La batalla de Cerro Negro

Pascual García

Hace años que, por estas fechas, hago el petate, meto la acústica en su funda y baro unos días -por aquello de lo de los bares- en una playita bonita y medio triste de Almería donde se levanta un edificio de dos plantas y media, un lugar de acceso público cuyos propietarios, además de suministrar alcohol y tabaco, regalan lunas rotas —allí siempre está menguante— y canciones buenas de Van Morrison, de la Creedence, de Kiko Veneno… Desde hace unos cuantos veranos alquilo quince días una desvencijada suite en el bajotecho del reparador establecimiento. Allí bebo y fumo hasta que quedo rendido. Entonces sólo tengo que subir a cuatro patas la maldita escalera de caracol que conduce al cuarto grande y abuhardillado para empezar a girar y a paladear el sabor picante del NAPAL que arrasa sin remedio las preciosas aldeas del Cabo de Gata, con sus gentes amarillas y sus simétricos campos de arroz... El que yo alquilo es un cuarto de treinta metros cuadrados en el que ningún hombre, ninguna mujer, ha estado de pie jamás; es el cuarto de 1,30 de alto donde todo el mundo se pone de rodillas para beber, para comerse algo, lo que sea, para vomitar. Este invierno no he sido capaz de reunir los 500 euros que me cuestan los quince días de alquiler -precio de amigo, ya sabes,- así que he decidido atracar a un ciego de la ONCE… El palo ha sido un jodido éxito... Salgo para allá...

'Coge la guitarra', de Kiko Veneno. / Josep Romero (YouTube)