una invitación: "Durante mucho tiempo he estado acostándome temprano". De acuerdo, pero no en Nochevieja, que es la peor fecha del año para cenar pronto, acostarse en seguida y refugiarse en la cama parapetado tras un libro. La lectura de Proust resulta una maniobra poco efectiva a menos que uno posea un chalet aislado en mitad del campo o una habitación insonorizada a prueba de decibelios. Los diversos ruidos del vecindario (fiestas, música, televisión a todo volumen, gritos, broncas, ahogamientos) harán impracticable la lectura, por no hablar de los intentos de conciliar el sueño. Lo más seguro es que antes de llegar a la magdalena ya esté usted dando zapatazos en el tabique.
Alquilar una barra
Usted ha pensado desde hace tiempo imitar sutilmente a los ginecólogos y trabajar donde otros se divierten. Para ello ha alquilado por una pastizara una barra en un bar de moda y piensa que con ello va a forrarse. Perdone que se lo diga, pero usted es idiota. En primer lugar, la barra tardará en llenarse lo suyo con lo cual el hielo que ha almacenado en la nevera se irá derritiendo y, para cuando lleguen los primeros invitados, borrachos como piojos, el agua le llegará hasta los tobillos. En segundo lugar, usted no tiene la menor idea de preparar combinados a seis manos. En tercer lugar, la barra se le ha llenado de catetos, lerdas y cuñados que piden todos a la vez mientras le cosquillean con matasuegras. En cuarto lugar, cuando ya se le hayan congelado las manos y le hayan dejado pelado, se dará cuenta de que, como advertía el gran Josep M. Beá en aquella maravilla titulada Historias de taberna galáctica: "El verdadero lugar de un ente tabernario está delante y no detrás de la barra".
Mimetizarse con el ambiente
Tal vez sea la solución más sencilla pero olvídelo, usted no vale para eso. Lo ha demostrado durante treinta, cuarenta o cincuenta nocheviejas. No sirve para reírse de los peluquines de los cantantes que se menean por televisión, en galas más repetidas que el bicarbonato; ni para cantar canciones ultracongeladas que ya le parecían una mierda en su día, tres décadas atrás; ni para rebañar la bandeja de los polvorones; ni para jugar una partida de bingo familiar. Demasiado tarde se arrepentirá de no haber ido a la agencia de viajes una semana atrás y haberse ido lo más lejos posible, a Laponia, a México D. F. o a Venecia.
Atracar un Chino
Tal vez la peor idea de todas, incluso por delante de la de liderar una Manifestación unipersonal por el Cambio Climático y la Desnuclearización de la Antártida en la plaza mayor del pueblo. Es cierto que el Chino de al lado de casa no cierra ningún día a ninguna hora (que usted sepa), que allí nadie lo conoce porque para los chinos somos todos iguales, pero si usted baja armado de una navaja o una pistola de juguete, en cuestión de segundos va a comprender que lo del Kung Fu no era una exageración ni lo del peligro amarillo una sinestesia.
Ver por fin 2001: Una odisea del espacio de Stanley Kubrick
Para huir de los horrores de la programación televisiva, usted reserva un clásico inalterable de la historia del cine, esperando acabarlo a las tres o cuatro de la mañana, una hora lo bastante tardía para que los malnacidos de los vecinos hayan acabado con las reservas del alcohol o se hayan exterminado entre ellos. Ha escogido la obra maestra de Kubrick porque es una de esas películas de las que usted presume mucho, de las que habla con sus colegas de oficina y que en realidad nunca ha visto más allá del mono chungo y del hueso voltereta. Aproveche que este año se compró una pantalla plana de chorrocientos euros con sonido sunserround para que Richard Strauss y Ligeti compitan a todo trueno contra zambombas y moñerías varias. Sin embargo, mucho nos tememos que le va a pasar lo de siempre: no se va a enterar de nada, no entiende qué pollas pinta ahí ese iPhone gigante y cuando la película entre en el modo centrifugado lo menos que puede ocurrirle es que estampe la pantalla plana contra el suelo, con lo bien que aguantaba las hostias a mano abierta aquel recio Telefunken.
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Saludos
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