Juan Ángel Juristo
¿Cómo representar el horror? Esta pregunta me ha surgido a raíz de la lectura de El Escarmiento, la última novela de Miguel Sánchez Ostiz, que ha publicado Pamiela, y al modo casi de documental con el que ha tratado la represión del General Mola en Pamplona los primeros días de la guerra civil. Sánchez Ostiz es un autor del que siempre admiré su marcada excelencia narrativa y ensayística, y del que considero que dos novelas suyas, Las pirañas y La flecha del miedo, se encuentran entre las mejores publicadas en nuestra narrativa desde los años ochenta. El autor fue siempre proclive a mirar de frente ciertas situaciones y no refugiarse en excusas más o menos bien formuladas. De hecho, todo el ciclo narrativo que se abre con Las pirañas, en 1992, y que continúa, mediante la invención de Umbría como paisaje emblemático –Un infierno en el jardín, de 1995, La caja china, de 1996, No existe tal lugar, de 1997, y la culminación en una explosión de voces narrativas con La flecha del miedo, publicada en el año 2000–, es una invectiva contra la asfixia de la vida provinciana. Miguel Sánchez Ostiz siempre llevó a cabo una literatura de denuncia, no una literatura política, no una literatura ética. Sus deudas están en el ensoñado y patológico mundo de William Faulkner, en cierta manera, y desde luego en el modo de enfocar el mundo como farsa de Louis Ferdinand Céline, aunque la invectiva, que se le da tan bien, procede de un paisano suyo, Pío Baroja, autor que Miguel Sánchez Ostiz ha estudiado con ánimo prolijo e intuición certera. De hecho bien podría afirmarse que en ciertos aspectos la invectiva en la literatura desde don Pío no ha tenido alumno tan aventajado.
En estas novelas la eficacia de la invectiva se logra gracias al uso de la hipérbole –a la admiración por lo grotesco; Solana está detrás de todo esto– al modo de un sfumato, y de la farsa, y, sobre todo, por una fuerza idiomática nada común entre sus contemporáneos. Ello ha dado como resultado una retórica que acompaña a ese ciclo narrativo, una retórica de una sola voz, salvo en La flecha del miedo, donde ésta, la que corresponde a Juan Fernández Lurgabe, ventrílocuo, se divide en las de la multiplicidad de sus muñecos, la Wendy, el Doctor Mabuse y Robin Hood. Gracias a este recurso, la denuncia de la corrupción moral, del delito impune, de la desvergüenza, del envilecimiento a que están sujetas sobre todo las rampantes clases medias, se desplaza hacia un prisma de voces narrativas varias que enriquecen lo descrito al no poseer sólo una sola voz denunciadora, que hubiese convertido la historia en un sermón a lo Savonarola donde no se hubiese librado ningún estamento, constructores, abogados, policías, nacionalistas… y donde de hecho no se libra ninguno, salvo que gracias a esa multiplicidad se logra un grado de verosimilitud literaria mucho mayor.
Esta multiplicidad de voces, que es parte fundamental de la eficacia de La flecha del miedo, está presente en El Escarmiento de forma esencial, pero construida de una forma harto curiosa. En su blog, el autor explica que este libro fue una idea que le rondaba desde 2005 y que lo concibió como un artefacto narrativo, como un libro híbrido: “Al principio trabajé sobre el supuesto de los diarios robados del general Mola, los diarios que fueron sustraídos de su mesa de despacho, después de que violentara la cerradura el mismo día de su muerte. Se acusa de este acto poco noble al coronel Solchaga, un tipo violento y oscuro que mientras Mola vivió, lo hizo a su sombra. El general dejó a su espalda documentación sobre cómo organizó aquella carnicería, desde Pamplona: está el archivo de Maíz, su secretario, custodiado en el Archivo Real y General de Navarra, de acceso restringido, y hubo otros que fueron destruidos: el de Garcilaso, las memorias de José María Irribarren…”
Luego, la visita que hizo al Fuerte de San Cristóbal en 2011, junto a algunas víctimas de la guerra, le hizo caer en la cuenta de que Pamplona fue el epicentro de la represión que luego se extendió por toda España y que ese hecho marcó a toda su generación. De esa impronta y, a la vez, el dar cuenta de la documentación hallada, surge la originalidad de este libro que supone una nueva forma de abordar los temas recurrentes en su obra anterior pero desde una nueva óptica. El Escarmiento sería, pues, la primera parte de un ciclo de dos en el que la segunda, que ya tiene título, El botín, se centra en lo que supuso el repartirse las riquezas de los afines a la República en la inmediata posguerra y la aparición de nuevas fortunas en la Pamplona de esos años. La guerra como negocio.
Hay muchas maneras de leer este libro, pero creo que el enfoque pertinente bascularía entre el informe documental, terrible, y dotado de una eficacia narrativa muy alta para describir ese horror, y, por otro, una incidencia en los temas de la asfixia de la vida provinciana, tema recurrente en su obra, pero que aquí se perfila como una indagación en el origen de esa asfixia y que el autor antecede en la brutal y amarga represión que el general Mola ejerció en la ciudad, una represión que debía causar terror entre la población como objetivo a lograr. De ese horror el libro no nos ahorra detalle, y Miguel Sánchez Ostiz ha empleado una técnica periodística que resulta de una gran eficacia, pero junto a ese enorme caudal de información, en muchos casos desconocido por la mayoría de la población, el autor se demora en un rosario de anécdotas que me resultan familiares porque pertenecen a cierta obsesiones suyas, como el casi fusilamiento de Pío Baroja, evidentemente magnificado, o la enorme cantidad de traidores, véase Agustín de Foxá, que pululaban por Biarritz contemplado la guerra desde la barrera y conspirando contra el Gobierno legal.
Un libro importante que pasará desapercibido porque es incómodo por varios motivos: apela a la memoria histórica más abrumadora, la colectiva, y no deja cicatrizar falsamente las heridas. Como toda la literatura de Miguel Sánchez Ostiz, es un grito y un grito que siempre tiene como protagonista a Pamplona. No siempre la ciudad ha sabido merecerle.
Gracias, señor Juristo, por dar a conocer libros que son ignorados por razones ajenas a las literarias.
Estuve en la presentación del libro que se realizó en los Institutos de la Plaza de la Cruz de Pamplona, allí lo compré y lo he leído con sumo interés, pese a la dureza del tema. Miles de asesinatos sin ningún tipo de justicia ni reparación. Gran escritos y mejor persona