Edgar Degas y sus amigos

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Mile Dembowska, 1958. De Edgar Degas. / fundacioncanal.com
Mile Dembowska, 1958. De Edgar Degas. / fundacioncanal.com

Se inauguró en la Fundación Canal Isabel II, en la calle Mateo Inurria donde estará abierta hasta el 4 de mayo, la muestra Edgar Degas. Impresionistas en privado, que constituye una de las exposiciones más curiosas y mejor pensadas de las realizadas con pintores impresionistas. Se dan cuenta de más de cien obras del artista francés y de otros colegas suyos en los que la temática es la intimidad. Degas tenía fama de hosco, pero era sociable, a pesar de la leyenda, y esta muestra es la acendrada demostración de lo dicho. Consta de dibujos, grabados, monotipos de artista y fotografías, además de tres autorretratos poco conocidos y dibujos de su familia, de su hermano Achille, de su sobrina, de su sirvienta Sabine Neyt... Una obra en papel de una importancia extraordinaria.

Esto en lo que respecta a Degas. En lo que concierne a los amigos, nos topamos con obras de Cézanne, Manet, Toulouse Lautrec, Odilon Redon, Marcellin Desboutin o Henri Regnault, en fin, una galería de pintores extraordinarios que hacen que esta exposición semeje un gabinete afín a aquellos del XIX en que se representaba a los amigos, a los familiares, y todo ello en los comienzos mismos de la fotografía, a la que Degas fue un gran aficionado, como otros artistas de índole radicalmente opuesta, como el novelista Emile Zola, cuyas fotografías de lugares de Francia e Italia, al modo de un turista moderno, constituyen una especie de guía del pasado extraordinaria.

La importancia otorgada a la fotografía, por otro lado, no tiene nada de excéntrico. El invento era nuevo pero en el imaginario de los escritores, el naturalismo, como de los pintores impresionistas, estaba el de dar cuenta casi fotográfica de la realidad mediante experimentaciones continuas con el color. Paradojicamente fue ese estallido de las posibilidades del color lo que alejó a los impresionistas de la fotografía esclavizada al blanco y negro, y les permitió una relevancia de la pintura que se veía abocada al oscurecimiento, los más pesimistas hablaban incluso de la desaparición de la pintura, en aras de una nueva tecnología.

Y ni que decir tiene que Degas, en punto a reflejar la realidad circundante, cotidiana, no tiene rival entres sus contemporáneos. Es el artista que se inmiscuye entre la gente, en sus calles, y congela movimientos antes impensables... la pierna levemente tendida de una bailarina, el descanso en una sesión de ballet o, por el contrario, una sesión de duro trabajo al modo en que los caballos toman una curva en la carrera, en fin, dar cuenta del movimiento a través del instante. En Degas está ya inscrito el imaginario fotográfico del arte en formatos pictóricos y escultóricos. Forma parte de la gran fascinación que ha tenido siempre este artista, incuso en el mundo de hoy, acostumbrado ya a la mirada hiperrealista.

La obra expuesta pertenece a la colección Robert Flynn Johnson, conservador emérito del Museo de Bellas Artes de San Francisco. Flynn Johnson, que estuvo presente en la presentación de la muestra, explicó la fascinación que le produjo siempre la obra de Degas y cómo, en un momento determinado, decidió coleccionar sus obras en papel. Piensa que no hay mejor observador de la naturaleza humana en el arte desde Rembrandt: “Es el artista al que más le ha interesado investigar sobre el espíritu de las personas. A diferencia de otros impresionistas, más entregados al paisaje o al bodegón, a Degas le motivaban las personas. Todos sus dibujos hablan de su personalidad. Como les ocurría a otros muchos, sus dibujos muchas veces no están terminados. Recogen la emoción e inspiración del momento. De él también me interesa su curiosidad por todo, pintura, escultura, grabado, fotografía”. No se puede explicar mejor.

Ahora, después de muchos avatares y cálculos, Flynn Johnson ha logrado rentabilizar esta colección paseándola por el mundo. La gracia de esta muestra consiste en que es una colección coherente de la primera a la última pieza, es decir, posee una intencionalidad. De ahí esa sensación de privacidad, de intimidad, que recoge al visitante, recogimiento al que, desde luego, colabora en gran medida la temática de la obra expuesta. De esta manera tendríamos una muesta que destila privacidad sobre una obra cuyos temas son los amigos y la familia.

De lo expuesto habrá que destacar los monotipos, porque son una peculiar mezcla de pintura y el grabado, algo que a Degas le gustaba sobremanera, su colección de fotografías , de rara belleza, y algunos dibujos espléndidos, como el de Baudelaire. Aun y así, la exposición fascina porque los dibujos son parte del aprendizaje de un artista y aquí tenemos, por un lado, los dibujos que el joven Degas realizó copiando clásicos en el Museo del Louve y, por otro, los dibujos que sirvieron de soporte a composiciones pictóricas suyas que le han dado fama y excelencia. Una especie de cuarto trastero que posee un encanto a veces muy superior al rutilante comedor porque nos enseña las entretelas.

El mercado está aquí ausente ya que estos dibujos los realizó Degas para sí mismo, y esa gratuidad es de agradecer porque nos dirige la mirada a un artista que no pensaba en encargos sino en aquello que gustaba hacer con enorme relajación. De ahí la sensación de cierto goce irreal de la muestra, que no impide que haya obras de gran intensidad, caso del dibujo antes mencionado de Baudelaire.

Una exposición distinta a las habituales. La exposición de un coleccionista. De ahí su coherencia.

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