Pascual García
-El sistema de prospección de pálpitos de la nave apenas si detectó picos de vida. Los protocolos de visualización aportaban imágenes grises y polvorientas que no se correspondían con las azules panorámicas captadas unas cuartas antes por nuestras avanzadillas de reconocimiento. El satélite blanco mantenía su posición y su órbita y el planeta azul también, pero ya no era azul, era ceniciento. Los informes previos parecían erróneos: millones de especies, aire, agua, vida, inteligencia, azar, imaginación, arte… El planeta azul se había convertido en el planeta calcinado y nada parecía sobrevivir allí, a pesar de que nuestro sistema de prospección seguía detectando débiles señales de presencias.
-¿Y por eso decidisteis bajar?
-Así es.
-¿Y qué encontrasteis?
-No encontramos nada, solo ceniza. Millones de huesos convertidos en ceniza.
-¿Y la señal?
-La señal seguía allí, débil, pero constante.
-¿Y fuisteis a buscarla?
-Ya te lo he contado miles de veces.
-¿Pero qué encontrasteis?
-Milagrosamente, un rudimentario sistema electrógeno se debió salvar del desastre nuclear y mantuvo en funcionamiento un contenedor de embriones conservados en hidrógeno líquido.
-¡Vaya!
-Allí había vida… ¡Había vida!
-¿Y qué hicisteis?
-Llevamos los embriones al laboratorio de la nave y creamos primero a cientos, luego a miles y, más tarde, a millones de ellas…
-¿Y alguna vez os habéis arrepentido de habernos salvado?
-La verdad es que no, pequeña. Hasta ahora, nos habeis servido bien.
-¿Apago la luz, papá?
-Haz lo que quieras…, pero no te quites las medias.
¿pero dónde se había metido este pedazo de monstruo en los últimos treinta años?