Carlos Feltrinelli se viene a España para hacerse con La Central, una de mis librerías favoritas, después del acuerdo a que ha llegado con los dueños, Marta Ramoneda y Antonio Ramírez, de comprar casi la mitad de las acciones para dentro de cinco años. La gestión seguirá en las manos actuales que llevan muy bien las seis librerías que hay en España, cuatro en Barcelona y dos en Madrid. Además, el nombre no va a cambiar.
Lo que Feltrinelli busca es cruzar en charco e implantar sus reales en Hispanoamérica. Operación arriesgada pero interesante. Hace tres meses, el holding –nombre odioso- ya había acordado con Jorge Herralde, tomar el relevo en Anagrama, poco a poco y sin aglomeraciones, como hemos contado en cuartopoder.es.
O sea que la cosa marcha. Ya se sabe, en medio de la crisis, cuando la mayoría de nosotros andamos mirando la pela, como se decía antiguamente, otros siguen engordando como potentados que son. Pero, basta de demagogia.
Feltrinelli lo hará bien, seguro. Su nombre es de prestigio porque lo viene haciendo bien en Italia desde hace medio siglo, tiene 104 librerías allá, la última, abierta en la Estación Central de Milan, en noviembre pasado, es un espacio de 2.400 metros cuadrados para libros, café y gadgets. Este acuerdo le llega a La Central también en su 15 cumpleaños, de modo que parece una celebración. Además, se trata de montar la librería del futuro, como han dicho Ramoneda y Ramírez: “con un fuerte acento cultural, fondos cuidadosamente seleccionados, espacios amplios y confortables con cafeterías, además de fortalecer la librería 'on line' y tener una actividad cultural volcada a la promoción de la lectura”.
Es la primera vez que Feltrinelli sale de Italia convencida de que puede exportar "la gran experiencia que hemos desarrollado en nuestro país en la apertura y gestión de librerías”. Nada que objetar, todo es juego limpio, pero se me agolpa en la cabeza la estampa de pequeñas librerías que siguen luchando por sobrevivir en un mundo de gordísimos potentados. Feltrinelli no es Planeta; se distingue en que es más fina que la española, más chic, si quieren, y más seria. O sea que junto al último bodriotocho de moda te da la oportunidad de comprar un libro de, qué sé yo, Leonardo Sciascia, por ejemplo. O de Nadine Gordimer, un poner. Por ahora, sus dependientes saben de la materia con la que se ganan la vida.
Son ganas de objetar, dirán ustedes. Al fin y al cabo, hasta Planeta se quiso refinar cuando absorbió editoriales como Seix Barral –que salió perdiendo en la aventura- o Destino. A punto estuvo Tusquets de sucumbir también, pero pudo salvarse después de un año de prueba. O Siruela, que tras idas y venidas, terminó en brazos de Germán Sánchez Ruipérez.
Estos sellos prestigiosos, como le ocurre ahora a La Central, no pudieron aguantar las deudas, porque el prestigio, al menos en España, no alcanza para vivir dignamente. Un editor barcelonés muy fino me ha comentado que, de hecho, las editoriales hacían de banco a la librería, fiándole buenas sumas de dinero.
Tanto Feltrinelli como Planeta son esa cosa, joldin, o como se diga, y además de libros venden casas y hasta edificios enteros, tienen aviones que vuelan a todas partes, y otros negocios en los que los libros no pintan nada. Me acuerdo de lo debatido que era, en la facultad de Periodismo, cuando estudiante, el asunto este de la concentración de medios. Eran otros tiempos. Visto lo visto, sólo queda la esperanza de que a los editores y librerías pequeñines les pase lo que a la hierba frente al árbol en medio del huracán: que salgan airosos de las tormentas. Y, hablando de tormentas, quede constancia mi admiración por la entereza del pueblo japonés.
Elvira, lo importante de todo esto es que la gente siga leyendo, aunque sea tan poquito como hasta ahora.
Saludos