El día 11 de noviembre, en París, en la afamada sala Christie´s de la rue Matignon se subastarán más de cien fotografías de Henri Cartier-Bresson, que la Fundación del mismo nombre sacará a la venta para sanear las finanzas de la institución y comprar una sede, la actual abrió sus puertas en 2003 en un taller del barrio de Montparnasse, más céntrica, más lujosa, más amplia. Se trata de pruebas dobles, por lo que la Fundación, que posee alrededor de treinta mil, no se desprenderá de ningún original aunque en el mundo de la fotografía este concepto no esté tan claro como en el de la pintura ya que no es raro que los fotógrafos realicen algunas cortas tiradas del original. La expectación que se ha levantado por esta subasta, además, viene avalada por la constatación de una leyenda: Cartier-Besson, muerto a los noventa y cuatro años en el año 2004, abominaba del mercado del arte, del objeto hecho mercancía, y no daba nunca detalles de las pruebas más antiguas que hacía de una fotografía, la que más se cotiza por los coleccionistas, rompía las copias que no le apetecían y se negaba sistemáticamente a numerar las tiradas. Pero como no hay leyenda en el mercado del arte sin que se escuche de lejos el tintineo de una caja registradora, conviene decir que este morbo está avalado por las expectativas de ventas, que se calculan en 1.700.000 euros por cien fotos y si se acrecienta la literatura sobre el personaje es probable que la cotización aumente.
No es para menos. Hace exactamente un año, Christie´s subastó sesenta y cinco fotos de Richard Avedon por cinco millones y medio de euros. Un récord en este tipo de cosas, pero no una excepción. Y si bien la subasta de estas fotos de Cartier-Bresson no alcanza ni de lejos estas previsiones no hay que olvidar que es probable que la venta final se agrande hasta cifras más significativas. La Fundación cuenta con algunas sorpresas, algunas fotos que son prácticamente inencontrables: una instantánea de la cama deshecha de Cartier-Bresson fechada en 1962, un retrato del pintor Lucian Freud, de 1997, una foto de la vitrina de un taller en Rouen fechada en 1929, que es la foto más antigua que se subasta, y la imagen de la paleta de Matisse que Cartier-Bresson fotografió en Vence en 1944, una fotografía de una belleza extraña, casi sublime, y que constituye una rareza pues él no utilizaba nunca el artificio del laboratorio.
Con ello, además, se va a probar la cotización que Cartier-Bresson, el fotógrafo francés más popular junto a Robert Doisneau, tiene en el mercado del arte. En las décadas que van de los años cincuenta a los setenta, las ventas de Cartier-Bresson se redujeron a casi nada, y, sin embargo, a partir de los años ochenta sus fotos comenzaron a revalorizarse de una manera sorprendente. Tanto, que existe un mercado negro donde sus fotos se venden bajo cuerda gracias a los robos que han tenido lugar en alguna editorial o en algún periódico que guardaban en sus archivos instantáneas del fotógrafo. Martine Frank, presidenta de la Fundación, ha reconocido que no se sabe exactamente la cantidad de fotos que circulan por el mundo con la firma de Cartier-Bresson, pero que deben ser muchas, sobre todo en los Estados Unidos, donde el fotógrafo hacía instantáneas por encargo para las galerías. Se calcula que pueden contarse por millares.
Ante este aparente caos, la subasta de Christie´s quiere ser una suerte de prueba para poder regular el legado de Cartier-Bresson en un futuro. Desde luego los herederos y la Fundación tienen claro que las tiradas de los años ochenta y noventa, con un formato de 30x40 centímetros y que firmaba con temblor en los márgenes blancos, están perfectamente reguladas y que no se harán copias de las mismas porque la obra de un artista desaparece cuando muere. Por tanto las fotos tiradas en esos años poseen todas las garantías que la Fundación puede avalar y se calcula que la cotización de las mismas oscilará entre los 5000 y los 20000 euros. Así, la famosa instantánea del chico con dos botellas de vino en los brazos, que Cartier-Bresson realizó en 1952, saldrá con un valor estimado en 20.000 euros. La suerte de esta fotografía, nos ilustra, por otra parte, sobre el abismo que separa a veces el gusto del público del de su autor. Nadie duda que esta foto es de las más famosas de Cartier-Bresson, pero Agnés Sire, la directora de la Fundación, ha explicado que el fotógrafo no la apreciaba nada. Existen 200 copias de la foto y de milagro: Cartier-Bresson la retiró del fondo de la Agencia Mágnum, la agencia que había creado en 1947.
Sin embargo hay fotografías en la subasta que salen con cifras más altas. Son las más antiguas y ya se sabe que en fotografía las tiradas cotizan por su antigüedad: cuantas más viejas, más caras. Así, por la fotografía en la que se ve a un ciclista recorriendo una calle en Hyéres, que data de 1932, Christie´s la vendió en Nueva York por 265.000 dólares, en una tirada que se remonta a la década de los treinta. Por esa misma foto, realizada en una tirada de 1990, la cotización puede estar entre los 10.000 y los 15.000 euros. Esta vez, sin embargo, no hay ninguna foto en la subasta que se remonte a aquella década, de las que la Fundación posee apenas una centena.
La foto estrella es otra, de las más famosas de su autor, de las mejores. La del hombre que quiere saltar un charco de agua que reluce como un espejo en la Gare Saint Lazare de París, foto tomada en 1932 pero de la Cartier-Bresson descubrió su negativo en 1946, cuando revolvía instantáneas con vistas a una exposición en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, y esas tiradas, realizadas entre los años 46 y 47 son de las más bellas de su autor. La cotización es alta: 150.000 euros. Así se nos muestra el mercado ahora con los clásicos de la fotografía: el circo no ha hecho más que comenzar.