Sigo la obra de Isaac Rosa desde que llegó a mis manos como novedad El vano ayer, luego la reelaboración de La mala memoria en Otra maldita novela sobre la guerra civil, a la que siguieron El país del miedo y La mano invisible. Recuerdo aún que cuando me enfrenté a las primeras páginas de aquella ya lejana para mí El vano ayer, supe que me encontraba ante un narrador, ¿tengo que decir de raza, a pesar del tópico? De esos que salen pocos cada cierto tiempo y viven por encima de todo la pasión de la literatura. No es cuestión de gestos, es una conformidad que tiene que ver con el talante que se fija detrás de lo que uno está leyendo y que es una certeza, inequívoca, además. Supe, esto ya es más obvio, que aquello que me estaba contando tenía un valor que no se me escapaba y que creí precioso, el testimonio de un miembro de una generación que mira hacia atrás, el pasado inmediato, quizá el de sus padres, y lo interpreta de manera certera, verdadera, pero alejada de como podrían hacerlo aquellos que vivieron los acontecimientos narrados.
Me sucedió con su novela sobre la guerra civil, tan distinta de la mirada de la generación a la que pertenezco y, desde luego, de aquellos que la sufrieron. De nuevo me sucedió que me enfrentaba a una interpretación del pasado muy distinta a la de las generaciones precedentes, incluso a la mía, y esa atracción hacia su punto de vista es lo que constituyó para mí cierta postura genuina ante el hecho literario. Isaac Rosa es autor que sigue la estela del buen realismo español y, creo, es el miembro más joven de algunos escritores pertenecientes a esa estela que estimo y respeto. Pongamos por caso Manuel Longares, pongamos por caso Rafael Chirbes. Isaac Rosa, a diferencia de Longares y Chirbes, tiene una tendencia a dirimir ciertas cuestiones en la tribuna pública, es un publicista de cierta consideración, y eso quizá sea la causa probable de que sus novelas atiendan a cuestiones alejadas en apariencia de la actualidad y, a la vez, muy apegadas a la crónica implacable y feroz de la realidad. Igual en esto a Rafael Reig, un autor de su generación pero muy distinto en el modo de encarar lo literario. Esto no es contradictorio y se resuelve en una querencia hacia cierta escritura cada vez más escueta, más proclive a lo metafórico… como si la fijación en ciertos aspectos del realismo llevaran aparejados, con la edad, cierta experimentación en los brochazos expresionistas para tender luego a una literatura de clara sensibilidad metafórica. Le sucedió en su momento a Luis Mateo Díez, le sucedió en su momento a Manuel Longares, le está sucediendo a Isaac Rosa… por lo menos es lo que se desprende de su última novela, La habitación oscura, que ha publicado Seix Barral.
Sucede que este libro ha sido saludado como un retrato generacional, y es de suponer que ese retrato generacional corresponde por edad al que pertenece el autor. He leído la narración y entiendo que ese aspecto es lo menos relevante de una novela plagada de aciertos. Leyendo el libro caí en la cuenta de que pertenece a esa tradición terrible y, a la vez hermosa, de los escritores que tienen preferencia por los espacios cerrados. Suelen ser escritores de profunda carga expresionista: desde Las memorias del subsuelo, de Fedor Dostoievski, al Andrei Platónov de La indagación, al Kobo Abe de El libro de arena, todo ello por no referirnos a la determinante sombra de Franz Kafka, y de esas narraciones suelen dirimirse grandes visiones y modos metafóricos de percibir el mundo, de aprehenderlo. Todo ello tiene sus orígenes en un mito platónico, el de la caverna y el modo de conocer, y creo que La habitación oscura, novela inquietante donde las haya, indaga en las consecuencias de un mundo al que le han arrebatado la luz. No hay ya, por tanto, sostén lumínico, aquel consagrado a Apolo, aquel que manda sobre las formas y por tanto mantiene a raya lo oscuro, lo informal, el caos, en definitiva.
El hallazgo de esta novela se encuentra en la actualización de ese mito fundacional de nuestra cultura y es en esas actualizaciones donde uno sabe que se ha topado con la buena literatura. Pero lo que aquí he contado no rinde justicia a la excelencia de esta narración pues no cuenta la carne del asunto, que es en definitiva donde se dirime la literatura. Y si a eso vamos podemos conjeturar, aventurar un retrato generacional, pero siempre que tengamos en cuenta que esa fijación por unos personajes concretos no significa que se agoten ahí.
El estilo de Isaac Rosa mantiene una media distancia idónea para dar cuenta de lo narrado. Podría haber planeado hacia una narración más escueta, más terrible, en definitiva, pero no creo que eso haya sido la intención del autor. Isaac Rosa es autor al que se le da bien la ironía, incluso lo paródico, pero rara vez cae en la farsa. La novela está estructurada en varias partes y cada una de ellas se comenta de otra manera bajo el epígrafe REC. Esta manera de estructurar la narración tiene mucho de hallazgo ya que se imbuye de dos maneras de percibir la realidad de distinta cualidad. Tengo que decir que donde el autor brilla con especial intensidad es en el apartado REC, porque Isaac Rosa es autor dotado para el estilo pulido, pero tiene la habilidad de no caer nunca en la retórica de esa habilidad.
Novela muy medida, muy ajustada, La habitación oscura es una muy buena narración y viene a dar el espaldarazo a una trayectoria literaria muy sólida y que afortunadamente ha dejado atrás ya el calificativo de promesa.