Cuando el cine español hace buenas películas somos los primeros en reconocerlo. No estamos aquí para cogérnosla con papel de fumar y criticar los productos patrios por el hecho de serlo o porque les exigimos más que a los de otras cinematografías. Y por tanto, no entendemos muy bien, o sí, la mala acogida que ha tenido entre cierta crítica Invasor, la última película de Daniel Calparsoro, ese director que en la segunda mitad de los noventa prometía mucho (Salto al vacío, Asfalto…) al lado de su musa y luego ex Najwa Nimri y que después se echó a dormir la siesta en la televisión.
Ahora se ha despertado con energía para adentrarse con bastante dignidad en el difícil territorio del thriller político y contarnos la historia de una escaramuza bélica de una patrulla médica española en la guerra de Iraq –montada por Bush Junior con el apoyo de sus amigotes europeos, entre ellos Aznar- que se acaba torciendo por determinadas circunstancias e implicando a los espionajes de Estados Unidos y España.
A nivel individual Invasor nos plantea el conflicto universal entre los principios, la dignidad y la moral, por un lado, y la tranquilidad, el bienestar y el mirar hacia otro lado, por otro, de un médico militar que no recuerda bien lo que pasó ese día y que se ve acosado por el CNI para firmar un acuerdo de confidencialidad a cambio de una pensión laureada. En un lado la amnesia, su mujer y su hija, y en el otro el recuerdo, sus convicciones y él mismo. En frente, y en igual tesitura, sus compañeros de misión. A nivel colectivo lanza un mensaje pacifista, al cuestionar metafóricamente el sentido de las guerras, algunas o muchas, disfrazadas de misiones humanitarias. Quién no recuerda el vídeo que reveló wikileaks sobre el asesinato de unos iraquíes desde un helicóptero estadounidense o lo que pasó a Couso.
En este dilema se mueven los personajes principales: el capitán, encarnado por Alberto Ammann (Celda 211), un actor guapo y con suerte que pierde mucho en las distancias cortas, donde la interpretación no se puede esconder con artificios, y su subordinado, interpretado con solvencia por Antonio de la Torre (Grupo 7). Como espías, el siempre profesional Karra Elejalde (Y también la lluvia), y el inquietante Luis Zahera (Lobos de Arga), y como mujer del protagonista, una correcta Inma Cuesta (Águila Roja).
Aunque no es precisamente la interpretación el pilar fundamental de la película, sino un guión sin pretensiones y con algunas lagunas, pero muy eficaz, que maneja bien la poca información que requiere la trama, revelando lo necesario en el momento preciso. Javier Gullón y Jorge Arenillas no son Jerry Goldsmith, pero saben mantener la atención del público con una trama sencilla basada en la novela de Fernando Marías.
La puesta en escena es bastante efectista, y quizá le sobren algunas tomas áreas desde helicóptero por innecesarias, cuyo presupuesto habría sido mejor gastar en desarrollar mejor el guión, pero que son bienvenidas en aras del entretenimiento y del business. La música de Lucas Vidal, mimetizada con el argumento, de lo mejor de la cinta. En general bastante recomendable. Un producto español elegante y correcto, rodado entre Galicia y Las Islas Canarias, pero que al parecer no va muy bien en taquilla. Es que hay gente que no sabe utilizar el papel de fumar.
Por cierto, Calparsoro ha vuelto al cine con ganas. Acaba de presentar Invasor y ya ha terminado el rodaje de Combustión, a ver si Ammann, que también la protagoniza, consigue pulirse.
Lo mejor y también mas aburrido son las persecuciones.
Nos quedamos con el oficio y la falta de guiones originales.
Hollywood siempre clono el cine europeo nunca fué al revés.