Un botellón literario

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Ignacio González, ayer, entre los escritores Félix de Azúa y Jon Juaristi, a la izquierda, y Fernando Savater, a la derecha, en la Casa de Correos de Madrid durante los actos previos a la celebración de La Noche de los Libros. / madrid.org

Según se suceden las ediciones, cita anual tras cita anual, la fiesta madrileña de La Noche de los Libros está por convertirse en la otra manera de festejar el Sant Jordi, añadiendo un aire de fiestorro popular, una especie de botellón letrado que comienza al atardecer, a lo que transcurre en Barcelona a plena luz del día, entre firmas de autores y regalos de rosas, añadiendo un lado frenético al aire pacífico y burgués de regalar un libro dedicado junto a una flor emblemática en la tradición poética. Este año, en este lunes abrileño -un lunes donde la ceremonia del Premio Cervantes parece una puesta en escena del vicariato, el Rey delegando en el príncipe Felipe, Nicanor Parra, por motivos de edad, en su nieto Cristóbal Ugarte,- se nos dice que están participando 617 autores en el evento, y uno se queda pasmado, no porque participen 617 autores, habrá muchos que no estén invitados y otros se supone, que no se moverán de Barcelona, a donde han acudido a su cita anual con sus lectores, admiradores y compradores, sino porque haya 617 autores, y el cupo no se haya agotado.

Bien es cierto que este año han acudido al fiestorro algunos escritores extranjeros, como la escritora británica A.S. Byatt en un debate en el Círculo de Bellas Artes de título aventurero, ¿Qué escribiría Dickens hoy? , acompañada por Benjamín Prado, Eusebio de Lorenzo y Eduardo Valls, pero la noche es abrumadoramente exclusiva del escritor nacional. Y la verdad es que las cifras marean un poquito ya que en toda la Comunidad de Madrid se han realizado más de 600 festejos, el doble que la edición del año pasado, donde han participado más de 181 librerías ¿se imaginaban que había más de 181 librerías?. En fin, siete años en que en 43 municipios madrileños no se habla en toda la noche nada más que de libros, o de cosas en torno a su mundo, donde se festeja el producto, al fin y al cabo somos la quinta potencia editorial del mundo, con el toque añadido de nuestro carácter, vale decir,  despiporre, bebercio, cualquier excusa es buena para ello, a lo que se añaden descuentos en todas las librerías del 10% y, si quiere cenar, algo muy propio si se pretende aguantar hasta bastante después de medianoche, ahorro de hasta un 20% en los bares del barrio de las Letras, eso sí, previa comprobación mediante factura de que uno se ha comprado un libro.

La industria lo tiene claro. Sant Jordi y la Noche de los Libros, junto a la Feriadel Libro de Madrid, son los eventos que salvan el año literario, la Navidad hace tiempo que pasó a un segundo plano, y no es cosa de descuidarse, antes bien, todo lo contrario, en estos tiempos de crisis. Y para ello se moviliza a la mayoría de los hacedores de esta industria, que son legión. Este año, como el anterior, comencé mi recorrido por la sede de la Comunidadde Madrid, que es donde se da el pistoletazo de salida, allí debatían Fernando Savater, Félix de Azúa y Jon Juaristi sobre la conveniencia de ser modernos siguiendo la pregunta  del célebre libro del filósofo francés Alain Finkielkraut, aperitivo a lo que vendría a continuación sin apenas moverse del sitio, la inauguración del evento a cargo de Ricardo Piglia, el año pasado fue otro escritor latinoamericano, Antonio Skármeta, con una conferencia muy inteligente y emotiva, Novela y traducción. Una historia personal. Y todos los años me sucede lo mismo: recién comenzada la cosa ya estoy saturado, porque ocurre en Madrid lo que ocurre con todas las noches temáticas habidas en nuestro continente europeo, viví una Noche de los Museos en Berlín con la misma sensación, y es que la cultura indigesta más de lo previsto. Yo lo achaco a que los ingredientes son, si uno se aplica a ello, agotadores para el sistema nervioso. De ahí que, luego, me dedicara a saludar amigos dispersos por las innumerables librerías y que daban charlas o dedicaban libros, que si los modernos que están de moda, los Manuel Vilas, Agustín García Mallo, ya saben, el de la Generación Nocilla, Javier Calvo, flamante premio Biblioteca Breve de este año, a gentes como José María Merino o Javier Tomeo, nuestro amado monstruo nacional, todo esto después de asistir a un encuentro lleno de gracia e inteligencia entre Luís Alberto de Cuenca y Loquillo donde nuestro entrañable rockero catalán nos explicó los avatares de cómo llegó a hacerse su último disco, Su nombre era el de todas las mujeres, musicando poemas de Luís Alberto. A estas alturas meterse en el Ateneo de Madrid, en una sala llena de poetas que homenajeaban a Pepe Hierro, era casi suicida. Lo hice: que si Javier Lostalé, que si Beatriz Herranz, que si Beatriz Russo, que si Chus Arellano

Como no compré ningún libro, el Barrio de las Letras me pillaba un poco a trasmano,  me tomé un tentempié en cualquier sitio de Malasaña, cerca de la librería Tipos Infames, que siempre organiza actos. Luego, a la sede de ARCE, la Asociación de Revistas Culturales, donde se daba una copita y se hacían descuentos por la compra de revistas… Cuando salí de allí sabía que me había perdido casi todos los actos de la noche, no había visto a Luis Mateo Díez, a Eduardo Mendicutti, a Isaac Rosa, a Manuel Longares, a José María Guelbenzu, ni a Carmen Posadas y su hermano Gervasio, ni había asistido a ninguna yincana, como la que había creado Lorenzo Silva, el escritor de novela negra, y, desde luego, no había asistido a los innumerables eventos que las distintas Instituciones Culturales extranjeras ofrecían, que es algo que llama la atención por la implicación que estas instituciones culturales tienen cada vez más en este evento, que si la Casa de Corea, que s ila Casa Árabe, que si la Casa Sefarad-Israel, que si la Casa de Rumanía, con una programación excelente, además, prueba de que este tipo de cosas funciona, que cada año se organizan más actos y con un criterio más profesional, y que gracias a ello Madrid comienza  a tener una personalidad propia de encarar los festejos del Día Internacional del Libro.

Este año, sin embargo, no tuve la sensación de frustración del pasado por no haber asistido más que a una ínfima parte de lo que se ofrecía. El número de actos ha sido tan abrumador que rebasaba las necesidades de cualquiera que buscara sólo su particular especialidad, que para todo había. Por lo que ví, lo importante, como siempre estaba en la calle, al igual que en años anteriores, y esto es algo que, por muy mal que vayan las cosas, no nos pueden quitar. El público madrileño, festivalero y nocturno, ha respondido este año con creces. En el ánimo también ayudó lo que ocurrió el sábado en el Camp Nou. Maneras de consuelo en un ambiente político y social proceloso.

1 Comment
  1. Dupont says

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