Ha vuelto Roman Polanski para darnos en la cabeza a los que pensábamos que El pianista le había secado el cerebro, para ajustar cuentas por la guerra de Iraq, para mandarle un recado a los EEUU y para recordarnos que a un genio siempre le queda un as en la manga y él guarda los cuatro.
Y ha vuelto, como Scorsese, a contarnos una película excelsa que transcurre la mayor parte del tiempo en una isla. De Londres a la costa este de Estados Unidos y de allí a Londres para cerrar con la llave de los títulos de crédito el cofre de esta excelente historia de ambición, intriga política y traición basada en la novela El poder en la sombra de Robert Harris, ex amigo de Tony Blair, a quien “regala” el personaje central de esta historia de un ex primer ministro británico que quiere escribir sus memorias.
Para ello ha de contratar a un nuevo escritor que las termine porque el anterior murió en un accidente sin acabar el texto. Es una oportunidad para este nuevo “negro” que ha de trasladarse a la isla del atlántico donde reside temporalmente el ex mandatario. Allí descubre que el político no parece trigo limpio, que vive entre el dominio de dos mujeres de fuerte personalidad, su jefa de gabinete y su mujer, y que el manuscrito tiene demasiado valor oculto aunque literariamente sea una basura.
A partir de aquí Polanski en la producción, el guión –junto con el autor de la novela- y tras la cámara hace una exhibición de la elección de escenarios, la creación de atmósferas, el manejo de los tiempos, la revelación de informaciones y la dirección de actores y nos lleva como quien lleva a un niño a la feria por todos los recovecos de una intensa trama de suspense forjada con precisión extrema y sobriedad franciscana, en la que ningún elemento del relato es superficial o innecesario, en la que las dudas van surgiendo de manera inexorable, pausada y creciente y en la que la resolución de las incógnitas se concentra en unos minutos de insuperable intensidad dramática.
Posiblemente esta historia en manos de otro director habría pasado inadvertida entre otros thrillers de la cartelera, pero Polanski, que conoce bien a Hitchcock y Chandler, ha sabido dotarla de esa parte de cinismo, elegancia y mesura que sólo los grandes saben hacer. El suspense avanza con pasos firmes cada vez más sonoros desde un planteamiento inquietante, la muerte del antiguo escritor, hacia una realidad compleja en la que nadie es lo que parece y lo importante es saber quién es el “full” en ese coro de comediantes que rodea la escritura de las memorias del político, en el que sólo se sabe que el mayordomo no es el asesino.
Mención aparte merece la labor del casting de esta coproducción británica, francesa y alemana, pues ha conseguido reunir a grandes actores con carreras de perfiles distintos que de la mano de Polanski dan el tono preciso a cada personaje. Ewan McGregor en el papel del escritor conduce la trama con soltura, fragilidad y sentido del humor y consigue esa conexión mágica que a veces surge entre el protagonista y el público y que logra convertir a un personaje en inolvidable; la actuación de las dos mujeres, Kim Catrall (Sexo en Nueva York) y Olivia Williamas (El sexto sentido, An education), es sobresaliente, y hasta Pierce Brosnan nos hace olvidar su pasado Bond.
Ha vuelto Polanski, el mejor Polanski, el de El cuchillo en el agua, Repulsión, La semilla del Diablo, Chinatown… para decirnos a todos que lo suyo es hacer cine y que su vida es una película en la que los malos siempre vienen del otro lado del mar.
Conviene recordar que no pudo recoger el premio al mejor director en el pasado Festival de Cine de Berlín porque estaba –y aún está- bajo arresto domiciliario en Suiza, y que su estancia durante más de dos meses en una cárcel helvética mientras se decidía su extradición a los EEUU por el juicio por presunta violación a una menor que tiene pendiente desde los años 70 coincidió con la fase final del montaje de El escritor. Polanski y la verdad, Polanski y el mal. Leitmotiv en su carrera, karma en su vida.