Democracia Económica: el objetivo es ése, el momento es ahora
- Hay un hilo profundo que conecta el primitivismo imperial del que hace gala Trump con la lógica corporativa de la gran empresa global.
- El Estado de Bienestar supuso durante décadas una especie de estación Termini, un destino más o menos acabado para las izquierdas de todo el mundo.
Ignacio Muro Benayas
No nos engañemos: los monstruos que hoy convulsionan el mundo son hijos del neoliberalismo y de la incapacidad de superarlo desde soluciones de progreso. Y lo peor es que sus manifestaciones más duras empiezan a encontrar una peligrosa conexión que hilvana muy diferentes niveles de espacios de poder.
Hay un hilo profundo que conecta el primitivismo imperial del que hace gala Trump con la lógica corporativa de la gran empresa global basada en formas de poder unipersonales y cuasimonárquicas. Ese mismo hilo enlaza las pulsiones de reafirmación nacional de las derechas populistas xenófobas y excluyentes (Vox o Bolsonaro como ejemplo) con el comportamiento del empresario más ramplón de una pequeña empresa, -española, brasileña, polaca…- que solo concibe su negocio con contratos basuras y mano dura. Hay conexión también entre esos mundos y el miedo de las clases medias a la igualdad de oportunidades de “los otros” para que no compitan por los escasos puestos disponibles o el furibundo rechazo del varón tradicional a la igualdad de la mujer.
Al final los modelos sociales se hacen coherentes, de modo que no hay que sorprenderse de que el capitalismo empiece a reclamar un tipo de poder claramente estructurado en privilegios de clase y muestre su incomodidad con una democracia que descanse en la igualdad de oportunidades basadas en el mérito.
Del no-socialismo al no-Estado de Bienestar
El Estado de Bienestar supuso durante décadas una especie de estación Termini, un destino más o menos acabado para las izquierdas de todo el mundo, mientras se desdibujaba el vocablo “socialismo” en tanto que modelo social que profundizaba en una idea democrática plena en sus aspectos económicos y señalaba una transición, un camino.
Ese apagamiento de los objetivos de cambio social ha sido el mayor éxito de la ideología neoliberal, que ha conseguido que cale en los corazones y las mentes de las fuerzas sociales progresistas la sensación de que no hay Alternativa. Como refuerzo a esa tesis, surgía la idea del “fin de la historia”, que no era otra cosa que la voluntad de sancionar el fin de la lucha de clases como motor principal contra las injusticias y por la igualdad, mientras resucitaba la ilusión de un mundo sin ciclos ni crisis, en el que los impulsos de progreso se limitaban al ascenso individual e insolidario, conectado con la ideología del hacerse a sí mismo y la ruptura del vínculo comunitario.
Eran mentiras, eran ardides. Las crisis volvieron con más virulencia y los mitos del ascenso social de las clases medias se esfumaron junto a los terribles ajustes sociales sufridos, pero el mundo del trabajo siguió y sigue huérfano de planteamientos que representen el cambio social.
Y ése es el principal problema. Porque no ha habido en la historia ningún gran salto sin que, previamente, hubiera una propuesta de sociedad que la movilizara ni posibilidad de avance social sin una aspiración de un nuevo modo de vida, de una idea actualizada del bien común. Sin soñar los perfiles del destino apetecido no hay posibilidad de articular un movimiento popular ni es posible sembrar una esperanza de cambio que aglutine a los diversos tipos de trabajadores: manuales e intelectuales, profesionales precarizados o contratados como autónomos independientes.
El Estado de Bienestar ya no puede ser la solución. La globalización ha cambiado el terreno de juego en muchos aspectos: de un lado, acentúa la capacidad del capitalismo para generar desigualdades, un proceso que acelera la economía digital; de otro, dificulta la capacidad para corregirlas vía políticas redistributivas, al facilitar la elusión fiscal de las grandes corporaciones y de las clases acomodadas. Ocurre que la izquierda, constreñida por la lógica típica del Estado de Bienestar de los años 70, solo parece preocuparse de lo segundo, los déficits redistributivos, sin decidirse a afrontar qué cambios son necesarios en el sistema productivo para combatir y corregir las desigualdades primarias, las que se alimentan en la nueva relación entre capital y trabajo.
Hoy tiene sentido plantearse si “el error de la izquierda europea y del pensamiento emancipador de las organizaciones de trabajadores consiste en posponer el problema de la abolición de la explotación a la conquista del Estado“. La pregunta se la hacía, en 1997, Bruno Trentin, sindicalista y secretario general de la CGIL italiana y autor de La ciudad del trabajo, mientras señalaba que es imprescindible que los sindicatos sean portadores de un proyecto de sociedad y no solo agentes centrados en aspectos contractuales, salariales o normativos. Y lo mismo puede decirse de otras fuerzas sociales.
Imaginar el postcapitalismo, dar formas a la democracia económica
Todo ello muestra la necesidad urgente de un discurso alternativo que genere esperanzas a las mayorías. El modelo actual conlleva caos. Y no habrá solución si no afrontamos una alternativa que incluya otra forma de abordar la gestión del sistema productivo y del poder económico y otra forma de gestionar las relaciones personales y el tiempo libre.
Es posible que sea cierta esa máxima cínica que afirma que “el capitalismo tiene los siglos contados”. Pero puede que no. Hay momentos en que todo se acelera, sobre todo cuando las crisis financieras rondan una tras otra, sin ofrecer más solución que los ajustes sociales. Lo que es evidente es que el mundo está obligado a pensar ya en términos de postcapitalismo, de qué sociedad queremos para nuestros descendientes que genere las mayores dosis de satisfacción social y bienestar económico.
