La xenofobia como espejo del mal gobierno
- Para el espacio del cambio, la necesidad de una comunidad nueva bebe de la necesidad de un primer quiebre de la misma
- El hecho de que la derecha entienda la migración como un problema funcionaría como espejo de su fracaso como garantes del bienestar colectivo
Después de haber teorizado el 15M como vacuna a un populismo del penúltimo contra el último, la travesía por la larga crisis de régimen ha situado hoy a la inmigración como quinta preocupación ciudadana. Un cambio repentino de prioridades provocado en gran medida por los gestos de Sánchez en prime time, la segunda intentona lepenista del PP y el chup chup europeo en el que la principal novedad han sido el liderazgo cultural de Salvini en el último Consejo Europeo y el giro de la política migratoria alemana.
La migración es, en este sentido, una cuestión que en el momento de ser enunciada ha pasado a ser directamente tratada como “problema” sobre el que, por lo tanto, hay que “regular”. En la guerra por establecer el campo semántico de la batalla política, la inmigración pasa a ser, así, un marco que siempre es favorable al adversario si se constituye como cuestión en sí y no como algo tangencial que, por ejemplo, otorga atributos de apertura y cuidados a la Barcelona de Ada Colau.
Sin embargo, eso no implica que se pueda uno esconder de aquellas cuestiones que se reproducen en la esfera de lo cotidiano cómo en su día se intentó hacer con Catalunya y la agenda social. En este sentido, y más con las europeas a la vuelta de la esquina, no se trata de tener una posición sobre un debate ya dado, sino un discurso que articule dicha cuestión en un marco diferente.
Para empezar a pensar esta cuestión desde estas coordenadas, Slavoj Zizek nos dice en su libro La nueva lucha de clases (2016) -un libro que recomiendo ampliamente para enfocar el debate de las personas refugiadas y la migración- que la única manera de salir de la disyuntiva sobre “cuánta tolerancia podemos permitirnos” en una sociedad dada (hecho al que aboca el moralismo de izquierdas) es el ir más allá de la tolerancia. En sus palabras: “no sólo debemos respetar a los otros, sino también ofrecerles una lucha común”.
Esta tesis que en un reciente artículo para cuartopoder Jorge Moruno concretaba como “una ideología del bienestar” tiene que ver con la capacidad de proyectar una comunidad imaginada a futuro frente a una idea de comunidad estática que desde determinadas esencias delimitadas sólo puede relacionarse con el ‘otro’ desde la asimilación o los compartimentos estancos.
Esta idea de comunidad estática es la que subyace en los modelos de integración en Europa: el asimilacionismo francés y el multiculturalismo británico, tipos ideales que tienden a la homogeneización y al federalismo de los que que España ha cogido un poco de aquí y un poco de allí. En la formulación radical del segundo modelo se encuadrarían, por cierto, algunas de las afirmaciones sobre Rosalía y la apropiación cultural o la etiqueta de ‘africana’ que algunos intentaron colocar a la selección francesa.
Sin caer en la utopía de la comunidad reconciliada, a día de hoy podemos hablar del fracaso de ambos modelos. Un fracaso que, además, se ha evidenciado de formas eminentemente nihilistas y no incorporables por los bloques de poder vigentes y que, por ello, se manifiesta de forma más traumática: a saber, la oleada de atentados por parte de migrantes de tercera y cuarta generación y los disturbios de París 2005 y Londres 2011.
Frente al fracaso de la comunidad estática, el horizonte de una comunidad futura. Esto y la identidad en relación a Europa que intenté trazar en el último artículo explican porqué, por ejemplo, ha sido perfectamente conjugable el Volem Acollir y el movimiento independentista en Catalunya hasta el punto de que algunas de sus caras visibles son hoy diputados de ERC. La independencia funciona, por lo menos hasta día de hoy, como horizonte de una tierra próspera en la que no existe ninguna necesidad de pelear por unos recursos escasos.
Para el espacio del cambio, la necesidad de una comunidad nueva bebe de la necesidad de un primer quiebre de la misma: en España, el debilitamiento del estado del bienestar, la ruptura de la escalera social para toda una generación y la crisis de la sociedad del empleo podrían ser algunos de los elementos que dieran pie a las luchas colectivas que constituyan la lucha universal por un bien común que, en palabras de Zizek, pasaría a establecerse de este modo como una “urgencia práctica”.
Desde este punto de vista, el hecho de que la derecha entienda la migración como un problema funcionaría como espejo de su fracaso como garantes del bienestar colectivo. El quiebre de la sociedad del bienestar no sólo hace que España sea principalmente un país de paso, sino que ha provocado que se hayan marchado casi un millón de personas residentes en España entre 2009 y 2017. El problema migratorio no es la inmigración sino la emigración y está en los Pirineos, no en la Frontera Sur.
Un Gobierno capaz de garantizar la prosperidad y el bienestar de su país jamás tendría miedo de la migración, si lo hace es por que su propuesta para garantizar el bien común es débil y se tambalea. Pasar página para construir un nuevo modelo sólido de bienestar puede ser, entonces, un buen punto de partida para una identidad y destino comunes.