Sí que vivió lo suyo

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Anthony Burgess / Wikipedia

Seguramente la última entrevista que se le hizo en vida a Anthony Burgess le llegó al fax de su casa desde un fax de un periódico de Madrid. La envió una periodista lo suficientemente ilusa como para tomarse la molestia de hacer tal cosa con la vana esperanza de que fuera atendida. La entrevista trataba del demonio, el mal, la gloria bendita y la vida y la muerte. Casi nada. En poco más de un folio, se compendiaba un tratado existencial con su puntito de humor.

La sorpresa llegó cuando Burgess respondió al fax aprovechando, en el mismo folio, los huecos de las preguntas dejados ad hoc, con monosílabos y frases cortas pero contundentes. No parecía que tal laconismo pudiera publicarse, de modo que fue a parar al fondo del cajón, a la espera de una oportunidad. Pocos días después, el teletipo anunciaba la muerte del escritor británico. Y, de entre los papeles mezclados en la promiscuidad del cajón emergió, arrugada, la hoja con la caligrafía del autor de La naranja mecánica.

El entonces corresponsal de The Guardian, John Hooper, inquilino de oficina de ese periódico español, se conmovió con el hallazgo e hizo publicar la modesta conversación del viejo Burgess en la más solemne de sus vísperas. También se publicó en El Mundo que fue desde donde se hizo. Qué vida la del humilde gorrión de la prensa (Atahualpa Yupanqui, dixit).

Esta anécdota insignificante pero divertida a la manera burgessiana, le salió al paso a mi memoria cuando leí el texto inédito que publicó El País –Dios os proteja, compañeros- el otro día y me dio pié a releer las memorias que el inglés escribió para despedirse del mundo, aunque en su fuero interno no tuviera el menor deseo de hacerlo.

El libro, Ya viviste lo tuyo, acababa de ser publicado en España entonces, 1993, en la traducción excelente que hizo Ramón Buenaventura, por la editorial Grijalbo, en la colección Espejo de tinta que dirigía Laura Freixas.  Fue un pretexto pintiparado para pretender la entrevista. Yo no tenía ni idea de que Burgess estuviera tan malito, convencida de que el alcohol y el tabaco resultaban en él potentes conservantes. Pero se ve que el escritor era humano, a fin de cuentas, y que el demonio ya no pudo sacarle más días que contar.

En Ya viviste lo tuyo, cuenta cómo se puso a escribir como un poseso ante la noticia que recibe, en 1959, de que le quedaban unos meses de vida, apenas un año. El gran pecador quería dejarle a su mujer unos peniques para sobrevivir lo mejor posible con los derechos de autor, cuando lo cierto era que la que tenía un buen dinero heredado de su padre, era ella. Comoquiera que sea, de determinación tan tenaz surgieron unas cuantas novelas, escritas en tiempo récord antes de que llegara el momento en que se cumpliera la sentencia de muerte que el médico agorero había dictado, momento que no llegó, por suerte.

Burgess enseñó en centros británicos destacados en Malasia y Brunei antes de escribir y hasta parecía que su auténtica vocación era la música, aunque fue disuadido por sus padres que encontraban poco rentable esa inclinación del retoño. La vida es caprichosa y lo convirtió en escritor y crítico literario, lo que estuvo bien. Sabía un montón de idiomas, entre ellos, español.

El 22 de este mes de noviembre hará ya casi veinte años que la diñó. Y el mercado celebra los 50 desde que publicara La naranja mecánica

Quedan cincuenta libros, ensayos, magníficas críticas, novelas perdurables, duras. Dejó un buen montón de papeles para leer que recomiendo a quien aún lo tenga pendiente. La vida es breve y la inteligencia no abunda, así que conviene no perderse en tonterías. Cada cual que entienda lo que le parezca razonable y se atenga a las consecuencias. ¿Cabe alguna alternativa plausible?

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