La expresión, tan española, le salió a Alfredo Bryce Echenique en entrevista breve y extraña, sería por lo de la huelga, que Winston Manrique hizo al escritor para El País el 6 de noviembre, aprovechando que Bryce se encontraba en Madrid para inaugurar la VII Conferencia Internacional Literatura y Automóvil, un evento que ha organizado la Fundación Eduardo Barreiros en colaboración con MAPFRE, y que contará con la presencia de Cees Noteboom, Enrique Vila Matas, Paul Theroux, Eduardo Mendoza y James Ellroy. Un evento importante por la nombradía de los autores que van a participar pero que no sé si pertinente a la hora de resaltar una entrevista como tema principal mientras ese mismo día se inauguraban unas jornadas sobre el canon del boom organizada por la Cátedra Vargas Llosa y Acción Cultural que probablemente tengan más trascendencia para nosotros, desde luego sí para nuestra literatura, que lo que pueda decir un escritor holandés o norteamericano, a falta del gran Francis Scott Fitzgerald, que de eso si entendía, sobre narraciones y coches.
No me sorprendió el exabrupto por dos motivos: desde luego porque Bryce ha vivido mucho tiempo entre nosotros y ese “Que se jodan”, tan español, lo ha pronunciado en hispanas tierras, quizá influido por ese poder de empatía que posee, y, desde luego, porque entiendo que lleva dos meses, desde que le anunciaron que le habían concedido el Premio FIL, Premio Feria Internacional de Guadalajara de Literatura en Lenguas Romances 2012, antiguo Premio Juan Rulfo, con los nervios de punta por la recusación del Premio pedida por algunos escritores mexicanos, los agrupados en torno a la revista Letras Libres, Juan Villoro, Ricardo Cayuela, Enrique Krauze… debido a las múltiples acusaciones de plagio que están en los tribunales peruanos que Bryce ha tenido a lo largo de los últimos años sobre artículos de prensa de variada temática, pero sobre todo los que abundaban en temas médicos. Parece ser que en México estaban muy sensibilizados por el caso muy reciente de Seltiel Alatriste, que había sido acusado de plagio, y no estaban por la labor de que cosas así se repitiesen. Esa, es, desde luego la versión dada por gentes allegadas a Villoro y Cayuela y no tenemos porqué desconfiar en principio de ella, presuponiendo buena fe, aunque muchos creen que no es así. El caso es que se pidió anular el Premio y el escándalo fue mayúsculo por el nombre del ganador, uno de los grandes escritores del llamado post-boom, desde luego, pero también porque el premio FIL es el galardón literario más prestigioso de América Latina y lo concede la Feria del Libro más importante del mundo en español. La acusación fue como colocar una bomba de efecto retardado en el corazón de la política mexicana, pues pocos días después de conocerse el fallo tomaba posesión el nuevo presidente, Enrique Peña Prieto, y comenzar el mandato con un escándalo así no se lo podían permitir las autoridades de un país cuyos problemas desde luego son mucho más acuciantes y urgentes y dramáticos que los concernientes a un premio literario, pero que en aras al respeto institucional porla Cultura que han tenido siempre los gobiernos mexicanos la cosa pintaba mal. Desde luego lo que parece estar claro es que el asunto parecía dirimirse entre mexicanos y que lo de Bryce era quizá sólo una excusa, por lo demás muy difícil de probar porque lo cierto es que esas acusaciones existen y, por lo tanto, pensemos lo que pensemos de los motivos espurios de la acusación lo cierto es que están basados en hechos incontestables.
Los desveladores del escándalo , además, apoyaban su argumentación en que entre los miembros del jurado que habían concedido el premio a Bryce figuraban Julio Ortega y Jorge Volpi , gente muy allegada al escritor peruano, y que incluso el propio Ortega en cierta ocasión había confesado que había ejercido labores de negro para Bryce. Argumentación, por lo demás, de una gran debilidad pues sólo faltaba que no hubiera modo de ser amigo de un escritor si eres miembro de un jurado. La cosa, por aquí, no podía sostenerse. Pero el daño ya estaba hecho y el escándalo amenazaba el normal funcionamiento dela Feria, que se inaugura este 24 de noviembre y finaliza el 2 de diciembre. La cuestión trascendía lo literario para inmiscuirse en lo político.
Por lo demás, escritores como Juan Villoro seguían insistiendo en que un escritor no debe deslindar su ética de su literatura, para justificar su reiteración ante la petición de anulación del Premio. Al mismo tiempo cien personalidades del mundo académico, es decir, universitario, y algún que otro escritor, entre los que se encontraban Almudena Grandes y Luís García Montero, firmaron un manifiesto de apoyo al escritor peruano que fue colgada en la página web de la Feria. Como la cosa parecía degenerar en enfrentamientos que amenazaban con extenderse fuera de los predios mexicanos, la dirección del evento decidió sabiamente darle el premio en la casa del escritor en Lima, cosa que se hizo la semana pasada, en la más absoluta intimidad, y sin prensa morbosa por medio. El propio Bryce, en la entrevista con Winston Manrique, confesaba sentirse triste, en fin, es lo menos que cabría sentirse, y aliviado por no ir a México porque algunos querían lincharle in situ.
Digo. Entiendo ese “Que se jodan” porque, conociéndole lo habrá pronunciado con rencor sí, pero también buscando cierta protección, todo esto muy de Bryce, por otro lado. Entiendo lo de los nervios, lo de la tensión acumulada, la humillación, hay que llamar a las cosas por su nombre, que supone que a uno le den un premio en su casa porque no se lo atreven a dar en la plaza pública, pero no lo de descalificar al supuesto enemigo llamándole “de extrema derecha”. Me consta que Juan Villoro no es un matón nazi, ni siquiera un matón, sino un escritor bastante digno. También me consta que hay gentes en torno a Letras Libres de claro ascendente neoconservador, pero no de la extrema derecha, y defenderse lanzando bombazos que pueden ser aprovechados mediaticamente por otros puede dar la medida de la desesperación, pero ello no justifica este tipo de acusaciones. No es cierto: la mejor defensa no es un buen ataque. Y desde luego no cuando pesan juicios por plagio. Puede entenderse que uno piense, y que le asista la razón, de ser víctima de algo que le trasciende, pero las acusaciones no se desmontan lanzando balones fuera. Como uno quiere a Bryce escribe de esta guisa, desde el dolor de procedimientos tan tontos por su parte, procedimientos que no hacen otra cosa que perjudicarle. El premio Cervantes, por ejemplo… Triste, si, y terrible, en todo caso.