Carlitos y Snoopy: demasiado yo para morir

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Imagen de Charles Schulz, del año 1956, con un dibujo de Charlie Brown entre las manos. / wikipedia.org

La frase que sirve de título la piensa Snoopy encerrado en su caseta en una tira al final de los años cincuenta, que es la década en que Charles M. Schulz comenzó a publicar sus tiras cómicas en la prensa estadounidense, en concreto el 2 de octubre de 1950, no dejando de acudir a la cita periódica hasta el día siguiente a su muerte, el 13 de febrero de 2000. La frase refleja a la perfección el mundo que creó este profesor de arte de Minnesota, lo que José Manuel Sánchez Ron llamó en un artículo homenaje a Schultz en El País, un “tratado de filosofía existencial”, y de paso, explica la razón de que estas tiras, estos Peanuts, se editasen simultáneamente en 2.800 publicaciones de todo el mundo: sí, estas tiras semejaban tratados de filosofía existencial, pero su popularidad no residía sólo en eso sino en una cualidad mucho más rara, en la conexión que Schultz logró con la sociedad de su tiempo, primero norteamericana, luego, casi repartida por el mundo entero, y esa conexión se produjo porque de manera intuitiva el autor de los Peanuts asistió al espectáculo sagrado de todo poeta, y que el filósofo no llega a alcanzar: en vez de pensar su tiempo, Schultz lo creó a la vez que reflejaba  a la perfección los complejos psicológicos del hombre en la sociedad de masas.

No es casual que fueran los años cincuenta aquellos en que Schultz creo estos personajes tiernos, vengativos, egoístas, generosos, lúcidos, tontos… y que esos años fueran también aquellos que vieron el éxito de El guardían entre el centeno, de J.D. Salinger, y que aquellos años fueran los de los primeros éxitos del rock, y que aquellos años fueran los de la entronización de la juventud como valor en sí, algo que había sucedido en los años veinte pero reducido a una elite… unos años que fueron reflejados previendo su melancólico declive en The Last Picture Show, de Peter Bogdanovich. No, no es casual.

Una cultura de masas que produjo tremendos espejismos, pero también cotas altas en el mundo del arte. Ahora, cuando se celebra en Angulema la mayor feria mundial del cómic, con una gran relevancia y presencia de los dibujantes españoles, cabría recordar que uno de los logros de gentes como Schultz fue el de elevar el cómic, que hasta entonces estaba relegado a  las tiras cómicas de superhéroes, tipo Superman o Capitán América, a una excelencia inusual en los Estados Unidos, habida cuenta de que personajes como Tintin estaba relegados casi al ámbito  de la francofonía, Francia, Bélgica y colonias, y que en cualquier caso estas tiras cómicas estaban vistas en el mundo cultural como manifestaciones residuales sin valor artístico alguno. Schultz fue uno de esos pioneros que ayudaron a dignificar el cómic, como Hergé, mucho antes de que éste se convirtiese en un género a tener en cuenta, y que como muchos otros, abrieron el camino a innumerables artistas con talento, como Quino, sin ir más lejos, o aquí, entre nosotros, los despistados y costumbristas personajes de Forges o los tremendos de El Roto. De aquellos primeros Peanuts a lo que se mueve en ferias como la de Angulema o, en España, las de Barcelona, Madrid o La Coruña, hay un abismo, el mismo que media entre las primeras manifestaciones de la cultura de masas y la sopa postindustrial y altamente tecnificada en que nos movemos ahora con las novelas gráficas, los videojuegos y demás.

Portada del libro de David Michaelis. / espop.es

Ahora, que celebramos los sesenta años de duración ininterrumpida de los Peanuts, ahora que las editoriales nos han regalado hace dos años un hermoso texto, el mejor, por ahora, sobre el creador de Charlie Brown, Schultz, Carlitos y Snoopy Una biografía, escrita por David Michaelis y publicada entre nosotros por Es Pop Ediciones; ahora, que Debolsillo ha lanzado una muy buena antología de las tiras cómicas de Schultz, Lo mejor de Carlitos y Snoopy, aprovechando la efemérides, convendría que nos planteásemos la razón de que hayan sido estas tiras las que más hayan durado en el imaginario colectivo durante el siglo XX. Es probable que Popeye, Superman, Tintin, Charlie Brown y Astérix y Obélix, hayan sido los personajes de cómic más perdurables del siglo, al modo en que lo fueron Ana Karenina, Madame Bovary, David Copperfield, Julián Sorel o Jean Valjean en el siglo XIX, quiero decir, en su popularidad y en la incidencia habida en el imaginario, pero lo más llamativo es que los Peanuts mantuvieran su prestigio durante sesenta años, que en el mundo actual es algo parecido a representarse la eternidad, hasta el punto de pasar por encima de innumerables modas e, incluso, de rivales terribles como los dibujos de Robert Crumb y las andanzas de aquel gato undreground, salido y anarcoide… el gato Fritz.

Ese secreto se irá  a la tumba, como se van los secretos surgidos del talento. A nosotros nos basta con abrir una de esas tiras y toparnos con un grupito de niños acompañados por un perro, unos niños que como Charlie Brown, Carlitos, no conseguía nunca aquello que se proponía, o que como Schroeder, quisiera convertirse en un pianista de la cuerda de Glenn Gould, o que, como Lucy, no piense más que en su miope entorno, vale decir, ella misma, o que como el perrito, Snoopy, escriba novelas en una máquina de escribir apenas presentida encima de una caseta o que piense en términos filosóficos que parecen sacados de unas páginas de Sartre rodeado de especimenes del agro americano más profundo. En la biografía de Michaelis, como buen biógrafo anglosajón, se desgranan similitudes entre los personajes de Schultz y eventos vividos por su creador. De esta manera podemos establecer paralelismos entre Snoopy y Snooky, el primer perro que tuvo Schultz, o saber que el segundo de ellos, Spyke, era un canino extravagante y algo enloquecido y que, por eso, es probable que Schultz añadiera a su perrito de ficción rasgos y actitudes del real, o que hay muchas similitudes entre Charles M. Schultz y su Charlie Brown, algo que no hace falta que nos lo dijeran. Nada de esto explica la atracción de esos personajes, su fascinación… y debería bastarnos saber que de sus frases podemos recopilar buena parte de los complejos del hombre de hoy. Eso debería bastarnos.

2 Comments
  1. Alejandra Díaz Ortiz says

    JAJ, me ha gustado mucho.
    Beso.

  2. Pallarés says

    Escribes con auténtico cariño acerca de «Carlitos y Snoopy» como lo conocíamos aquí. Mi generación era mas de Mafalda y el Dos Caballos de su padre tan próximo a la clase media-media con tio de izquierdas en la que muchos nos criamos.

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