Bloomsday, Ulises y los logaritmos

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Imagen de James Joyce en 1918. / C. Ruf (Wikimedia)

Pocos de los que se vistieron como personajes de época, remedando aquel 16 de junio en que transcurre la acción de Ulises, en el año 1954, apenas un decenio después de la muerte de James Joyce, podrían imaginar siquiera en sueños el carnaval en que se ha convertido el acontecimiento, más propio de una suerte de borrachera multicolor y global con excusas de actitudes mid-cult, en el que gentes de toda laya y condición se codean en un carrusel demencial donde se aúnan la cita de textos de la novela, las meadas en las aceras, esto si es joyciano, y el jolgorio propio de la fiesta de San Patricio. El Bloomsday, como es conocido sobre todo por esa inmensa multitud que no ha leído una sola página de Ulises, reúne, así, lo peor de la globalización, banalización a espuertas, multitudes un tanto despistadas en busca de cachondeo, y lo mejor, desde luego para los taberneros y comerciantes de la zona, consumo a tutiplén durante un par de días, por lo menos, de todos los tipos de cervezas y compras de recuerdos variados de la verde Erín. Dublín, una ciudad campechana y algo provinciana, que cuenta en su haber el acoger a miles de españoles que pasan en aquel país católico y, por lo tanto más seguro que la vecina Gran Bretaña, impregnando la eterna bruma alcohólica irlandesa de jolgorio hispano, se convierte antes de que lleguen los jóvenes procedentes de España, en una ciudad cosmopolita, llena de intrusos que leen, o fingen leer, párrafos de Ulises mientras soportan a duras penas las levitas y sombreros hongos que se han mercado en los chamarileros de la zona, cada vez más volcados, año tras año, a tal feliz acontecimiento.

Que una novela, un autor, sea homenajeado todos los años, no es nuevo. Aquí, en nuestro solar patrio, rendimos pleitesía a dos gallegos insignes, cada uno a su modo. Desde luego Valle Inclán, donde gentes del mundillo del teatro pasean por las calles madrileñas que conoció Max Estrella y colocan a la estatua del ilustre dramaturgo, sita en el paseo de Recoletos, una bufanda y unas flores todos los años y, desde luego Eduardo Blanco Amor a quien en las calles de Orense, también en cita anual, se le  rinde homenaje por los personajes que creó en A esmorga, una palabra algo intraducible que en la versión española de la novela se tradujo como La parranda. Es decir se homenajea, no íbamos a ser menos, a dos escritores que, a su modo, hicieron de la calle y de la fiesta de la vida su morada.

Gallegos, irlandeses… la correspondencia podría llevarnos lejos, tan lejos que podríamos equivocarnos. De lo que no cabe duda es que estos tres homenajes se parecían como gotas de agua en un principio y que se trataba de remedar a personajes de la calle, gentes con inquietudes alcohólicas y nocturnas, algo dionisíacas pero que la referencia libresca convertía en  menos inquietantes. Pero el tiempo ha jugado a favor, o en contra, de Joyce, otorgándole una nombradía acorde con su influencia en la literatura del mundo y ello de tal manera que el Bloomsday se ha convertido de hecho en una fiesta que en el fondo prescinde de Joyce y hasta de Ulises. Decía Walter Benjamin que en la historia de la cultura los libros que más influyen no son necesariamente los más leídos, y ponía como ejemplo de ello El Capital, de Karl Marx y El origen de las especies, de Darwin. Faltaba una novela y su tuviéramos que citar una para el siglo XX esa sería sin lugar a dudas Ulises y, desde luego, su autor, de quién apenas se lee Finnegan`s Wake y al que la mayoría se ha acercado  a su obra gracias a la versión cinematográfica de John Huston del relato Los muertos. Una vez más, bendito y maldito cine.

El Bloomsday, entre otras características un poco tontas y previsibles, se leen párrafos por todas las esquinas un poco a la manera que leemos El Quijote cada 23 de abril,  posee una que la hace única: la extravagancia. Personajes raros y curiosos idean banalidades todos los años. Éste, estaba cantado, Twitter se ha erigido en la Red social que se ha sentido capaz de inventarse otro Ulises a través de sus 140 famosos y penosos caracteres, por lo que hay una suerte de concurso para resumir en una parrafada virtual, un twit, un capítulo de la ¿inmortal? novela. Por si esto fuera poco un matemático ha colgado en la Red una noticia explosiva: dice haber descubierto el secreto mejor guardado de Ulises. Expectante por la noticia de que la novela guardaba la clave que ha hecho que miles de críticos se devanaran los sesos durante años analizando los símbolos contenidos en la narración, me entero de que el tesoro consistía en que se puede recorrer una ruta atravesando Dublín sin tropezarse con ningún pub. Para ello el matemático, recurriendo a abstrusos logaritmos para los profanos, ha ideado un método cuyo resultado es una ruta abstemia, algo loable en cualquier lugar de la geografía irlandesa. No consigo enterarme si la ruta dublinesa descubierta tiene que ver con la que puede recorrerse el 16 de junio de 2011 o es la que podía uno encontrarse en 1904. En cualquier caso tiene gracia que un irlandés normal como Joyce, era capaz de trasegarse cualquier alcohol de cualquier graduación con preferencia hacia el whisky Jameson´s porque decía que su peculiar sabor tenía mucho que ver con las aguas turbias y cargadas del Liffey, se convierta en el siglo XXI en una suerte de escritor críptico capaz de inventarse un modelo de abstemia literaria sin igual. El Bloomsday, desde luego, se supera cada año a sí mismo, son cosas de la imagen y del marketing aunque, bien mirado, es probable que en vez de estar en manos de descerebrados ilustrados que maquinan extravagancias coherentes en su propia salsa, el sueño de la razón produce cosas así, estemos a merced de humoristas sin igual. Joyce, desde luego, lo era. Quién sabe…

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