Ofelia de Pablo
Existe un lugar en el mundo donde el mar es rojo, las crestas de las olas son de arena y los peces son antílopes que juegan con las cebras. Es el desierto más antiguo y árido del planeta, el desierto del Namib, en el corazón de Namibia. Sus más de 23.000 kilómetros cuadrados de inmensidad van a morir al océano Atlántico y sus dominios cobijan las dunas más altas de la tierra, unos enormes colosos de más de trescientos metros de altura.
La arena parece colarse por cada poro de la piel mientras esperas sentado en lo alto de una duna, allá arriba, en la cima del mar rojizo, a que comience la danza de la vida. Nada. No hay nada alrededor. Aquí no significas, no eres. Minutos o siglos y amanece lentamente, un suave tono anaranjado dibuja lentamente el contorno de las dunas, las acaricia, las mima hasta que al final el fuego rojo del Desierto del Namib lo conquista todo. Buscas el horizonte y la luz estalla en formas, tenues curvas que se deslizan hacia ninguna parte... A lo lejos un guepardo saluda a la mañana e inicias el descenso hacia Sesriem, la puerta de éste Parque Nacional del Namib-Naukluft, uno de los más extensos del mundo.
Esto es Namibia. La tierra de nadie en idioma nama. De nadie y de todos, porque son muchos los que han luchado por poseerla: portugueses, alemanes, británicos, sudafricanos... pero tras siglos de ocupación -ha sido la última colonia africana- vive como un alegre país libre. Ahora el idioma oficial es el inglés, para no favorecer a ningún grupo étnico, y sus once tribus tratan de encontrar un equilibrio favorable junto a los blancos, una minoría dueña de más de la mitad de las tierras.
Las herencias coloniales pueblan de contradicciones esta tierra de paisajes imposibles. Algunas carreteras perfectamente asfaltadas conviven con tortuosos caminos en el desierto, su impecable capital a la europea, Windhoek, coexiste, a menos de 500 kilómetros, con las tribus Himba.
Al nordeste, el pueblo bosquimano trata de sobrevivir con su cultura y costumbres en el Kalahari, mientras que al oeste, cerca de la Costa de los Esqueletos, los pescadores sudafricanos crean extrañas ciudades prefabricadas con chalets, jardines y supermercados a orillas del desierto más antiguo de la tierra: el Desierto del Namib.