La Galería La Fábrica, especializada en muestras de fotografía hasta el punto de ser el referente madrileño de ese arte, ha publicado un libro de una belleza inusual. Se trata de París Magnum, un álbum donde se recogen unas 400 fotos de las 600.000 que, se calcula, posee la Agencia Magnum y que tienen como protagonista a la capital francesa. La recopilación ha estado a cargo de Eric Hazan y recoge la mirada sobre la ciudad de cuarenta fotógrafos de la Magnum de los que sólo nueve de ellos eran habitantes de la misma.
Una mirada, por lo tanto, volcada a la imagen que el extranjero posee sobre la ciudad, una ciudad que es un paisaje urbano esencial en el imaginario occidental desde el siglo XIX, y que está volcada en rememorar una época muy concreta, la del París de los años treinta en adelante, hasta llegar a ahora. Ochenta años, el tiempo que transcurre para que los grandes fotógrafos de la Magnum inmortalicen la ciudad desde sus objetivos, otorgando a la ciudad unas señas de identidad que es justo la que el turista actual busca en medio de un espectacular decorado: algo terrible, pues esa ciudad llena de humanos es atrayente por lo que justamente no muestran las agencias de viajes, preocupadas solamente por reducirlo todo a un curioso y ominoso parque temático donde el habitante real no existe. Tiene gracia que el primer daguerrotipo de la historia tuviese lugar en un bulevar parisino y sólo una figura se destacase en una calle totalmente desierta, la del único hombre que en ese momento estaba quieto porque le estaban lustrando los zapatos. En esta muestra, por el contrario, lo que habita es el hombre, casi en su totalidad. El decorado, felizmente, queda atrás, salvo el de la Historia: la recopilación comienza con el París que apoya al Frente Popular, puño en alto, en 1932. Ni que decir tiene que la primera parte del libro es el más politizado.
Eric Hazan cree que, al contrario que los literatos, los fotógrafos extranjeros han acertado mejor con la imagen de París, han hecho de ella una ciudad menos estereotipada, menos sujeta a los tópicos, quizá porque, al contrario que los escritores, los fotógrafos no son turistas cultivados. La mayoría de las fotografías son en blanco y negro, por lo que destacan en el libro las rojas del belga Harry Gruyaert, miembro de la Agencia desde 1972. Él, según confesión propia, no es tan humanista como los primeros fotógrafos de Magnum y se centra más en el paisaje que en las caras, atiende menos al elemento humano. Tiene razón: si algo se va a encontrar el observador de estas fotos es que, en la mayoría de ellas, es el elemento humano el catalizador de las mismas.
El libro comienza con la alegría ante las primeras vacaciones pagadas, que hizo en una playa Henri Cartier Bresson, y en ese capítulo el tiempo transcurre hasta llegar al Robert Capa que en 1944 inmortalizó el ataque al Palacio Borbón. Parecería que las fotografías mantienen un tono político inevitable. Algo no muy alejado de la realidad si tenemos en cuenta el período en que las fotos están tomadas, el Frente Popular, la Guerra, la Posguerra... y que además, los fotógrafos de Magnum se mostraban proclives a resaltar ese tipo de detalles, pero entre esas fotos de tema político y las que tomó Marc Ribou de la posguerra, donde era sobretodo el hambre lo que sobresalía, también el frío y que supo captar hasta lo físico, hay ya un abismo: la épica se encoge a favor de lo cotidiano.
Luego, como no, las fotos mucho más relajadas de Raymond Depardon, otro de los fotógrafos belgas de Magnum. Son los años en que el desarrollo económico hace de las suyas y ya se pueden comer ostras en los mercados y hasta soñar con la minifalda. Es por esos años, también, de donde proceden las fotos, hechas por Cartier Bresson, de Samuel Beckett, de Roland Barthes, de Albert Giacometti, de Pablo Picasso, de Albert Camus, Deleuze, Truffaut, Serge Gainsburg... y, luego, de manera casi imperceptible, el paso al color, a las barriadas de negros, argelinos... y mayo del 68. Los fotógrafos se desplazan ahora del centro a la periferia... hasta ahora, tiempo que Hazan resume afirmando que posee la oscuridad que otorgaba Walter Benjamin, era obligado que saliera su nombre, al presente vivido.
El volumen está lleno de nombres que han pasado ya a la historia de la fotografía: Inge Morath, Robert Capa, Abbas, Martine Frank, Joseph Koudelka, René Burri, Raymond Depardon, el mil veces citado Cartier Bresson... lo importante de este libro, desde luego, reside en los nombres, algunos legendarios, que firman las fotos, pero también, no lo olvidemos, la ciudad tomada en distintos momentos de su historia, una historia que es un laberinto y que, vista así, en ochenta años, nos sumerge de lleno en un marasmo que conviene tener presente, el del laberinto de la gran ciudad, donde habitamos hoy día la mayoría de los seres humanos.
París, sí, pero una ciudad hecha realidad gracias a la mirada de estos fotógrafos. En puridad, el libro puede ser tomado como una invitación a que cada uno de nosotros realicemos nuestra personal e intransferible visión de nuestra ciudad. En eso consistió en cierta manera la pedagogía periodística de Magnum, si es que puede hablarse así, la de demostrar mediante las fotos de lo cotidiano que cada cual puede buscar su peculiar visión de la ciudad sin intermediarios. Es una invitación a no dejarse influir por otros y no es contradicción. Magnum siempre realizó una pedagogía de la libertad que conviene tener en cuenta.
El libro es grandioso. De lo mejor editado en fotografía ahora. Lo que es decir mucho.