Ofelia de Pablo
Haiko acaba de salir de la oficina. Estrés, agobio, el jefe, la familia… “No puedo más” -me dice- cuando nos encontramos en Ginza, uno de los barrios más chics de Tokio. Su elegante figura, joven y sofisticada, vestida a la última moda delata lo bien que le va económicamente. Nos vamos de tiendas por este paraíso del consumismo pero ella continúa nerviosa. Suena su teléfono última generación del que cuelgan cientos de abalorios y ríe nerviosa mientras habla bajito al otro lado de la línea. “Hoy me tengo que ir un poco antes” –me dice sonrojada. “He quedado”. Ni siquiera se atreve a decir su nombre, la timidez se escapa a raudales por sus poros pero me enseña una foto. Un tipo trajeado, alto, delgado con cara algo andrógina y un increíble pelucón rubio cardado a lo Bon Jovi. Mi cara de interrogante le hace sonrojarse aun más. “Es mi amigo –balbucea-, ya sabes”. “No, no sé”–contesto divertida- “Sí, es mi host”–dice ella sin mirarme a la cara. Y es que por lo visto es la moda entre las altas ejecutivas niponas y yo como recién llegada aun no me había enterado. Haiko tiene un amigo, un host, como se llama en argot –me explica ella- que es él que la entiende, acompaña, cuida, aconseja…. “Ah! Me sorprendo ¿osea como un novio?” Ella estalla en un ataque de risa incontenible. “¡No, no que va! Mucho mejor- afirma- me cuida como una princesa, me hace feliz. Yo pago y él nunca pide explicaciones. ¡Es perfecto!”
Miles de estresadas mujeres de alto poder adquisitivo acuden al barrio rojo –Kabuchiko- de Tokio en busca de estos acompañantes a la carta. No buscan sexo. Sólo alguien que les escuche, les mime y les haga sentirse encantadoras durante un rato antes de volver a casa. Ellos, jóvenes y guapos (al estilo del canon asiático) lo dan todo para hacerlas felices.
Al entrar en el barrio apuestos galanes pueblan las aceras catálogo de fotos en mano. De un vistazo detectan a la mujer que tiene dinero. Las “cazamos” -como dicen- en la calle, les enseñamos los retratos y ellas escogen a uno”. Ese será su host, le invitarán a las bebidas en el local de lujo al que pertenecen y él se encargará de cumplir sus sueños. Un amor falso en toda regla. El sexo puede que venga luego pero, como dicen: “ese es nuestro valor más preciado, tenemos que venderlo caro para que ella siga viniendo constantemente hasta que lo consiga” Tratan de enamorarlas para que su fidelidad sea tan eterna como el desfile de sus yenes al pagar las altas cuentas en el local. Si la cosa prospera –como la de mi amiga- ella le invitará a un karaoke o le solicitará como acompañante para una cena. Las tarifas se dispararán con estos extras pero es el precio que hay que pagar por un amor a la carta.