Ay, ese malditismo de clase media

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Cubierta del libro de Luis Antonio de Villena.

Lúcidos bordes de abismo. Memoria personal de los Panero, es un libro escrito por Luís Antonio de Villena, y que ha publicado la Fundación José Manuel Lara, donde cuenta, analiza e interpreta las figuras de Felicidad Blanc y los tres hermanos Panero, Juan LuísLeopoldo María Michi. Villena fue amigo de ellos, de unos más que de otros, pero en cierta forma fue testigo de cosas de cierta trascendencia en lo que concierne a esta familia por cuestiones que tienen que ver casi todo con el vaivén generacional. De ahí, tengo la misma edad que el autor, que al leer este libro haya valorado con cierto deje melancólico todo lo que este tomo contiene de crónica de unos años y, sin embargo, considere un tanto exagerado el aspecto metafórico que la familia Panero adquiere en el mismo. Desde luego no podía tratarse de otra manera siendo un libro dedicado a ellos pero creo que el título del mismo es idóneo porque refleja esa ambigüedad a que me refiero: Lúcidos bordes de abismo es título un tanto cursi pero eso es lo de menos, el problema radica en que da por supuesta una lucidez que puede convertirse en simbólica, icónica dirían algunos, y representativa de cierto ambiente que a todas luces es una exageración y, luego, el subtítulo es ajustado, veraz, tremendo, pues describe lo que es realmente este libro. Una crónica de instantes vividos con los miembros de esa familia. Es en esa descripción, en lo que tiene de crónica, donde reside el valor de este libro.

Luís Antonio de Villena, es cosa de la edad, ha optado felizmente por un estilo tardío, y así se ha alejado de elipsis, incluso narrando escenas comprometedoras, para realizar un ejercicio de crónica personal desnuda y con una buscada sencillez que tenemos que agradecerle. Es lo que sorprende en un primer momento cuando comenzamos su lectura, pero sigo creyendo que realizar para personas como Michi, Leopoldo María o Juan Luís, no digo nada de la madre, el apelativo de “lúcidos bordes de abismo” como medio para resumir su actitud vital no sólo me parece exagerada sino sencillamente falsa. Agradezco al autor que entre tanto recuerdo de malditismo, se me ocurren ejemplos mucho más lúcidos en aquellos años de ejercer el mismo por otros muchos que, por diversas razones, no se han convertido en “icónicos”, cite a Eduardo Haro Ibars, no así a Alberto Cardín, pero cada uno se acuerda de quien quiere, supongo. Creo que esa sensación de falsedad acontece no tanto por el concepto mismo, que habría que revisar y restarle toda la parafernalia simbolista de otros tiempos, sino porque en el fondo Villena no ejerce con ellos la misma actitud que ellos ejercieron con su padre. Yo conocí a Michi, hice el servicio militar con él, años antes de que se rodara El desencanto, y me pareció un tipo estupendo al que había que ayudar porque estaba un poco desasistido, aunque luego con cierta experiencia te das cuenta de que realmente el desasistido eras tú, es decir, era un poco torpe para lo cotidiano, cosa que exigía tal concentración por su parte que aquel que le ayudaba se veía abocado en la práctica a ser su asistente. Algún caso más he visto, sin ir más lejos, Alfredo Bryce Echenique. A Leopoldo María le traté de otra manera, más distante, pero poseía un lado de caradura que cuadraba mal con ese sufrimiento propio del esquizofrénico, que es lo que en definitiva era: copiaba traducciones ajenas con cierta displicencia. A Juan Luís sólo le traté una vez pero me pareció una versión más moderna pero no mejor que la de su padre. Como poeta, claro.

Digo todo esto porque al leer este libro, no digo nada cuando me enfrenté a la histeria mediática desencadenada a raíz de la muerte de Leopoldo María, parecía que se había muerto el gran poeta español de los últimos años, me dí cuenta de las actitudes profundamente provincianas en las que caemos. Es cierto que El desencanto fue un aldabonazo, sobre todo para Luís Rosales, pero había que incluir esta película en el ambiente del momento, en que para combatir el franquismo valía cualquier actitud, aun fuera espuria o tonta o simplemente injusta. Los Panero eran hijos de Leopoldo Panero, con las enormes ventajas que eso llevaba, incluso para ser un peligroso rojo, y creo que lleva a engaño cualquier actitud de exagerada conmiseración ante el padre que tuvieron que soportar. Esa actitud, amén de falsa, es de una corrección política que no tiene en cuenta sencillamente la realidad: el de la privilegiada posición en la que se encontraban y que propició precisamente esa subida a los altares de la trangresión y del malditismo años después. Las víctimas reales de la trangresión sexual y de ciertas actitudes que tienen que ver con el malditismo moderno, tribus urbanas, drogas, compromiso político radical... son incontables, anónimas, son los testigos mudos de la historia, que hermosamente calificó Walter Benjamin. Y convertir a los Panero en símbolo de cierto malditismo de aquellos años, es más, en adalides significativos de la trangresión, me parece una broma o, lo que es peor, una manera muy común de mirar hacia otro lado.

Parece que somos tan medianos que solamente podemos soportar, en lo simbólico, transgresiones como la de los Panero, que son trangresiones un poco de andar por casa. Hay que decir que este libro de Villena roza esa actitud pero felizmente se limita a relatar su amistad con ellos. No hay por asomo en estas páginas comparaciones surreales que quieren hacer de Leopoldo María una versión cañí de Antonin Artaud, como por ahí he visto, pero, con todo, no puede resistirse a esa condición de fascinación que ejerció la clase media en aquellos años. ¡Éramos todos tan pobres!

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