En España se produjo una fisura hace ya muchos años en la interpretación de actores de difícil arreglo y Paco Valladares, así le hemos llamado siempre, amigos y no amigos, a Francisco Valladares Barragán, fue una de las víctimas de ese desajuste. Muerto de una leucemia a los 76 años, Paco Valladares ha sido hasta antes de ayer mismo, actuaba en Trama mortal, de Ira Levín, junto a María Garralón, Rafael Esteban y Maria Segovia, uno de los grandes actores de teatro de los últimos cincuenta años, aunque su fama no estuviese acorde muchas veces con su talento. Paco Valladares ha sido el actor de la dicción perfecta en un mundo de intérpretes marcados por la falsa naturalidad del cine y que, por eso, rechazan por artificioso el culto al modo de hacer del actor de teatro clásico. Para la interpretación que se apoya en la dicción esto ha sido una catástrofe. En España, desde luego no en otras naciones como Inglaterra, ese culto ha tenido una continuidad que se supo aprovechar incluso en el cine, y los actores de repertorio shakesperiano, John Gielgud, Lawrence Olivier… fueron hábilmente explotados por la máquina hollywoodense hasta hacerlos irreconocibles en lo que valían en origen, para la generación española de posguerra Lawrence Olivier sería siempre el ambiguo señor de Manderley en Rebeca. Aquí no, y la merma en la sensibilidad, la peor que puede haber, respecto a que el actor clásico, el ejemplo es Manuel Dicenta, representaba un modelo de dicción puramente retórico, hizo que el daño fuese irreparable. Intentos loables como el que realizó Pilar Miró con El perro del hortelano, un reto que la Miró aprovechó gracias al éxito de Cyrano de Bergerac, reconciliaron al público con esa tradición pero lo cierto es que ese buen hacer quedó relegado al gueto de las representaciones de lo que Haro Tecglen, en su momento, llamó “teatro burgués”. De ahí que desde los años setenta esa generación que quería renovar la cultura española rechazase ese modelo por relacionarlo con cierta obsolescencia política. Y aquí es donde aparece el caso Valladares.
Recuerdo la condescendencia con que muchos contemplábamos a Paco Valladares recitando poemas en los escenarios más variopintos, por ejemplo Televisión Española, con la que estuvo muy ligado durante años, y cómo aguantábamos cualquier recital si el que decía los versos era cualquier poeta dotado menos para lo que están dotados la mayoría de ellos: saber recitar sus propios versos. Pero el que sabe no traiciona: la condescendencia aquella se remontaba a un prejuicio de claro origen político resuelto en un espurio modo de sensibilidad estética. Sin embargo a gentes como Gabriel Celaya se les saltaban las lágrimas oyendo recitar a Paco Valladares sus propios poemas, y cantautores como Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat han alabado la labor de Valladares cuando éste musicaba sus textos. Ya digo, el que sabe no traiciona.
Por suerte los años han puesto las cosas en su sitio. Paco Valladares fue de los pocos actores españoles que poseían una voz única porque estaba educado en la música, en el canto, recibió clases de Marimi del Pozo, y es escaso el número de ellos que poseen su repertorio que al día de hoy se nos antoja inmenso. Por no referirnos más que de manera somera al teatro de repertorio clásico, La Orestíada, Las bacantes, en el Festival de Mérida, por no hablar de los autores del Barroco, empezó en los cincuenta interpretando en la compañía de María Jesús Valdés, obras de Shakespeare, de Lope de Vega, de Calderón de la Barca, el llamado teatro de corte burgués, convencional, de Jacinto Benavente a Alfonso Paso pasando por Antonio Buero Vallejo, Jaime Salom o José María Pemán, pero también una Yerma de García Lorca de difícil olvido o un soberbio Don Juan o el amor a la geometría, de Max Frisch, y terminando con la voz que animaba obras de música sinfónica, como el Oedipus Rex, de Igor Stravinsky o El sonido de la guerra, con música de Luís de Pablo y texto de Vicente Aleixandre, donde brilló de manera especial en todos ellos, por no referirnos más que de manera somera a todo ello, había que reconocer a este actor el ser uno de los grandes de la escena española de la última mitad del siglo.
Gran parte de ese prejuicio, además, le vino por una cuestión generacional. Si puso voz a películas como Franco ese hombre, de José Luís Saénz de Heredia, o intervenir en Dos chicas de revista, de Mariano Ozores, no lo es menos que también lo hizo con el Clint Eastwood de El bueno, el feo y el malo, o el Michael Caine de Ha llegado el águila, que hoy día parecen más presentables dentro de una corrección política que prescinde cruelmente de las circunstancias reales del pasado. Así, el no tener en cuenta que un actor es un profesional que tiene que vivir de su hacer, y en la España de los cincuenta y sesenta, las oportunidades de poder elegir en este ámbito, como en la mayoría de otros, era escasa, por no decir casi nula. Es lo que tiene pertenecer a un país de escasos recursos, por no decir pobre: nuestro cine está lleno de inmensos actores malogrados en su valía porque la industria sólo podía ofrecer productos mediocres, cuando no abiertamente malos. El caso de Paco Valladares, lo que habla a favor de su inmenso talento, es que esas dificultades nunca actuaron de freno a su genio, a la excelencia en la interpretación: literalmente hizo de todo. Ya digo, desde la Medea, de Eurípides a Manolito Gafotas, de Manuel Alvadalejo. No es fácil ser tan versátil y, a la vez, hacerlo tan bien.
Se ha muerto un hombre bueno, cualidad que resaltan muchos amigos. También un hombre sabio que poseía un sentido del humor altamente desarrollado. Cuando hace cinco años le diagnosticaron la leucemia que parecía haber vencido, finalmente se lo ha llevado la consiguiente neumonía, en vez de lamentarse con el inevitable “¿Por qué a mí?, se respondió “¿Y porqué no?”. Sólo he escuchado o leído en los últimos tiempos esta frase a dos personas: Paco Valladares en una entrevista por Radio Nacional y Christopher Hithchens en su libo Hitch 22. Plantearse así las cosas dice todo de la calidad humana de estas personas. Los dos han muerto. Nos queda su ejemplo
A SIDO UN GRAN ACTOR ME QUE DE PARADA CON LA NOTICIA
DESCANSE EN PAZ
gran actor y persona, gay y discreto, de los de antes; gran recitador de poesia y algo puntilloso, porque nadie es perfecto, y si no que se lo digan a jack lemon en el final de la película » todos los hombres las prefieren rubias «.