Teatro por dinero y lo que haga falta

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Elvira Huelbes

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Cartel de 'Cerda', una de las obras que se representa desde el 5 de septiembre. / lacasadelaportera.com

Por más que sea humano errar o llegar tarde a los sitios, me parece imperdonable que no les haya hablado hasta ahora del “microteatro” que ha estado funcionando en el cálido verano de Madrid. Así que lo hago, arriesgando sus reproches, porque, aunque las funciones cerraron este domingo 25, abrirán con más brío e ideas brillantes a la que despunte septiembre con su aclamada rentrée, cada vez menos destellante, todo hay que decirlo, a causa de las apreturas que sufre la cultura siempre que hay crisis.

Si de apreturas económicas se trata, hacer Teatro por Dinero no puede parecer más que una honrada e imaginativa forma de ganarse la vida. El invento ya sonó con fuerza, cuando lo formó un grupo de inquietos cómicos, hará unos cuatro años, en Madrid, preocupados por el derrotero que toma la escena en España. Ahora ya se ha exportado a otras ciudades y países, que los buenos inventos cunden con rapidez.

Se trata de representar pequeñas piezas en lugares pequeños, con un escaso público, pagando poco y con un reducido elenco de actores. La fórmula exitosa consiste en que el resultado sea bueno, bonito y barato: el huevo de Colón. Pero a alguien se le tenía que ocurrir.

Teatro por dinero es una iniciativa de Miguel Alcantud, creador polifacético, autor del film Diamantes negros, sobre el mercadeo de chicos africanos para el negocio del fútbol; y es una iniciativa que funciona en todos los sentidos, cuando parecía que el teatro era materia lejana, e iba perdiendo adeptos. En un espacio, que había sido prostíbulo anteriormente, el espectador casi interactúa con el actor, más que limitarse a mirar. Quince metros cuadrados para quince espectadores donde se estrenan obras de quince minutos, de autores noveles y conocidos. Dieciocho obras al mes. Hay que ir a ver cómo va eso.

Cuando parezca que el verano ha desaparecido de la memoria colectiva de este año, siempre quedan los viernes y los sábados y hasta los domingos para encerrarse con actores y encontrarle otro sentido a la vida distinto al de la mesa del ordenador, el cubo de la fregona, el mostrador del bar o los viajes de negocios.  

Un caso parecido pero diferente es el de La Casa de la Portera  que en sus 100 metros cuadrados de superficie sorprende a quien quiera dejarse caer por el barrio de La Latina, con representaciones de distinta laya, surgidas de azoteas ocurrentes como las de José Martret y Alberto Puraenvidia.Gran éxito cosecharon hace un año con Ivan-Off, versión libre de la obra de Anton ChéjovIvanov, a cargo de Martret.

Constatar que el teatro no ha muerto es una buena noticia en medio de tantas malas noticias. Así que habrá que tomar nota para que agosto siga en septiembre y más adelante.

Mientras se van familiarizando con este teatro que, aunque pequeño no debe confundirse con cosa ligera, yo les propondré una velada con cena en un jardín, al aire fresco –ejem- del cielo madrileño, mientras agosto se va a pasos agigantados y unos locos vestidos con alegres colores les amenizan el postre con una comedia musical desopilante que remite, en ocasiones, a las funciones cochambrosas del teatro chino, en plan sicalíptico y disparatado.

Se trata de La esmeralda de Kapurthala, en el teatro Galileo, una obra escrita y dirigida por Marta Torres, por la que recibió el Premio Max. La obra cuenta, en clave de humor, la vida de un personaje real, la bailarina Anita Delgado, de la que se enamoró el maharajá de Kapurthala, en 1906, cuando España andaba en fiestas de compromiso de Alfonso XIII con Victoria Eugenia de Battenberg. Anita acabó casándose con él y convirtiéndose en maharaní. El asunto da para muchas risas y un buen rato en la terraza del teatro. Algún vecino ha protestado por el ruido, lo que quizá habría que procurar corregir en estas noches calurosas en las que es difícil conciliar el sueño.

 Información útil: Microteatro por dineroLa Casa de la Portera y Teatro Galileo.

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