En este contexto, algo parece evidente: ni es posible esperar, ni es concebible una idea más inclusiva y precisa que la de democracia económica como símbolo de una nueva forma de relacionarse y de producir y símbolo de un nuevo socialismo. La cuestión es llenarla de la batería de argumentos y medidas que correspondan. No hay otro camino alternativo cuando se extiende la percepción de que este capitalismo nos lleva al desastre.
Es imprescindible entrar en todo lo concerniente a los sistemas de generación y reparto del valor en el sentido más amplio, algo que incluye cómo organizar la economía, entrando en las entrañas del sistema productivo. Pero también, cómo organizar la sanidad, los medios, la educación, la cultura y el reparto de los cuidados.
El hecho de que la unilateralidad y las restricciones democráticas sean la pulsión que recorre los entresijos de todo tipo de poder, choca con la evidencia de unas nuevas generaciones con una formación muy superior a las anteriores y de unas tecnologías digitales que nos capacitan para formas participativas impensables en el pasado. Seguir impidiendo que la inteligencia colectiva que se destila de esas colaboraciones múltiples se convierta en la principal fuerza productiva es el mayor despilfarro del capitalismo neoliberal.
Las alternativas al capitalismo están ya aquí, de forma incipiente
La historia demuestra que los cambios se producen mediante la coexistencia, por un largo periodo de tiempo, de modos de producción diferentes. No hay revoluciones globales que se hagan de una sola vez. El postcapitalismo empieza a estar presente en determinadas formas económicas no capitalistas (cooperativas, empresas públicas, nuevas formas de propiedad y gestión común, formas participativas del trabajo…); ésas son las moléculas que deben desarrollarse, ofreciendo propuestas y soluciones que aspiren a ser hegemónicas.
Hoy es necesario recuperar y actualizar todas las iniciativas, con sus pros y sus contras, que alumbran nuevas formas de participación y control de los trabajadores en las empresas; hay que desarrollar el relato que vincula a las diversas formas cooperativas y de trabajo asociado y de economía social y plantearlas el reto de condicionar el funcionamiento del mercado y ser hegemónicas; es indispensable desarrollar nuevas formas de gestionar el espacio público y repolitizar su misión en términos de eficacia asociada al interés general, dando la vuelta a los programas de colaboración público-privada que han legitimado el saqueo de recursos públicos por élites extractivas.
El problema no es ya acabar con la propiedad privada, sino superar las formas asociadas al control autocrático centralizado. En las grandes corporaciones que definen el capitalismo tardío son las “minorías de control”, con los primeros ejecutivos como agentes destacados, y no los títulos de propiedad, las que caracterizan el poder de decisión. Un sistema económico sostenible exige que sean los interesados en la creación de valor real a largo plazo los que deben disfrutar del poder de decisión.
Toca ya abordar todos los aspectos asociados con la democracia económica que llevamos tantas décadas sin debatir: sobre cómo mejorar la eficiencia de lo común, de qué forma relacionar la participación en la propiedad con la participación en la gestión diaria o en las decisiones estratégicas; hasta qué punto es determinante en el resultado la forma de propiedad (publica, colectiva o privada) y hasta qué punto ésta queda subyugada por el control efectivo del poder: de tecnoestructuras que distorsionan “los socialismos”, de stakeholders que no lo son (cajas de ahorro españolas), de mayorías sociales que no saben cómo gestionar asuntos complejos... cuyos fracasos terminan relegitimando la centralización del poder y que los primeros ejecutivos “asuman en solitario esa pesada carga”.
Hay que dar coherencia a muchas iniciativas parciales que queman sus energías en esfuerzos aislados. Hay que recuperar el sentido de unidad que tienen. Hay que conseguir que la agenda política se llene de estas iniciativas. Esa tarea es el propósito de la Plataforma por la Democracia Económica que estamos construyendo desde diversas visiones del progreso. Una tarea a la que responde la publicación del documento “Reivindicando la democracia en la empresa”, que acaba de editar Economistas sin Fronteras en su serie de Dossieres EsF.
El objetivo es ése, el momento es ahora.
«Tu eres español?…. Jo, desde l’1-O, ja només soc català». En Spañistán,
robar millones sale gratis, pero si eres independentista cae sobre tí todo
el peso de este Estado de Desecho….Esta pandilla de impresentables nos
roban cada año 16.000 millones de euros para pagar a los fascistas y
corruptos que nos gobiernan, a un rey que nos desprecia, a un ejército que
nos amenaza, una policía que nos pega, y unos jueces que nos encarcelan
por querer ser LIBRES. Los restos de Franco están en el Congreso de los
Diputados y en la Injusticia Española…., en el Valle de los Caídos, sólo
están sus huesos. El Tribunal Supremo prevaricador, títere de la extrema
derecha de Vox, ha perdido toda credibilidad y donde dijo digo, ahora dice
Diego en el caso del impuesto sobre las hipotecas. El juicio de nuestros
presos políticos es también el juicio a TRES MILLONES DE CATALANES que los
votamos en las urnas el 1-O y el 21-D. A la m. con la Injusticia Española,
el Partido Podrido, sus Socioslistos, C’s. Fachas y demás fascistas y
corruptos de esta dictadura bananera llamada Spañistán. Si me pegan, me
divorcio. Som República !!*!!