Let it Be

Pascual García

Sucedió hace muchos años, hace más de treinta, pero recuerdo perfectamente que la mañana se me echaba encima atravesada, como siempre. A mí no me gusta hablar por las mañanas, pero lo que no soporto es que me hablen. No me gusta que nadie me hable, y menos cuando llueve y hace un viento frío que te deja la nuca pelada como buitre leonado. A los que vemos siempre la botella no ya medio vacía, sino en las últimas, nos suelen pasar estas cosas. El bonito bar en el que me tomo todas las mañana el café estaba aquel día “Cerrado por defunción”. Cuando me encontraba frente al quiosco de prensa, un camión de la basura pisó el charco equivocado y lanzó sobre mi gabardina equivocada - mi mejor gabardina, la única decente que tengo,- un chorro de agua marrón, agua sucia y ponzoñosa que, lejos de equivocarse, acertó de lleno en el blanco tergal.

Todo iba mal. El taxista sintonizó Hotel California, de los Eagles, y eso casi me dejó sin argumentos para vivir. Un mendigo había muerto de frío por la noche y un cordón de gente rodeaba el descoyuntado cadáver. Me acerqué a echar un vistazo y cuando me iba a dar la vuelta, porque aquello era una auténtica mierda y quería salir de allí cuanto antes, alguien se acercó por detrás y me dio unos golpecitos en el hombro. “¿Qué pasar?”, me dijo. Era un guiri, pero no un guiri cualquiera. Era el guiri de las gafitas redondas, el de la melena y la barba sin cuidar. Era el guiri del chaleco de corresponsal de guerra abarrotado de chapas pacifistas. Era él, el guiri de Liverpool. Era John Lennon y, justo detrás, estaba Yoko Ono, con aquellas gafas enormes  y aquella jeta de fumada. “¿Qué pasar?, insistió Lennon. “Que te den por el culo”, le contesté antes de abandonar aquel maldito lugar… Lo cierto es que nunca he soportado que me hablen por las mañanas.