La luz del yoga, BKS Iyengar

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Cubierta del libro
Cubierta del libro / editorialkairos.com

Ya lo habrán leído, especialmente quienes tenían noticia de él y sus enseñanzas, murió a los 95, BKS Iyengar, en India, donde la esperanza de vida no era ni de 30 años al nacer él. Empiezo declarando mi gratitud por lo que me ha enseñado este hombrecillo feúcho, malencarado, de pecho de ave y zanquilargo, que se contorsionaba humildemente ante quien  quisiera contemplarlo para mostrar las posibilidades y los límites del cuerpo humano, su conexión directa con el ánimo y la mente –eso que ahora ya hasta los médicos más avispados admiten- y, lo que es más, su potente derechazo al alma.

Guru, en sánscrito significa maestro, y eso es lo que era Iyengar. El médico le había dado unos pocos años de vida, hasta los 20, a lo sumo, cuando, de pequeño, padeció tuberculosis, malaria y no sé qué más desdichas provenientes de la miseria material de su familia. Alguien le enseñó yoga, cuando adolescente, para combatir sus males, y él se fue convirtiendo en un apasionado, al ver cómo se paliaban sus dolores y se fortalecía su cuerpo con la práctica diaria.

Iyengar no es resultado de una moda, ni producto de una campaña de mercadotecnia californiana. Tampoco ha salido del trippie que los Beatles se montaron en India, con el Maharishi Yogui. La fortuna hizo que el violinista Yehudi Menuhin lo conociera en un viaje que hizo a Bombay, cerca de Puna, donde se encuentra el Instituto Ramamani, fundado por Iyengar. Los violinistas tienen  problemas con el cuello y la práctica del yoga puso las pilas al gran intérprete que, desde entonces, se convirtió en el mejor propagandista de guruji.

El maestro del yoga especial para occidentales, menos acostumbrados a gestos como acuclillarse con facilidad,  no sólo ha enseñado personalmente a miles de gentes de todo el mundo, también ha escrito libros memorables que arrojan luz sobre una materia de la que todo el mundo habla pero pocos conocen de verdad. Es el caso de La luz del Yoga (Kairós, 1994), un libro que abrevia el canónico Luz sobre el Yoga,  que en España se publicó por vez primera en 2005, también por Kairós.

La editorial de Salvador Pániker ha sido la encargada de publicar en España otros títulos igualmente recomendables, no sólo para los practicantes sino para todo vecino que sienta curiosidad por lo que sea eso del yoga que parece tan de moda desde hace tanto tiempo: Luz sobre el Pranayama (1997), El árbol del Yoga (2000), Luz sobre los Yoga Sutras de Patañjali (2007) y, por último, aunque no menor, Luz sobre la vida (2007). También en 2007, Kairós publicó un Manual de iniciación, firmado asimismo por Iyengar, que anima a futuros practicantes. En él se facilitan pequeños recursos que alientan la práctica, ya que empezar con La luz del yoga puede resultar algo disuasorio para la mayoría de los mortales.

Si fue o no casual en encuentro de Menuhin e Iyengar nadie puede saberlo, pero las casualidades hacen la vida, también la de los humanos. Gracias a ésta conocimos muchos lo que sólo puede conocerse por la práctica del yoga: que la felicidad es un estado de quietud y claridad de ideas que sólo se logra con mucho esfuerzo, pero que merece la pena. Que del cuerpo de cada cual sólo puede ocuparse uno mismo y así, por el yoga (“unión del cuerpo con la mente y el espíritu”), puede cada quien tratar de evitar la enfermedad o combatirla. “Si todo el mundo practicara yoga las farmacias tendrían que cerrar”, ha dicho en alguna ocasión.

Sólo que el yoga no es un mando a distancia con el que se zapea cuando duele algo, sino un compromiso de permanecer en el dolor cuando hace falta, sin miedo ni sacrificio. “La salud no es una mercancía con la que pueda negociarse. Tiene que ser ganada a través del sudor”, dice en uno de sus libros. Cuesta y cansa, como trabajar –Pavese dixit-, pero qué placer cuando se atisba una chispa de luz en la tarea, amigos.

Como publicó The New York Times, hace doce años, probablemente nadie ha hecho más que el señor Iyengar por traer el yoga al mundo occidental. Por propia confesión, el yogui había asegurado que estaba tan agradecido por lo que el yoga había hecho con su vida que siempre buscó compartirlo, enseñarlo, decirlo por todas partes. No es para menos.

Para los que ignoran todo o casi del yoga, sólo una pequeña reflexión –que, en todo caso, no va a aclararles nada; ya he dicho que al yoga se llega por el yoga, así que no hay nada que hacer ni decir fuera de eso- muy ajustada al tiempo en que vivimos: “Antes de la paz entre las naciones, tenemos que encontrar la paz dentro de esa pequeña nación que es nuestro propio ser”.

El lo hizo como ejemplo. Lástima que los ejemplos más sonados nunca tienen su cara y sus maneras, sino otras que aplaude la sociedad y que se dirigen más bien a la separación, el maltrato, la desconfianza, el miedo. El mal rollete, en definitiva.

Gracias a cuartopoder.es y a sus lectores por permitirme dejar aquí escrito mi anhelo, que es el del maestro Iyengar, y que es causa de que no me parezca que haya muerto: “Que mi final sea tu principio”.

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