Es inevitable, tarde o temprano hay que volver a tragárselas, una y otra vez, vuelven como los mazapanes, como la acidez de estómago, como los polvorones revenidos y las tabletas de turrón duro, algunas de las cuales habría que marcar con una cruz, para que no regresen también el año que viene junto a los alfajores de la abuela. Las navidades son la versión hardcore del Día de la Marmota, aquella horrenda pesadilla nevada de Bill Murray en la que un odioso y amargado locutor de televisión vivía y revivía ad infinitum un mismo día idéntico y estúpido. Estaba condenado a repetirlo, reencarnado en un pueblecito de mierda, hasta que abandonase sus malos modales, hasta que aprendiese a comportarse bien, a amar a su prójimo, a ayudar al necesitado, a convertirse en un buen samaritano, un buen marido, un buen trabajador y un buen imbécil.
Atrapado en el tiempo (que fue el título alternativo de la película en España) habría sido descaradamente obvia si en lugar de ir a entrevistar a la marmota Phil, Bill Murray hubiese acudido al pueblecito de mierda a hacer un reportaje navideño. Entonces habríamos sabido desde el primer minuto qué moralina asquerosa pretendían inculcarnos bajo la apariencia de una fantasía kafkiana. Porque atrapados en el tiempo estamos todos durante las navidades, repitiendo en un dejá vú universal, el de los buenos deseos, la paz y el amor, todas esas estúpidas monsergas con las que pretenden únicamente vaciarnos los bolsillos y que se olvidarán apenas el abeto capado caiga en el cubo de la basura y las figuritas del Belén regresen a sus cajas. El jefe en la oficina será otra vez un canalla sin escrúpulos, el marido volverá a engañar a su esposa, el hijo a portarse como un cerdo. Las guerras, interrumpidas brevemente durante la tregua navideña, se renaudarán para dejar caer sobre el mundo su lluvia de bombas, misiles, balas y cadáveres.
Los surrealistas pretendieron dar al cine un sentido revolucionario y por eso, en la primera secuencia de Un perro andaluz, una navaja corta en dos limpiamente un ojo humano. Es como si Buñuel nos dijera: "Abrid los ojos, mirad ahora". Lamentablemente y salvo gloriosas excpeciones, el cine no ha dejado de ser una fábrica de sueños, es decir, un instrumento de control mental, de propaganda económica y de lavado de cerebro. En pocas ocasiones como en las Navidades se percibe tan claramente esta función del séptimo arte como caverna platónica. No voy a establecer un ranking de las peores películas navideñas porque eso sería prácticamente imposible, el podio se llenaría de Papa Noeles, Grinchs, ciervos, Jim Carreys, Tim Allens y Arnold Schwarzennegers. Prefiero hablar más bien de esas películas que por razones personales, temporales, nostálgicas o simplemente estéticas, vuelven a casa por Navidad como las muñecas zombis del anuncio.
1. Los fantasmas atacan al jefe (1988) de Richard Donner.
MOTION12 (YouTube)
Horripilante traducción de "Scrooged", la versión catódica del Cuento de Navidad, es un cruce entre el Dickens más lacrimógeno y el Bill Murray más histriónico, junto a un montón de efectos especiales de la época, que se quedaron antiguos, y un montón de viejas glorias del cine, que se quedaron por el camino. Hoy esta cansina, previsible y azucarada comedia sobre las relaciones laborales se ha transformado involuntariamente en una película de terror llena de muertos vivientes.
2. La gran familia (1962) de Fernando Palacios y Rafael J. Salvia.
javier txomingo (YouTube)
Hábil y edulcorada propaganda a favor de la reproducción conejil, esta película de 1962 se reprodujo a sí misma en diversas secuelas a cual más pelmaza. La primera, sin embargo, se sostiene por la nostalgia (no vemos la película en sí sino al niño que la vio por primera vez), por el padrino de José Luis López Vázquez al que ese montón de vándalos arruina la pastelería y por el inolvidable abuelito de José Isbert, que perdía a Chencho en la Plaza Mayor la víspera de Nochebuena y, por desgracia, lo recuperaba.
3. La jungla de cristal (1988) de John McTiernan.
Canal de kitustrailers (YouTube)
Unos terroristas bordes deciden joderle el día de Navidad al ex detective de homicidios John McClane, que gasta muy mala leche y una camiseta a prueba de demoliciones. Inverosímil e hiperbólica, supuso el descubrimiento de Bruce Willis como estrella de acción con un toque sádico-cachondo y el de Alan Rickman como villano ridículo aficionado a los cardados excesivos en barberías del extrarradio neoyorquino. En realidad, como señala el poeta Álvaro Muñoz Robledano, la primera y sobre todo la segunda parte de La jungla de cristal son historias de amor inmortal en la que McClane se juega todo por su mujer. Así se lo pagó ella.
4. Plácido (1961) de Luis G. Berlanga.
filmotech (YouTube)
Otro espléndido corte de mangas del tándem más genial del cine español (Azcona y Berlanga), un torpedo directo a la línea de flotación de la sociedad burguesa, cuando unas hipócritas señoronas deciden ser caritativas por un día y lanzan el lema de "sienten un pobre a su mesa por navidad". Nada más oportuno que revisar esta absoluta obra maestra ahora que los concursos y galas benéficas repiten a todo tren esta repugnante engañifa católica.
5. Qué bello es vivir (1946) de Frank Capra.
CINEFILOSRADIO (YouTube)
Hay que decirlo bien alto: el cine de Capra, desde la primera película hasta la última, es más falso que un euro de madera con la cara de Aznar. Que sea también el producto de un supremo demiurgo del séptimo arte sólo hace la cuchillada más dolorosa. La cursilería, la ñoñería, la falsedad y la estupidez bailan a la comba en esta alucinante fábula económica donde un ángel tiene que ganarse sus alas a costa de un tonto de pueblo más inocente que el asa de un cubo. Sí, dicho así suena fatal y sin embargo Capra consigue en esta cinta mítica un irrefrenable canto de amor a la vida calzado dentro del cuento de terror navideño más pavoroso de la historia.