Si en el siglo XVII se consideró peligrosa la lectura de Montaigne –aunque desconozco si las autoridades tomaron medidas para evitarla- en este siglo XXI debería ser tabú y estar férreamente censurada. El peligro que encierran los Ensayos es que atentan contra el orden establecido, es decir, contra el caos.
Claro está que un escrito sólo es peligroso si hay público lector. El propio Montaigne era el primer sorprendido del éxito de sus Ensayos, escritos hacia 1580, entre toda la corte de Francia (que era, fundamentalmente, la que sabía leer). La tesis de Sarah Bakewell, es que “Montaigne no argumenta ni persuade, seduce”. La autora de Cómo vivir o Una vida con Montaigne (Ariel, 2011) casi lanza piedras contra su tejado, porque lo primero que apetece al leer su libro es dejarlo para retomar los Ensayos, o para leerlos si aún se tiene la fortuna de no haberlo hecho.
Una explicación de por qué los Essais no resultan hoy tan peligrosos puede ser porque la corte actual esté constituida por analfabetos literarios cuyos ojos sólo tienen luz para leer resultados de cuentas y breefings empresariales. Y cuando digo ojos, incluyo el corazón. Y porque los reyes actuales sólo tienen corazón para los negocios, lo que deja poco tiempo ni deseo para la lectura.
El libro de Bakewell es bueno, porque ha leído muy bien a Montaigne y lo ha reforzado con lecturas y críticas de otros lectores ilustres como Goethe, Virginia Wolf, Aldous Huxley o Stefan Zweig. En realidad, podría decirse que se trata de una biografía con estudio crítico comparado de la obra de Montaigne y de lo que otros escritores escribieron de ella. La portada hace creer que pudiera tratarse de un libro casi de autoayuda en parte por ese titulo, que lleva un subtítulo muy acorde con la estética del how to: “en una pregunta y veinte intentos de respuesta”. También, por el lenguaje que utiliza, nada pedante, nada atado a corsés académicos y sí muy al gusto americano de traer al momento actual determinados planteamientos del ayer para comprobar cómo aguantan.
Entre los lectores atentos de Montaigne están Descartes, para quien su compatriota escribía de modo despreocupado, como si la desgracia y la muerte no fueran con él -“vivimos como si no hubiese abismo”, dice- y Pascal, cuyos Pensées fueron escritos para compensar el poder peligroso que veía en Montaigne, según Bakewell, que atribuye a los dos pensadores una propensión a escribir cuentos de terror cuando tratan de rebatir las ideas de Montaigne. Sin embargo, la aparente placidez de lo escrito por el noble viticultor no trata de ocultar la tragedia implícita en la condición humana, simplemente, la obvia para poder seguir adelante.
La grandeza de Montaigne es, en efecto, haber encontrado un camino directo a la pregunta esencial -que Bakewell toma como pretexto para estructurar su libro-: ¿cómo vivir? Y hacerlo de tal modo que con ello inventó el género del ensayo inspirando con su calidad a los mejores escritores de los siglos siguientes.
Dividido en veinte capítulos, que son otras tantas respuestas, el libro de Bakewell repara en las debilidades que para estoicos y epicúreos suponen un peligro para el disfrute de la existencia; a saber: no controlar las emociones y no prestar atención al momento presente. Como la propia autora resalta, se trata de actitudes muy del gusto budista, austeridad zen. Para Montaigne, al fin y al cabo, aprender a vivir adecuadamente es una obra maestra y de ello trata todo cuanto escribió.
“No te preocupes por la muerte”, primer paso para echar a andar. “Vive con templanza”, parece que el noble rico quisiera imitar la vida de los conventos. “Sé común e imperfecto”, magistral. “Deja que la vida sea su propia respuesta”, sublime. La iluminación, viene a decir, como si de un maestro zen se tratara, se aprende con el propio cuerpo, con el devenir de las cosas que te ocurren. No se puede contar, esa es la cuestión. Como tampoco se puede contar que la iluminación del yoga es su práctica. No hay teoría posible.
Bakewell hace muy bien su trabajo en este libro que es un homenaje al autor de los Ensayos, el hombre capaz de mirarse en los ojos de su gata. Y como la autora reconoce al final, por suerte, podemos dejarlos a los dos “suspendidos en medio de sus vidas con los Ensayos todavía no completos del todo, y retirarnos a seguir con nuestra vida, con los ensayos todavía no leídos del todo”.
Un artículo excelente, Elvira Huelbes. Tus impresiones en este blog fomentan la amistad inteligente, como la que mantuvieron Montaigne y De la Böetie. Saludos cordialmente amistosos, admirativos y servilente voluntarios.
Me apunto al fomento de la amistad inteligente que tanto y tan bien practica Elvira, y con tanto acierto describe Amju
Gracias Elvira. Habra que volver al viejo Montaigne.
Me encanta lo de «se comun e imperfecto» …ya ves, ni llevo acentos conmigo hoy.