El Ministerio de Cultura ha dado el Premio Nacional de las Letras a José Luis Sampedro, un economista que no ha dejado de escribir novelas, cuentos, libros de economía, reflexiones, hasta libros de salud, en comandita con su gran amigo Valentín Fuster, el cardiólogo ciclista. Da la impresión, cuando se le escucha, de que es un eterno adolescente cargado de años, al que la realidad ha ido descubriendo sus miserias para darle la oportunidad de advertir de la injusticia, de la necesidad de defender una vida digna para todos los seres humanos.
Uno de sus libros, Conciencia del subdesarrollo (1973) me sirvió de pretexto para conocerle y entrevistarle durante más de una hora, en la radio. Y esa experiencia me enseñó categorías que desconocía del estudio de la ciencia de lo escaso. El ya había publicado la novela que le lanzó a la fama, Octubre, octubre (1981) y hasta su best seller, La sonrisa etrusca (1985).
Sampedro era entonces -lo sigue siendo- una pera en dulce para cualquier periodista con un mínimo interés por su tiempo y la realidad circundante. Supongo que puede decirse de él, a la manera de Machado, que es un hombre en el buen sentido de la palabra bueno. Sus modales, muy al estilo de profesor universitario americano, pantalón algo más corto de lo que se usaba en la España de los 80, suéter abierto en pico bajo el que asomaba una camisa de algodón con el cuello algo arrugado, zapatos de cordón corto y pespunte a lo mocasín, abrochados al tobillo. Y, sobre todo, ese aire apresurado pero no urgente, inquieto pero no nervioso, capaz de escuchar con paciencia antes de lanzar su respuesta.
No parecen los años haberle modificado al autor de Economía humanista. Algo más que cifras (2009) su mirada despierta ni su vivo interés en denunciar los errores a que induce el estilo de vida elegido por Occidente, la competitividad sin cuento, la absurda avaricia que tanto daño está provocando en los países desarrollados, no digamos en los eternamente en vías de desarrollo. A Sampedro sólo le impacienta la estúpida insistencia humana en crear desdicha por todas partes.
A Sampedro, que fue bancario –que no banquero, como gusta aclarar- y profesor dentro y fuera de España, se le ha ido poniendo cara de humanista renacentista y, a sus 94 años, cierto reflejo de talla de Victorio Macho. Su rostro parece esculpido en el mismo taller que el del Cristo del Otero, de la capital palentina.
El Premio de las Letras le reconoce la labor literaria y también el compromiso con su tiempo, un tiempo duro, al que parecía que llegábamos para vivir los mejores años de la historia de la Humanidad y ahora resulta que retrocedemos al frío y a la miseria del Neolítico. Con la desventaja de que en el Neolítico aún no se habían agotado los recursos de la Tierra ni las ingenierías financieras habían sometido a las libertades, tan esforzadamente conseguidas durante siglos de lucha.
Por eso, el escritor, animado por la protesta juvenil del 15M, asegura a sus protagonistas que les queda mucho trabajo, ya que el sistema está hecho trizas y hay que componer un medio mejor de vida para todos. Sí, muy utópico; como debe ser. Como ha sido todo aquello por lo que ha merecido la pena pelear.
En 1989 cayó el muro de Berlín, símbolo del fracaso del sistema comunista. Pero el triunfo del capitalismo ha tocado techo y el estruendo de su caída puede ser aún más ensordecedor y veremos lo que se lleva por delante. Sampedro lo sabe y anima a los jóvenes a que peleen por su futuro. Porque –dice- lo tienen.
El escritor creció en Tánger, la ciudad internacional en la que convivían árabes, judíos, católicos, ortodoxos, funcionarios, militares, espías, artistas, "un mundo que debería ser la tierra entera", según él. Tánger le dio unos años magníficos de libertad que fueron truncados por la guerra civil española. Por eso, a la pregunta que su mujer, Olga Lucas, le hizo en un acto público reciente: "¿De dónde viene usted señor Sampedro?" él contestó que venía de otro mundo, al que ya nunca podrá volver, porque también era otro tiempo, un tiempo que fue arrasado y hundido en 1936.
La impresión que tenemos es la de que el tiempo que hemos vivido hasta ahora tampoco volverá. Para mal, quizás, pero también puede que para bien. Esa es la idea de José Luis Sampedro.
Felicidades a este gran hombre y gracias por darnos su conocimiento y pensamiento, a muchos nos ayuda.
Me sumo a la felicitación a un hobre de bien
qué descripción más bella! me alegro mucho por Sampedro, todos los reconocimientos que reciba son pocos