La voz que se extingue en el desierto

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Ofelia de Pablo

Ahmed acaba de ganar una nueva carrera a lomos de su engalanado camello, orgulloso se vuelve hacia sus compañeros de turbantes celestes, los temibles hombres azules del desierto. Estoy junto a ellos sentada en una de las enormes jaimas que han desplegado para la ocasión. Parecen contentos. Después de treinta años de conflictos por fin han podido correr enfrentados amistosamente a otras tribus saharauis. Él y sus compañeros han acudido como miles de nómadas a la reinstaurada cita cultural en el Sahara Occidental: el Moussem de Tan Tan.

Mohamed, ataviado con sus mejores galas para la ocasión, me cuenta como en esta pequeña población de Tan Tan la ancestral tradición reunía a los pueblos nómadas del desierto: “pero poco a poco los problemas políticos, las luchas territoriales y los abusos gubernamentales consiguieron hacer desaparecer una tradición ancestral que nos llenaba de orgullo a todos”. Ahora con el apoyo de la UNESCO se ha conseguido resucitar una fiesta que parecía condenada a su extinción y el proyecto ha sido declarado Patrimonio Intangible de la Humanidad.

Pero detrás de las canciones, las exhibiciones y de los bellos trajes hay todo un pueblo que clama por una solución a un conflicto que ya dura décadas. La cultura, las tradiciones y el espíritu de la nación saharaui se conservan a duras penas entre las jaimas –ahora convertidas en tiendas de campaña- esparcidas por el desierto a modo de campos de refugiados. Desde la música, desde la literatura y desde cualquiera de las voces que caminan por el Sahara se pide un compromiso efectivo que les dirija hacia la paz. Desde el último aplazamiento del ansiado referéndum de autodeterminación los pueblos del Sahara Occidental viven esperando que los acuerdos políticos se cumplan. Sama, una de las cantantes que ha acudido al mousseum, apoya actos como este porque piensa que “al revivir estos festivales el mundo pone sus ojos en nuestra cultura, ahora no nos dejarán de lado”. Sus palabras se mezclan con los primeros acordes de música que comienzan a sonar en las jaimas. Las notas se elevan en la noche y en ellas viaja un único deseo: solo la buena voluntad de todas las partes puede solucionar la agonía de un pueblo y evitar que su alma se extinga detrás de las dunas del desierto más grande del mundo.

Ahmed acaba de ganar una nueva carrera a lomos de su engalanado camello, orgulloso se vuelve hacia sus compañeros de turbantes celestes, los temibles hombres azules del desierto. Estoy junto a ellos sentada en una de las enormes jaimas que han desplegado para la ocasión. Parecen contentos. Después de treinta años de conflictos por fin han podido correr enfrentados amistosamente a otras tribus saharauis. Él y sus compañeros han acudido como miles de nómadas a la reinstaurada cita cultural en el Sahara Occidental: el Moussem de Tan Tan.

Mohamed, ataviado con sus mejores galas para la ocasión, me cuenta como en esta pequeña población de Tan Tan la ancestral tradición reunía a los pueblos nómadas del desierto: “pero poco a poco los problemas políticos, las luchas territoriales y los abusos gubernamentales consiguieron hacer desaparecer una tradición ancestral que nos llenaba de orgullo a todos”. Ahora con el apoyo de la UNESCO se ha conseguido resucitar una fiesta que parecía condenada a su extinción y el proyecto ha sido declarado Patrimonio Intangible de la Humanidad.

Pero detrás de las canciones, las exhibiciones y de los bellos trajes hay todo un pueblo que clama por una solución a un conflicto que ya dura décadas. La cultura, las tradiciones y el espíritu de la nación saharaui se conservan a duras penas entre las jaimas –ahora convertidas en tiendas de campaña- esparcidas por el desierto a modo de campos de refugiados. Desde la música, desde la literatura y desde cualquiera de las voces que caminan por el Sahara se pide un compromiso efectivo que les dirija hacia la paz. Desde el último aplazamiento del ansiado referéndum de autodeterminación los pueblos del Sahara Occidental viven esperando que los acuerdos políticos se cumplan. Sama, una de las cantantes que ha acudido al mousseum, apoya actos como este porque piensa que “al revivir estos festivales el mundo pone sus ojos en nuestra cultura, ahora no nos dejarán de lado”. Sus palabras se mezclan con los primeros acordes de música que comienzan a sonar en las jaimas. Las notas se elevan en la noche y en ellas viaja un único deseo: solo la buena voluntad de todas las partes puede solucionar la agonía de un pueblo y evitar que su alma se extinga detrás de las dunas del desierto más grande del mundo.

2 Comments
  1. mouludcamaguey says

    como saharaui,quisiera que en la foto del articulo los hombres jinetes tuvieran puestos los turbantes saharauis,solo una aclaracion,lo demas dicho esta muy bien.fuera marruecos del sahara,viva el frente polisario.fuera felipe conzalez y el lobby promarruqui tambien,fuera

  2. chej el ueli says

    Solo queria que en todo lo relaciopnadpo con el Sahara Occidental , hay siempre que tener en cuenta que los festivales que la fuerza ocupante son para engañar a la opinion publica mostrandoles una paz y tranquilidad en la zona ocupada por Marruecos . No hay que olvidar que los saharauis viven bajo una opresion igual o peor que la sufren los palestinos
    De forma ganeral es aceptable

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