Un paseo por las páginas de la historia de España deja ver cómo se han perdido oportunidades de oro para la modernización de nuestro país: cuando parece que saca la cabeza del fango, una marcha atrás, un despropósito político, una guerra, lo sumen en la oscuridad otra vez. No hay que salir del siglo XX para comprobarlo, ni del XXI, que se ha estrenado con la clásica crisis financiera, esta vez global, encargada de bajar la testuz de los arrogantes españoles que pretendían vivir en un deseable estado de bienestar.
Una de esas oportunidades estuvo, sin duda, en la Segunda República, malograda por actuaciones equivocadas que terminaron en caos, muertes violentas y guerra. Ese primer tercio del siglo XX, llamado Edad de Plata, del que se habla mucho en la Residencia de Estudiantes de Madrid, hace coincidir a gente valiosa, “hombres y mujeres que creían en el progreso y la bonhomía, la fuerza de la cultura, el poder de los libros, cierta estética burguesa unida a planteamientos modernos y audaces para la época”, como dice Inmaculada de la Fuente, autora de un libro, Las republicanas burguesas (puntodevistaeditores.com, 2014), que se ocupa de abrillantar la memoria de catorce mujeres notables, apagadas en parte por sus notables maridos –caso de Zenobia Camprubí, casada con Juan Ramón Jiménez-, en mayor medida por el exilio y la represión derivados de la guerra civil.
La “España que pudo ser”, como escribió Carmen de Zulueta -escritora que acabó sus días en el exilio de Estados Unidos, donde profesó en Harvard-, reunió a individualidades irrepetibles que “querían superar la caspa y la ignorancia, ir de la España 'galdosiana' a la 'orteguiana', apelando a las propias raíces y a la cultura europea, apoyándose en la educación”, comenta De la Fuente a cuartopoder.es.
A vueltas con la educación en España, un tema pendiente que parecen incapaces de resolver las fuerzas vivas actuales, como si de una maldición se tratara. En el fondo de los problemas de España sigue habiendo un problema de escuela. Pero, a lo que vamos.
Intelectuales como María Moliner, la autora del Diccionario de Uso del Español, y su hermana Matilde, de la que se sabe menos; bibliotecarias como María Brey, la tía roja de Mariano Rajoy, la primera arquitecta en España, Matilde Ucelay, periodistas como Josefina Carabias e Isabel Oyarzábal, que también fue diplomática; escritoras como Mercé Rodoreda, pintoras como Remedios Varo, Angeles Santos, precedidas de María Blanchard, son contempladas en este libro, porque como explica la autora: “Por sí solas, muchas de ellas merecen o ya tienen su propia biografía: yo misma he escrito con anterioridad las de Constancia de la Mora y su hermana Marichu [La roja y la falangista, Planeta 2005], y la de María Moliner, pero juntas ofrecen un mosaico compacto de su tiempo, sus avatares y sus logros. Y sus derrotas: el exilio unas, como Carmen de Zulueta, Isabel Oyorzábal o Zenobia Camprubí; el ostracismo temporal tras un corto exilio en Francia, como le pasó a Josefina Carabias, que tuvo que firmar con seudónimo unos años; el silencio de la posguerra reflejado en su creatividad, como experimentó Ángeles Santos. O la depuración y la invisibilidad profesional que sufrieron en sus respectivos campos María Moliner y Matilde Ucelay."
Cuando se habla de la Edad de Plata, prácticamente sólo se menciona a María Zambrano entre todos los hombres. El podio de notables excluye a mujeres quizás porque la curiosidad de los españoles por su propia historia no da para mucho esfuerzo (¡oh, vaya, otra vez lacerando!).
Para Inmaculada de la Fuente: “Las más conocidas tienen gancho, son mujeres fuertes. Y las menos estudiadas suelen deparar sorpresas. Y te dices, pero estas mujeres, ¿por qué no son más conocidas? Al final, ves que es una atmósfera generacional, una época de superación y de siembra para un futuro que, en su caso, fue bien diferente a como lo creyeron”.
Sí, la guerra acabó con todo, o casi. También para ellos, claro está. Pero, otra vez, a ellas les tocó el gordo de las desgracias. Aunque su mejor defensa fue la fe y el entusiasmo (del griego: “el dios dentro de sí”) con que dedicaron sus vidas, contra viento y marea, a lo que amaban: al pensamiento, al arte, a la creación, a los libros.
De entre estos nombres, el de la autora del Diccionario de Uso del Español, que no fue admitida en la RAE, por cierto, es el más cercano a Inmaculada de la Fuente: “A María Moliner la he estudiado a fondo. Moliner es “la niña de mis ojos”. Había una imagen estereotipada de ella como señora recoleta que hacía un Diccionario como si tal cosa, o, en el mejor de los casos, un retrato mitificado, como el de García Márquez: “escribió sola, de su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana”. He hablado con familiares suyos, pero son muy discretos y su hija, por ejemplo, tenía cuidado en hablarme de temas de la infancia o profesionales. Lo extraordinario, cuando abordé la biografía de María Moliner, en torno a 2009, es que no tuviera una biografía. Yo he tratado de rastrear toda clase de documentos y dediqué mucho tiempo a verificar si había sido o no alumna de la Institución Libre de Enseñanza (había ido por poco tiempo y lo dejó por motivos económicos, por eso existía la duda incluso dentro de sus familiares); pero Moliner era un buen reflejo de la influencia de la ILE en su actitud y en sus retos. Algo que luego representa sólo unas páginas en una biografía. También investigué, naturalmente, su vida profesional antes y después del Diccionario. Aunque el personaje es muy rico, quisiera haber contado con más material intimista para acertar más en su retrato”.
La mayoría de estas mujeres se instruyeron, en efecto, en la gran invención de la Institución Libre de Enseñanza, en aquella España en la que sólo una minoría accedía a la educación: “La ILE trajo una forma de enseñar y de estudiar más cercana, apoyándose en valores como la laicidad, la tolerancia y el amor por las bellas artes y la naturaleza. Son valores incorporados a la enseñanza, pero también difuminados. A veces se dan por supuestos, y habría que revitalizarlos en la sociedad y no sólo en las aulas. En éstas hace falta una nueva metodología, casi una revolución, porque se sigue enseñando como hace un siglo y los contenidos se actualizan pero mantienen el mismo método. Es la revolución que más falta hace”.
Es la revolución que el exilio y el ostracismo al que fueron condenadas estas personas dejaron pendiente en España. Lo seguimos pagando generaciones de españoles: esa indiferencia de la ignorancia, ese legendario autodesprecio. De modo que libros como éste ayudan a aplicar un bálsamo en la herida de las dos Españas, como escribió Machado, Antonio. Mejor no confiar en el de Fierabrás.
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