Coronavirus: el declive de la raza
- "Los líderes Casado y Abascal compiten en aumentar los muertos por la epidemia"
- "Las derechas insisten en que somos la nación más floja y castigada por el virus"
Las derechas no se ponen de acuerdo sobre el balance mortal del coronavirus en España. El presidente del Partido Popular (PP), Pablo Casado, lo cifró en 43.000 víctimas en el pleno del Congreso de los Diputados del pasado 17 de junio, y su antiguo correligionario y jefe de la ultraderecha, Santiago Abascal, lo elevó a 48.000 muertos. En su competición por hacer restallar la fusta contra el Gobierno progresista, los dos líderes han elegido desde el minuto uno de la pandemia ese golpe del “ocultismo” que suponen de largo alcance y alto rendimiento, como si el Ejecutivo que encabeza el socialista Pedro Sánchez tuviera un interés extraordinario en escamotear las cifras de víctimas de la maldita epidemia. Por cierto que hasta las cinco de la tarde del 19 de junio (últimos datos a la hora de redactar esta crónica) habían fallecido 28.315 personas a causa de la enfermedad y el número de diagnosticados se elevaba a 28.315.
Si el Gobierno legítimo y democrático de este país fuera como aquel alcalde franquista de la Barcelona de los años sesenta tendría alguna razón para ocultar los muertos. Contaba Martín Girard (seudónimo de Gonzalo Suárez) que en aquellos tiempos (los del regidor Porcioles) en los que él se dedicaba al periodismo tuvo que dar la triste noticia de la muerte de la jirafa del zoo y como el Ayuntamiento la desmintiera se vio obligado a investigar donde diablos la habían enterrado. No es fácil dar sepultura a una jirafa. Enseguida se enteró de que, a causa de una fuerte nevada que impedía la llegada de alimentos, la carne del animal fue utilizada para dar de comer a las fieras. Lo que nunca se supo (aunque se supone) es si la jirafa murió de frío. Velaí cuán difícil es ocultar no sólo la muerte de las personas, sino también la de los animales de cierto relieve.
Ese énfasis de las derechas tonantes y atronadoras en denostar a un Gobierno social y decente ha llevado a determinados medios dizque de comunicación a intentar matar con sus toxinas al mensajero, en este caso el doctor Simón, y poner en la picota a un tipo sensato y riguroso como el ministro de Sanidad, Salvador Illa. No lo han conseguido, aunque contra ellos (también contra Pedro Sánchez y Pablo Iglesias) llueven querellas, según el catálogo delictivo anunciado por Casado y Abascal en el Congreso. A falta de mejor argumento ya se sabe que el portador de malas noticias debe morir. Ese ejercicio histórico llevó en la época de Carlos II al eminente doctor Chavas a dar con los huesos en los calabozos de la Inquisición por mostrar lo absurdo de la creencia de que las víboras de los alrededores de Toledo no eran venenosas, como había afirmado el arzobispo. El notable médico fue castigado “por haber hablado de las víboras en términos malsonantes y heréticos”. También sobre Li Wenliang, el médico chino que advirtió del brote de la nueva enfermedad, cayó el castigo y fue encarcelado “por alterar el orden social”. Murió víctima del coronavirus. A su memoria y honor, quince filósofos, médicos, periodistas y politólogos han dedicado el libro colectivo Sopa de Wuhan.
A la luz del comportamiento de los dos expresidentes de Gobierno del PP –José María Aznar viajando a Marbella a pasar la cuarentena y Mariano Rajoy pasando el confinamiento por la suela de sus zapatillas-- es lícito preguntarse si les resbalan las leyes y si tan difícil les resulta abstenerse de dar ejemplo. Por suerte o por lo que sea, la mayoría de los ciudadanos pasa de esos personajes, todo un dechado de civismo. Como pasa de las ocurrencias calificativas del jarrón chino con P2 en ebullición. Así y todo, la pregunta que cabría formular a los actuales líderes de las derechas es cuántos muertos e infectados por coronavirus habría en España con conductas tan ejemplares como la del “señor de la guerra” (inmoral, ilegal y criminal), procedimientos tan admirables como el del “señor de los hilillos” y lecciones de tan alta erudición como las del jarrón chino. Eso no resta importancia a los errores ni a las decisiones equivocadas de los gobiernos, pero puede añadir luz al análisis cuando se trata de formar opinión.
La puja de los líderes de las derechas por ver quién añade más muertos de coronavirus para desacreditar al Gobierno y hacer, de paso, un flaco favor al endeble sistema sanitario público de acuerdo con su vieja tesis de que lo público no funciona y además perjudica la salud, se acabará convirtiendo en la creencia universal de que la nación y la raza española (según su lenguaje) es la más débil, la que menos resiste, la peor del mundo. Los argumentos de esos campeones del patriotismo nacional están dejando nuestra resistencia, fortaleza y salubridad tamañita. Escuchando al líder Casado soflamar que tenemos las mayores tasas de mortalidad por el virus que cualquier otro país del mundo y que adolecemos del peor mapa de contagios del globo, no cabe duda de que los organismos de los españoles (catalanes incluidos) somos de mucha peor calidad que los demás pueblos del mundo. Y eso es tremendo para nuestra buena fama y letal para la “marca España”.
Tanto más tremendo y más letal cuanto que fue aquí, en la Península Ibérica, donde se halló el primer cráneo del homo neanderhalensis, que hoy se conserva en el Museo Británico de Londres. Fue encontrado, concretamente, en una cantera del peñón de Gibraltar en 1848, aunque acabó siendo una pequeña caverna del valle de Nehanderthal, cerca de Düsseldorf, en Alemania, donde el maestro de escuela Tühlrott encontró diez años después un cráneo similar, la que terminaría dando nombre a nuestros antepasados del paleolítico, gente recia, brava, fuerte y además, inteligente. No como los homínidos de hogaño, tan flojos que caemos como moscas ante el primer virus que nos ataca, aunque el nefasto Gobierno socialcomunista bolivariano se empeñe en ocultarlo.