El otro callejón del gato

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Estatua de Valle-Inclán en el Paseo de Recoletos de Madrid. / Zaqarbal (Wikimedia Commons)

El esperpento fue la creación de una metáfora con la que se quería dar a entender otro modo de mirar y sentir la realidad española. La bien hallada metáfora fue explicada en su momento por su creador con otra metáfora, sacada de los espejos deformantes de una taberna del callejón del Gato madrileño, que, a su vez, creó un paisaje de la ciudad distinto al de su predecesor, Pérez Galdós y al de su coetáneo, Pío Baroja, más dado en aquel momento a otro tipo de mirada en el lado sombrío y anarcoide de los bajos fondos madrileños. Esta metáfora, aunque se disipó en obras narrativas, de tipo histórico, donde Valle Inclán dio cuenta definitiva del reinado isabelino marcándole una leyenda que llega hasta el día de hoy, tuvo su momento álgido en Luces de bohemia, una de las obras más bellas luminosas y terribles del teatro español, más certeras en cuanto al modo de calibrarnos, también. Una obra que, por otro lado, contenía un personaje de esos de una sola pieza, de esos que se producen cada muchos años y reflejan la impronta del genio. El personaje se llamaba Max Estrella.

Y aconteció que la obra fue clasificada como su autor, como un clásico, y casi sucedió lo que suele pasar con casi todos los clásicos, que la inercia tiende a convertirlos en momias. Sin embargo el destino de Max Estrella fue otro: por su discreción, vale decir, la indiferencia de las autoridades, y por la de gran par del público,  pasó casi a ser un fantasma evocado por unos cuantos locos por el teatro, y poco más, hasta que en 1998 tuvo lugar la primera Noche de Max Estrella donde un grupo formado por esos trastornados del teatro y fascinados por la cualidad revolucionaria de la metáfora antes aludida recorrió los lugares de Madrid que aparecen en la obra después de colocar una bufada en la estatua de su creador en el Paseo de Recoletos madrileño. Desde entonces no han dejado de hacerlo un solo año.

Esos trastornados por la pasión, la periodista y crítica de teatro, Rosana Torres, el dramaturgo Ignacio Amestoy, de quién Guillermo Cabrera Infante decía que era el único español cuyo apellido era una reiteración (I´am, Estoy), el poeta, y dramaturgo, aparte de editor, y crítico de toros, Javier Villán, el poeta y columnista Ramón Irigoyen, y muchos otros que no es momento colocar aquí por problemas de espacio, después de años de peregrinar por libre, decidieron constituirse en institución, vamos, y el 3 de marzo pasado presentaron en la Librería Fuentetaja, que no es el garito de Zaratustra pero se le parece, la Irreal Academia del Esperpento coincidiendo con el 75 aniversario de la muerte de Valle Inclán, una Academia que tiene presidente, aunque sea provisional, el citado Ignacio Amestoy, e incluso himno, algo de lo que carece la Docta Institución, Babilonio, la celebrada canción que forma parte de la en otros tiempos afamada revista La Corte de Faraón, esperpéntica donde las haya a falta de alguien que recuerde el teatro chino de Manolita Chen, y a la que puso voz la actriz Esperanza Roy. Otras personalidades, trastornados de siempre por la metáfora valleinclanesca, asistieron al acto, como el profesor Jorge Urrutia, el cineasta José Luís García Sánchez y el crítico de teatro Javier Centeno. Este año, ya que son institución, han decidido que este 26 de marzo, Día Mundial del Teatro, se celebre  la Noche de Max Estrella y se otorgue el ser académico de honor al actor Juan Diego.

Siempre seguí con simpatía este acto porque era un modo de reivindicar otra mirada, otra manera de estar en el mundo tan acertada desde su creación que en cuanto miramos a nuestro alrededor la metáfora valleinclanesca tiende a sobreponerse sobre lo que realmente vemos, no hace falta más que asomarse a nuestra palestra política del día a día, a nuestra televisión y sus shows de baja estofa, a los eventos cotidianos que acontecen en la rua, parafraseando a Juan de Mairena, para corroborarlo. Ahora se han constituido en Academia, señal de normalización, y en Irreal, lo que les libra de las fatales consecuencias a que están sometidas las reales.

Esta metáfora ha salido indemne de la mordaza franquista, de los intentos restauradores de nuestra Transición, de las aparentemente extravagancias llenas de modernidad de los últimos tiempos, de los teóricos de la posmodernidad, de los hacedores de microrrelatos, de los teóricos de lo banal, de los apocalípticos, de los integrados… que puede valer como valió en el momento en que fue creada, como una vacuna contra el mal que nos acecha en cualquier esquina, en cualquier nuevo callejón del Gato. Hay que celebrarlo, por irreal…

2 Comments
  1. claudia says

    Magnífico texto. Sólo en sitios como cuartopoder podemos tener noticia de gente maravillosa que cree en la cultura como algo más que una transacción mercantil y se hace eco de iniciativas como ésta. Pobres suplementos literarios, apéndices del márketing de editoriales, fundaciones, discográficas.

  2. celine says

    Ya estoy desempolvando la bufanda blanca para esa noche de Max Estrella. ¿Darán cerveza sin alcohol? No sé…

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