En el Círculo de Bellas Artes madrileño se exponen algunos cuadros de Elmyr de Hory, un pintor húngaro cuya característica más acendrada era su capacidad de empatía, de identificación con el alma de un pintor. Gracias a esa facilidad, bien es cierto que se le daban mejor unos que otros, se dedicó toda su vida a pintar “a la manera de…” y a inundar de cuadros de artistas famosos museos de medio mundo. La exposición del Círculo de Bellas Artes muestra los cuadros que Elmyr de Hory pintó a la manera de pero con su firma, por lo que no hay fraude, sólo cierta conmiseración kitsch de alguien muy dotado pero carente de estilo propio: nada sería más equivocado que pensar esto. Elmyr de Hory poseyó un lado proteico que hizo que el mundillo del arte contemporáneo se inquietase un poco en los años sesenta porque, aunque algo hay de cierto en ello, la mayoría de los pintores del siglo XX se mostraban demasiado prolíficos, y aquello dio que pensar… a las instituciones y a la policía. Incluso hoy día hay mucha opacidad respecto a los cuadros sospechosamente pintados por Elmur de Hory que se cuelgan en museos famosos con la firma de Matisse, de Picasso, Vlaminck, van Dongen…
Además, esta exposición posee cierto encanto para algunos que tenemos ya cierta edad, porque este hombre, legendario dentro de los entresijos del mundillo fraudulento del arte, fue el protagonista de una película de Orson Welles, inteligentísima, llena de finura, sobre el fenómeno: F de Fraude, filmada en 1973, donde podíamos contemplar peroratas del gordo Welles sobre la autoría en la obra de arte mientras, a lo lejos, se contemplaba la silueta de la catedral de Chartres, la figura de Oja Kodar, inquietante, bellísima, paseándose bajo el ojo voyeur de Picasso, o entrevistas y gestos cotidianos en Ibiza del mismo Elmyr de Hory, y esta película le convirtió en un personaje mediático. Hasta entonces todo había quedado reducido a las sospechas, las persecuciones y la vida fácil dentro de una elite de los que el común de los mortales sabía por las películas. A partir del film de Welles, donde salía también Clifford Irving, amigo de Hory y autor de una biografía sobre él y otra, ésta falsa, sobre Howard Hughes, que le costó la cárcel, la vida de Elmyr de Hory se convirtió en un infierno. Como vivía en Ibiza, el Tribunal de Vagos y Maleantes le acosó por no tener pruebas legales sobre su patrimonio, por homosexual y, parece ser, porque en la vida de Hory todo es una suposición, se suicidó en 1976 temiendo que le extraditaran a Francia donde, de seguro, le esperaba la muerte a mano de dos de sus secuaces, Fernand Lagros y Réal Lasard, dos conocidos estafadores, compinches de Hory, a los que éste había traicionado.
Llevamos más de medio artículo y aún no nos hemos referido a la exposición. Como los cuadros están firmados por Elmyr de Hory parece ser tienen poco interés y el visitante se garbea por las salas fascinado más por la leyenda y la biografía de este hombre que por su obra. Es, a todas luces, injusto, porque hay obras a la manera de Matisse que las borda, las de Dufy no tanto, y las de Picasso, casi, casi lo logra, pero parece no hay solución pues su vida es digna de un novelón. Parece ser que nació en Budapest en 1906 y que siempre se sintió rechazado por los críticos de arte, que no veían en su obra algo digno de interés. Le dio, entonces, por pintar “a la manera de…”, y cierto día de 1946, su amiga, la millonaria Campbell vio un dibujo suyo en su estudio y le preguntí si era un Picasso. Elmyr le dijo que sí y que estaba a la venta y ahí comenzó la leyenda… y la pesadilla para instituciones y particulares que no saben a manera cierta si la obra que poseen es de Elmyr o realmente de alguno de los grandes, Modigliani, incluido, por los que han pagado sumas enormes. Se supone que llegó a pintar más de 1000 obras, lo que produce escalofríos, parece ser que no era hijo de aristócratas judíos muertos en un campo de exterminio sino de gentes de clase media que lograron sobrevivir a la gran matanza de la guerra, parece ser que la GESTAPO nunca le rompió una pierna en un interrogatorio en París pero lo que sí es cierto es que todas estas anécdotas le dieron un prestigio y una fascinación que necesitaba para hacerse una leyenda, al igual que los sesenta pseudónimos que utilizó en vida, Cassou, Nassau, Herzog, Boutin…
Todo este parecer no nos abandona en la visita, hasta que, de pronto, así lo quiere la comisaría de la muestra, Dolores Durán, caemos en la cuenta de que, en realidad, esta exposición quiere proponer una reflexión sobre lo verdadero o lo falso en la historia del arte. Cosa terrible pues nunca he sido alguien dado a creer mucho en la autoría. ¿Me garantiza alguien cuantas pinceladas hay de Leonardo en las Giocondas del Louvre o del Prado?, por poner un ejemplo, y por no hablar de las obras salidas del taller de Rafael y atribuidas a él, como no podía ser menos, etc, etc…
Una vez más, fue Orson Welles en esa película tan intensa el que dio en el clavo respecto a esta cuestión. El fraude es cosa legal, no estética. Hay cuadros aquí que no termina de parecerme de Picasso, o de Dufy, sí de Vlaminck, sí de Monet, pero hasta cierto punto porque si uno se esfuerza un poco se da cuenta de que hay una mujer en azul, por ejemplo, pintado a la manera de Picasso, cuyo rostro nunca hubiese sido pintado por el artista malagueño. Es un rostro un tanto relamido y muy años 50, pero está firmado por Elmyr de Hory, no por Picasso, y nadie me garantiza las firmas verdaderas de la multitud de las colecciones de los ricos tejanos que compraron pintura contemporánea a espuertas y que se supone pintó Elmyr. ¿Cambia algo todo esto?
Queda el glamour: amigo de Tza Tza Gabor, de Ursula Andress, de Lana Turner, rodeado siempre de mujeres, sus fiesta en Ibiza, donde vivió sus buenos quince años cuando la isla conocía su momento de esplendor, que es siempre el de los ricos… en fin, su leyenda, más poderosa que so obra. Para comprobarlo no hay más que venir a verla. Hasta el 12 de mayo.