Definitivamente hay aspectos de mi país que se me escapan. Cuando en febrero asistí en Barcelona a la rueda de prensa con motivo de la concesión del Premio Biblioteca Breve noté una expectación inusitada entre los periodistas que ocupaban la sala ante el anuncio de que el galardón se le había dado a Elena Poniatowska por una novela cuya protagonista era la pintora y escritora Leonora Carrington. Para muchos fue una sorpresa saber que todavía vivía, suele pasar con los artistas que tuvieron su momento y congelamos su imagen en determinada época, sucedió con Balthus, sucedió con Paul Delvaux, y sucedió con la Carrington, probablemente porque su vida está ligada indefectiblemente a las vanguardias de entreguerras, que hizo de ella un personaje de leyenda y ya se sabe que los personajes de leyenda no tienen edad, y a Max Ernst, sobre todo, del que ya sabíamos que había muerto y, por lo tanto, conservaba bien claro ya su atributo de clásico del siglo XX. Así que cuando Elena Poniatowska enumeró aspectos cotidianos de la pintora en su residencia de México, primero su avanzada edad, casi tan legendaria como su juventud, su afición por fumar cigarrillo tras cigarrillo, su más que marcada afición a tomar taza de té tras taza de té y su aversión a que le contaran una y mil veces anécdotas de Max Ernst y de la suya propia, comprobé el enorme tirón que todavía tenía esta mujer que se había convertido, quizá muy a su pesar, en símbolo de actitudes y gestos que ella misma estaba incluso lejos de aceptar o que aceptaba a regañadientes. Las preguntas se multiplicaban y la Poniatowska parecía encontrarse en su elemento como improvisada biógrafa de la pintora británica. Cuando la novela salió, pocos días más tarde, el tratamiento fue el adecuado a las expectativas que aquella rueda de prensa suscitó. Leonora Carrington parecía resucitar de nuevo como personaje.
Tengo que reconocer que ya entonces tanta expectación podía haber dado lugar a que alguien, avisado, intuyese unas exequias más que una resurrección, dada la edad de la Carrington, pero nadie pareció caer en la cuenta. Ahora que ha muerto a los 94 años este pasado 25 de mayo no deja de sorprenderme la cicatería con que los medios de comunicación españoles han tratado la noticia de su fallecimiento, una cicatería que tiene que ver más con la desidia que con la ignorancia, una desidia que es capaz de dar más importancia a una novela sobre una persona que a la persona misma, una desidia que es capaz, a la hora de la muerte de un artista de la talla de la Carrington, argumentar que el espacio miserable que se le ha otorgado ya había sido suplido por el que se le dio cuando el Premio Biblioteca Breve. Contagioso argumento.
Leonora Carrington vivió los últimos años de su vida en el D.F. como corresponde a alguien que sabe que su destino como artista ya había sido cumplido. Lo único que le interesaba ya era vivir, lo que equivale a dejarse llevar por la energía que a uno le queda y contemplar lo que se le ofrece, el espectáculo siempre renovado de la existencia, pero a diferencia de otros muchos viejos ella no quería saber nada del malentendido permanente que es la mirada que los demás echan sobre las vivencias de uno. En esto permaneció como la Carrington de siempre, la sorprendente, la que nunca se dejaba llevar por lo que se dijese, la que hacia lo que la venía en gana. No quiso convertirse en espectáculo patético de esos personajes que abundan tanto en las tangentes del arte y tener que repetir hasta la caricatura sus relaciones con Max Ernst, su amistad con Picasso, con Dalí, con Joan Miró, con André Breton. En Saint Martin d´Ardeche, donde se fueron a vivir Max Ernst y Leonora Carrington en 1938, se conservan en la casa que compraron unos relieves en la fachada, uno representa a Loplop, un animal fabuloso, mitad pájaro, mitad estrella de mar, una suerte de alter ego de Max Ernst. A su lado la Desposada del viento, Leonora. Supongo que quien se interese de manera genuina por lo que el amor de Max Ernst y la Carrington pudo significar debe tratar de impregnarse del genius loci de esa fachada, por otro lado tan expresiva. Para quien sepa ver. Creo que la retirada de Leonora Carrington del espectáculo lamentable de las tangentes del arte tiene que ver justo con este lema. ¿Para qué explicar una y otra vez lo que no se quiere ver porque falta la capacidad para percibirlo? Y lo mismo sucede con la imagen que uno representa para los demás: el gran malentendido. Elena Ponitowska aseguraba no hace mucho, lo sabrá porque era buena amiga de ella, que Leonora Carrington no leería su novela porque no le interesaba lo que se dijese de ella, y menos sobre su propia vida. Elena Poniatowska sabe de ello porque leyendo su libro uno se da cuenta de la enorme información que ha manejado sobre la de la Carrington, una información que no se encuentra en los manuales de arte ni en biografías someras y que supone una minucia en su relación amistosa de esas que duran años.
La única manera de disipar ese malentendido, de apropiarse de lo que podía representar de genuino Leonora Carrington es acercarse a su obra y a sus libros, unos libros que van desde el primerizo La casa de los miedos hasta La trompeta acústica pasando por El séptimo caballo y otros cuentos o el fascinante El mundo mágico de los mayas. Las editoriales españolas fueron pródigas publicando la obra literaria de Leonora Carrington, de cierta extensión. No así los diarios en la fecha de su muerte. Olviden por un momento las legendarias francachelas de su vida, por otro lado tan proclives a ser malinterpretadas, y centrémonos en lo que ella misma nos cuenta. Es la única manera de acercarse a un artista.
Me parece un espléndido artículo. ¡Que bien escrito está! Esa sencilla y acertada forma de expresar cosas tan interesantes es de agradecer hoy en día.
Si la prensa no se ha acordado de su muerte, este artículo nos ha puesto al día. Si alguien quiere saber cómo era la Carrington, viene una foto suya en la portada de su libro «Memorias de abajo» editado por Siruela, es la cuarta empezando por arriba.
Muy interesante y cuanta razón tiene sobre el olvido en el q dejamos caer a personajes reales y q probablemente recordaríamos si fuesen ficticios.
Yo por casualidad acabo de terminar el libro de elena poniatowska y me parece genial, muy bien documentado y en un estilo tan agradable qu es como vivirlo en directo. Felicidades x el premio, muy merecido y a Leonora el lugar que le corresponde, magnífica !!
Excelente artículo, complementa mi admiración por la Carrington, una mujer genuina que disfrutó su autonomía, sabiendo romper estereotipos de género, a la par que dejó andar libre su yegua interna por los campos de la vida. Poniatowska nos lo comparte de una forma muy amena e interesante.