Manuel Chaves Nogales, ese lujo excesivo

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Fotografía sin fechar del periodista Manuel Chaves Nogales (a la izquierda) que ilustra la página dedicada a él en Internet. / manuelchavesnogales.info

La reciente edición, la tinta aún huele, de La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja, por parte de Libros del Asteroide, que está publicando algunos libros excelentemente escogidos de Manuel Chaves Nogales, y que vio la luz por primera vez en Mundo Latino CIAP en 1929, me lleva a preguntarme, una vez más, sobre el destino de ciertos hombres de excepción, preteridos en nuestra tradición hasta más allá de la sorpresa.

Leí a Chaves Nogales por primera vez en 1992, a raíz de la publicación en Alianza Editorial de Juan Belmonte, matador de toros; su vida y sus hazañas, un libro publicado en Estampa un año antes de que comenzara la guerra civil y  Chaves Nogales estaba en su mejor momento creador, cuando era un periodista respetado por su excelencia desde que se hizo con el Mariano de Cavia en 1927 con La llegada de Ruth Elder a Madrid, la primera mujer que logró cruzar el Atlántico en avión, un reportaje que publicó en ABC al año siguiente, y fuera director de Ahora, la publicación de Izquierda Republicana. No soy afecto al mundo de los toros, tampoco lo contrario, pero sí me interesaban, por lo que tuvieron de legendarios, nombres como Juan Belmonte o José Gómez Ortega, Joselito, a quien mi abuela, lo repitió durante años, había visto morir en la plaza de Talavera de la Reina, y que yo, creía, habían sido rivales en los cosos durante años. La tradición cainita española, que así lo quiere, quedó desmontada leyendo ese libro, que me deslumbró porque la personalidad del aquel torero era sí, claro, por decir algo, pero también porque el libro era un modelo de biografía y, a la vez, de narratividad periodística. Fue mi primer encuentro con quien creo fue, quizá junto a Josep Plá y Corpus Barga, el mejor periodista español del siglo XX, una figura que se me hizo cada vez más grande según iba leyendo libros suyos, El maestro Juan Martínez que estaba allí, es una obra maestra que resiste la comparación con reportajes como los míticos de Truman Capote, como en cierta manera recordó hace poco Antonio Muñoz Molina en El País.

España es un país que ha dado excelentes periodistas desde los tiempos de Mariano José de Larra, prácticamente desde la fundación del oficio. La razón es sencilla: cuando no existen universidades suficientes, cuando la literatura y el ensayo, a excepción del teatro, única actividad que daba réditos, ni siquiera se constituían como una industria raquítica, era el periodismo una de las pocas salidas, la otra era el funcionariado, en la que alguien con ínfulas de escritor podía ejercer su supuesta pasión. El periodismo tenía, además, la ventaja de estar cerca de los círculos del poder y siempre cabía la posibilidad de conseguir alguna prebenda. No de otra manera se entienden nombres como los de Corpus Barga, ya citado, o de Josep María de Sagarra, que hizo unas crónicas del naciente fascismo muy buenas, o el de César González Ruano, extraño deudor de un Baudelaire y un Oscar Wilde profundamente cínico inventados por él, gentes que nada tienen que perder si las colocamos junto a Hemingway, Dos Passos, Ilya Ehrenburg, Vassily Grossmann o Saint Exúpery. Desde luego, por los reportajes de aventuras, no cabe dudar que Chaves Nogales alcanzó la categoría otorgada a Albert Londres.

Cubierta del libro de Chaves Nogales. / librosdelasteroide.com

Este libro recién publicado es una crónica accidentada del viaje que Chaves Nogales realizó en 1928 para Heraldo de Madrid, del que era redactor jefe, a Bakú pasando por ciudades como el Berlín de Weimar y Leningrado y su experiencia con el estalinismo: la mitad del libro está dedicado a Rusia. No era para menos. El país estaba de moda, no en vano era la patria del socialismo, del hombre nuevo, y no había escritor, intelectual o periodista que, de una u otra manera, no nos contara su viaje a la URSS. Era una cita obligada, uno de los grandes tópicos de la época. Chaves lo hizo, entre otras cosas entrevistó a Ramón Casanellas, el que mató a Eduardo Dato,  y aquello que contó, y que también describió en El maestro Juan Martínez que estaba allí, en La bolchevique enamorada y en Lo que ha quedado del Imperio de los Zares, tiene su importancia porque prefigura la que es su obra más terrible, en lo que nos concierne, A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España, uno de los alegatos más hermosos, lúcidos y terribles que se han escrito sobre la estupidez, la brutalidad y la sinrazón de nuestra guerra.

Chaves Nogales viajó a la URSS, también a la Alemania nazi, entrevistó allí  a Joseph Goebbels, donde se percató de los trabajos forzados en el naciente Reich, y de esa experiencia, y temor, de los totalitarismos nació la rabia de esas páginas, donde Chaves, prefigurando a Erich Fromm, vio el miedo a la libertad subyacente en esos movimientos y lo que podía derivarse de ese atávico miedo. El que fuera su país el campo de experimentación de los totalitarismos le dejó tocado pero su reacción, al contrario de su amigo político Manuel Azaña, que se derrumbó, ahí está La velada de Benicarló, esa experiencia le amplió su concepción ética del mundo y luchó en París como sabía hacerlo, en publicaciones como Candide o L`Europe Nouvelle, hasta que la invasión alemana, la GESTAPO le buscaba como pieza a cazar, le obligó a exilarse a Londres, donde colaboró en el Evening Standard y en la BBC. Por allí andaba también Arturo Barea.

El libro no alcanza la maestría de Juan Belmonte… biografía ejemplar en lo que tiene de pura literatura, ni el dramatismo de A sangre y fuego, pero en los reportajes que contiene va uno percatándose del valor de una personalidad única, del modo tan inusual que tiene con enfrentarse al tópico, una de las muertes del periodismo y, desde luego, la principal en la literatura, y sacar de allí una distinta manera de mirar. Manuel Chaves dijo de él mismo que había sido un lujo excesivo, como español, con aquellos que habían sido los asesinos de su país. Manuel Chaves, el antisectario… Este libro es una lección, como todos los suyos, de ese principio rector.

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