A propósito de Ajoblanco

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Cubierta del libro de Pepe Ribas.

Hace unas cuantas noches escuché una entrevista a Pepe Ribas, a propósito de Ajoblanco y los años 70 en el programa En la Nube, de Radio 3. La excusa era que se acaba de publicar en bolsillo un libro que Ribas había sacado en 2007, Los 70 a destajo, Ajoblanco y  libertad (Booket Destino, 2011). Ribas fue el creador de esa revista libertaria y respondona, en 1974, y recordaba algunos acontecimientos históricos de esos años, desprovistos del charol que suelen gastar los grandes hitos, pero fundamentales para entender qué nos está pasando ahora. Una de sus afirmaciones que me llamó la atención es que entonces había más libertad de prensa. Una prueba es la propia existencia de Ajoblanco cuando Franco aún vivía.

Los resquicios, de los que habla Agustín García Calvo, que tiene toda estructura por sólida que parezca, permitían en aquel tiempo que elementos como el Ajo se colaran. Cuenta Ribas cómo en pueblos recónditos aparecían números de la revista, no digamos en las universidades. Llegó a tirar muchos miles de ejemplares, ¿alguien se imagina una cosa así? Pero íbamos a lo de la libertad de prensa. Hace tiempo que vemos que se trata de un espejismo. Si con los regímenes autoritarios a veces logran aletear hojas subversivas, con la libre y democrática dictadura de las finanzas y los negocios no hay hoja volandera que valga.

Ya se sabe, el que se mueva no sale en la foto, Alfonso Guerra dixit. No parece que haya resquicios en este tinglado, cualquier información, por veraz que sea, se bloquea si supone una amenaza al negocio. Y si, por cualquier error de vigilancia, se colara, entonces el mensajero se va a la calle, como le pasó a Ignacio Echevarría y como le ha pasado a tantos.  El triunfo del capitalismo era esto: cultivo del monto de dinero a expensas de la destrucción de empleo y con ello, destrucción de familias enteras, de ilusiones, de individuos. Altas alambradas de espinos, electrificadas y dotadas de alarmas por las que hay guardias dispuestos a disparar, perros de presa dispuestos a matar por su amo.

Se acabó la fiesta gracias a la que abrevaba el pueblo en la cultura, en la educación, la sanidad, los parques y la cosa pública decente. La guerra, en realidad, no ha terminado. Nunca lo ha hecho.

Ribas hablaba también de cómo la transición política española, que pintaba de fábula en los 70, fue chamuscada por los partidos políticos. Los que cumplimos unos cuantos años, sabemos que paradójicamente fue el PSOE el más eficaz en la destrucción sistemática de toda fuerza popular organizada –la llamada sociedad civil- que se venía mostrando tan valiosa: asociaciones de vecinos, de amas de casa, de barrio, de consumidores, de estudiantes, de mujeres, de amantes del tango, todos contribuían a mejorar la vida común, no era fácil que transigieran con las gracietas de los políticos. ¿Dónde se fueron esas gentes valerosas?, como diría Bob Dylan.

En su avance imparable, el triunfo del capitalismo  ha arramblado no sólo con los puestos dignos de trabajo, los cuerpos y las decencias antiguas, también las almas. Voilà. Muchos de aquellos jóvenes luchadores se han pasado al pancismo de lujo. Y ¿a qué pueden aspirar los jóvenes actuales sino a resolver la perentoria base de su pirámide de necesidades? Y ¿a qué altura de esa pirámide queda la cultura?

A la mañana siguiente, escuché en RNE un debate entre Nicolás Redondo, Antonio Gutiérrez y Jesús Bárcenas, antiguo dirigente de los empresarios, sobre por dónde debería ir la reforma laboral en España. Me pareció lúcido; los tres planteaban cuestiones fundamentales. Pero me llamó la atención un apunte al vuelo del viejo sindicalista, Redondo, cuando hablaban de lo negativo que es para que avance el país la precariedad del trabajo: “Yo ya le escuché a Felipe, en 1982, amenazar con qué era preferible, si un trabajo precario o ir al paro”. Un claro precedente.

Gutiérrez, antiguo dirigente de CCOO, se pregunta por el modelo de país que queremos y prefiere, claro, uno en el que la actividad productiva sea capaz de incorporar valor añadido, el famoso I+D+i que tanto nos pasan por las narices. Justamente la actividad que aquí apenas se promueve y por lo que los españoles preparados para ello han de emigrar hacia países donde sí saben poner en marcha un buen crecimiento.

Parece mentira cómo, aunque hayan pasado tantos años, las palabras revolucionarias vuelven a cobrar sentido; ya no sonarán a viejo. Estén al tanto si no.

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